Cuarenta y uno

Dudo durante una milésima de segundo antes de dejar en el suelo al salvador y correr hacia Sebastián. Pavel es el primero en llegar a él, lo levanta suavemente y lo recarga en los barandales de las escaleras, pero le ordeno que lo recueste en el suelo del quiosco y lo cambia de posición. Tiene una herida bastante fea en la sien, además, una mancha de sangre adquiere tamaño en su playera verde claro. No es grande, pero la mera visión me aterra; por un instante quiero salir corriendo, después pierdo la razón y me dejo llenar por el color, por un minúsculo instante quisiera tomarla entre mis dedos.

―Descubre la herida del abdomen ―digo hacia Pavel, me inclino sobre Sebastián―. Necesito ver el tamaño y qué tanto sangra.

Las manos del futbolista son bruscas y sin querer golpea la herida lo que le saca un quejido a Sebastián quien abre un poco los ojos. Con muy poco tacto, aparto a Pavel de su lado y me dedico a inspeccionar la herida. Está en el flanco derecho, dado que no sale sangre a bo
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