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Cincuenta y cinco.2

Dado que tampoco puedo permitir que mate a Giuliana así mi furia me esté rogando que sí, me lanzo hacia Belinda.

—Te acercas y mato a esta —escucho a Joan decir.

El debate dura un microsegundo. Prefiero a Dalia que a Giuliana.

Belinda hace un ademán de apuñalar a Giuliana, Tristán se mueve para interponerse, pero entonces Belinda se detiene a un milímetro de su pecho y se voltea hacia mí.

—Siempre supe que no se podía confiar en ti —me dice con odio en la mirada. ¿De qué habla? —Mira, corazón. Kendra es una hija de perra —acaricia la mejilla de Giuliana quien tiene lágrimas en los ojos—. ¿Lo sientes? Ese frío nacer desde lo más profundo y esparcirse por tu cuerpo, esas mil cuchillas perforar por dónde quiera que pasan —le quita la mordaza—. Yo también lo sentí. Es la decepción.

Cuando Giuliana me mira, no hay más tristeza, no hay más ruego, solo un odio profundo.

—Ella tendrá que demostrar que puede pertenecer —murmura Joan—. O la matarás, Giuli.

—¿De qué mierda hablan? —cuestiono des
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