Capítulo XIX

Eran casi las diez cuando Leonidas detuvo el coche ante la casa de Alice y tomó a Marisa entre sus brazos para darle un beso cargado de anhelo y pasión que amenazó con desmoronar por completo el frágil control que ya apenas lograba ejercer sobre sí misma.

Fue Leonidas el que se apartó finalmente de ella.

-Vete -dijo con voz ronca-. O te llevo a mi apartamento. Tú eliges.

-No puedo -susurró Marisa , y supo que mentía. Habría sido tan fácil irse con él, tan fácil...

-En ese caso, vete ya.

Marisa salió del coche y entró en casa de su hermana sin mirar atrás. Una vez en su dormitorio, se apoyó contra la puerta con los ojos cerrados y permaneció allí hasta que su respiración se sosegó.

Luego, se puso el pijama, se desmaquilló y se metió en la cama, donde permaneció largo rato mirando al techo hasta que el sueño se apoderó de ella.

EL primer día de trabajo en la farmacia resultó muy agradable. El farmacéutico era un hombre cortés y amable, al igual que el otro dependiente que trabajaba cara
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