"Seguramente Mauricio habrá terminado la jornada y debe estar de regreso a su hacienda. Hoy es el día, el momento perfecto para contarle la noticia… ¿Y si se pone nervioso? Ojalá que lo reciba bien… No puedo esperar más ", pensaba Lupita, tratando de encontrar la manera más eficaz de abordarlo con la nueva noticia.Llevaba unos minutos sentada en la sala, tomando un té que Cata le ofreció al recibirla.—¡Mauricio! ¡Justo te estaba esperando! ¿Cómo estuvo la jornada de hoy? —Lupita quiso acercarse a darle un beso pero Mauricio llevaba su ropa manchada de tierra y secaba el sudor de su cara con un pañuelo bastante desgastado y sucio.—Bien, Lupita. Como siempre. Un poco de trabajo, pero nada que no se pueda manejar. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí tan lejos de tu casa?—Quería hablar contigo de algo importante. Algo que no puedo esperar más para decirte… —respondió ella mirándolo a los ojos, un poco nerviosa, pero decidida a hacerlo. Sabía que debía ser muy convincente para que Mauricio no
—Buenas noticias. Lupita está bien. El embarazo está en su etapa normal y no hay complicaciones graves por ahora —exclamó el doctor entrando a la habitación con una expresión tranquila tras revisar los resultados.—¿Entonces no es nada serio? —suspiró Mauricio aliviado, pero con el rostro aún preocupado.—No, el bebé está bien. Ha tenido una reacción física fuerte, y aunque todo parece estar en orden ahora, es fundamental que se cuide mucho.—¿Qué quiere decir con "cuidarse"? ¿Qué tengo que hacer?—Debe guardar reposo absoluto. Nada de esfuerzos, ni trabajos pesados, ni estrés emocional. Necesita descansar. Cualquier movimiento brusco o sobrecarga puede poner en riesgo el embarazo. Tiene que estar tranquila, y con tiempo y cuidados, todo debería ir bien.—¿Reposo total? —preguntó Mauricio.—No podemos arriesgarnos a que haya complicaciones. Ella necesita mucha calma, evitar preocupaciones y, sobre todo, estar lo más relajada posible. No puede estresarse, ni tampoco tener grandes esfue
—Lupita... está en el hospital —La voz de Antonia temblaba levemente al dar la noticia, como si las palabras mismas pesaran una tonelada.Don Emiliano y su esposa intercambiaron miradas sorprendidas, sin saber qué pensar. Marina, que estaba mordiendo una tortilla, dejó de masticar, su rostro reflejó una mezcla de desconcierto y preocupación.—¿Qué le pasó a Lupita? —preguntó don Emiliano, sin apartar la mirada de su esposa.—Tuvo un conato de aborto —respondió Antonia, en voz baja, como si el aire mismo temiera escuchar la gravedad de la noticia.Marina no pudo evitarlo. Un nudo se formó en su garganta, pero no fue hasta que escuchó de quién estaba embarazada que todo pareció volverse borroso.—¿Lupita está embarazada? —preguntó Marina, entre la confusión y el miedo—. ¿De quién está embarazada Lupita? Antonia la miró a los ojos, un instante de silencio pesado llenó la cocina antes de que finalmente hablara.—Lupita lleva en su vientre un bebé de Mauricio.En ese momento, Marina sinti
La mañana se presentaba cálida y despejada, el sol se alzaba en el cielo sin nubes. El aire fresco llenaba el espacio con una sensación de calma y quietud. Marina despertó temprano; aún no se recuperaba de la noticia que había recibido, más que una simple noticia , sentía que había recibido un golpe a su corazón. Se levantó de la cama, no tenía deseos de ver a nadie. Había estado tratando de disimular su malestar cada vez que hablaba con sus padres.—Marina…¿Hay algo que quieras contarme? No me tienes que ocultar nada, sabes que puedes confiar en mí —Antonia entró a su habitación con una taza de té que ella le había pedido minutos antes.—No, Antonia, no es nada. Estoy bien, de verdad. Solo un poco cansada, eso es todo —Marina intentó forzar una sonrisa, pero sus ojos se veían opacos y tristes—. Gracias por el té querida Antonia.—No te lo creo, Marina. Sé que estás haciendo un esfuerzo por que nadie se dé cuenta, pero yo te conozco. No estás bien, lo siento. ¿Es algo con tus padres?
