Cuarenta y tres

―¡Tranquila! ―se acerca y me tapa la boca por lo que me remuevo en un intento por escapar―. Por favor, cálmate. Está bien, no te haré daño.

Es parecido a Ventura, incluso cuando sus manos tocan mi piel desnuda lo siento tan familiar, pero algo me grita que debo correr, nadie encierra a un hijo en el sótano por ser inocente. Lucho con fuerza, intento morderlo, pero me toma con fuerza, escucho sus quejidos cuando lo golpeo, pero su agarre no decrece. Debiste quedarte en la orgía.

No debí venir, punto. Una jodida caja, tal vez solo pude pedirla.

―Me vas a meter en un problema si te escuchan ―dice con esfuerzo―. En serio, no te haré nada.

Su tono de voz logra tocar alguna fibra sensible desconocida que me incita a hacerle caso, de haberme querido matar, tal vez ya lo habría hecho. O es que le gusta deleitarse con el sufrimiento ajeno. Es tan fuerte, que luchando no lograré ganarle, debo usar la cabeza. Poco a poco, mis movimientos cesan y mis respiraciones agitadas se vuelven más profunda
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