Marina apenas tuvo tiempo de gritar . Un fuerte brazo la atrapó por la cintura, cubriéndole la boca con una tela húmeda que la dejó sin aliento. Rápidamente comenzó a percibir un ardor extraño que la hizo toser. Los segundos pasaron con lentitud mientras su cuerpo intentaba reaccionar, pero la tela empapada en un líquido desconocido la despojó de fuerzas con rapidez.El mundo a su alrededor comenzó a girar, y en medio del pánico, vio a dos hombres acercándose, vestidos de oscuro, como sombras que surgían de entre la densa vegetación.Con cada paso que daban, Marina luchaba con todas sus fuerzas. Intentó zafarse, pateó, pero nada parecía tener efecto. Los hombres la arrastraban sin piedad, su agilidad y fuerza eran imbatibles. El brazo que la rodeaba la apretaba con tal fuerza que sentía como si sus costillas estuvieran a punto de ceder bajo la presión. La tela seguía sobre su rostro, cubriéndole la boca y la nariz, pero ahora también le nublaba la mente, invadiéndola de un aroma acre
Macario estaba sentado, su rostro surcado por arrugas profundas, y las manos, firmemente apoyadas sobre la mesa, entrelazadas como si fueran un nudo que no pudiera soltarse. Frente a él, Mauricio daba pequeños sorbos a su vaso, evitando la mirada del hombre que lo observaba fijamente, como si le estuviera pidiendo cuentas por algo. La habitación estaba en silencio, tan denso que hasta el aire parecía espeso.—Te vas a casar con Lupita, Mauricio —dijo Macario, sin rodeos, con una voz firme, que no dejaba lugar a dudas. Cada palabra salía de su boca con la precisión de un disparo.Mauricio levantó la mirada, sorprendido por la brusquedad de la afirmación. Pero Macario no le dio tiempo para contestar.—No me importa lo que hayas o no hayas hecho, —continuó Macario, apretando los dientes con rabia contenida— pero lo que no voy a permitir es que mi hija quede con el nombre embarrado.Sus ojos, como dos brasas encendidas, no dejaban de mirar a Mauricio. La furia estaba contenida en su voz,
El día había transcurrido lento, con la luz del sol desvaneciéndose poco a poco, mientras las sombras se alargaban en la hacienda. —¿Dónde está Marina? —se preguntó Antonia mientras preparaba la comida con un tono de quien no puede quitarse la sensación de que algo estaba fuera de lugar. No la había visto desde la mañana, y no podía evitar sentirse preocupada.Por un momento pensó que quizás se estaba haciendo ideas erróneas en su mente. Cuando los padres de Marina se sentaron en la mesa , preguntaron por ella. Tampoco la habían visto y se imaginaron que estaría de paseo o cabalgando y no se percataron de que ya era muy tarde.—Emiliano, ¿puedes llamarle a Marina? No me responde los mensajes, y ya estoy preocupada. Tal vez no ha escuchado el teléfono —exclamó doña Sofía.— Claro, ahora mismo lo hago. No te preocupes.— Gracias. Es raro que no conteste, normalmente está pendiente de su teléfono.— No contesta. Me manda directo al buzón.— ¿Al buzón? ¿Está apagado o algo así? Eso es e
Marina despertó lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. Un fuerte dolor de cabeza la inundaba, y sus sentidos parecían nublados, como si despertara de un largo y profundo sueño. Lo primero que notó fue la oscuridad total. ¿Dónde estaba? Se quedó quieta, tratando de entender, pero enseguida sintió una incomodidad extraña en su cuerpo. Intentó mover las manos, pero algo las mantenía rígidas, atadas a un respaldo frío y áspero.El sudor comenzó a recorrer su frente, y en cuanto intentó mover la cabeza, notó que algo la envolvía. Sus ojos estaban vendados con una tela ajustada con fuerza, impidiéndole ver nada más allá de la oscuridad absoluta. El aire estaba cargado de un olor denso y nauseabundo, un tufo a moho y suciedad que le dificultaba respirar con normalidad.Comenzó a agitarse, luchando por liberarse de las cuerdas que la mantenían sujeta a la silla. Tiró de sus muñecas con fuerza, pero era inútil. La angustia la empezó a ahogar, y sin poder controlar su