Ariadna se encontraba en su cuarto, aferrada a la sábana blanca con su oído sobre la dura almohada. Sus ojos congestionados se acostumbraron a la oscuridad de su entorno. La impresión de mirar a su madre con aquel joven fue tanta que lo repetía una y otra vez en su mente. Una tortura interminable. Su cobardía la había llevado a escabullirse del restaurante como si la que se quedó para verse con su amante fuera ella. Qué ridículo sonaba el asunto. Todavía resonaban en sus oídos las palabras de Nathan: “En el viaje de regreso, con su voz fría y mirada penetrante, su esposo le recordó que él era la persona más real que ha conocido”. Ariadna se incorporó de golpe de la cama. La opresión en su pecho no la dejaba respirar y el temblor de sus dedos delataban su ansiedad. Sus pies se estremecieron un poco cuando los puso en el frío suelo. Ni siquiera recordaba dónde había dejado sus sandalias. Al prender la luz las encontró casi al fondo de la cama y salió de su cuarto, como si lejos de es
A la mañana siguiente, Ariadna se despertó con la boca seca y un dolor de cabeza que solo era comparable al de su cadera. Al levantarse de la cama, el malestar se extendía hasta su espalda baja. Su sorpresa fue mayor al ver que llevaba puesta una bata blanca en lugar de su pijama de dos piezas de pantalón largo y blusa rosa. Se cubrió la boca con la mano y notó que desprendía un olor tan desagradable como si hubiera comido un galón de basura, sintió la necesidad de ir al baño a vomitar.A los pocos minutos, Jennifer subió a dejarle un aperitivo y al mirar su rostro pálido le preguntó sobre su salud.—Me duele todo el cuerpo, creo que voy a morir —le respondió Ariadna, mientras se masajeaba la sien.—Te voy a traer un buen remedio para esa reseca —le dijo Jennifer.Ariadna se quedó recostada, algunos destellos de la noche pasada se hicieron presente en su memoria.Nathan entró al cuarto de su esposa junto a Jennifer que llevaba una bebida caliente y unas pastillas.—¿De verdad que po
Las cortinas blancas se movían al ritmo del viento. En el cuarto resonaban los gemidos de una joven mujer. Las manos masculinas de su acompañante le sostenían con fuerza por la cadera. Ella entre suspiros no paraba de repetir el nombre de su amado. Se deleitaba con sus movimientos firmes y constantes. Perfectos. Mientras que el joven luchaba contra sus propios demonios. Cuando llegó al clímax los vellos de sus brazos y nuca se erizaron. —Ari… —se quedó en completo silencio, pues se negaba a pronunciar aquel maldito nombre. Su novia se giró con el ceño fruncido y lágrimas contenidas. Sintió que una mano invisible apretaba su cuello. —Mía, esta no era mi intención —se excusó de inmediato Iván. —Jamás dejarás de pensar en ella, ¿verdad? —le dijo con la voz quebrada, enseguida buscó en el suelo su ropa. Su corazón ya había sido pisoteado demasiadas veces ese día. —De verdad no lo hago a propósito —volvió a repetir Iván. Mía lo detuvo en seco, sabía lo complicado que
A la hora que Nathan llegó a la casa, observó que Jennifer platicaba despreocupada con Ariadna en el comedor. Las dos mujeres, al percatarse de su presencia, se quedaron en silencio.Ariadna apretó los labios y Jennifer desvió el rostro ante la mirada inquisitiva de Nathan.—Sigan en su parloteo —les dijo, con los ojos entrecerrados—. Pequeñas cacatúas —susurró, de camino a las escaleras.Ariadna subió detrás de él, ansiosa por saber la información que traía acerca de su padre. Nathan al escuchar sus pasos se frenó en seco y se dio la vuelta con la intención de quedarse frente a ella. —Dime —le pidió Ariadna.Nathan avanzó con paso lento hacia su esposa y la envolvió con sus brazos. —No estás en condiciones de exigir nada. —Acunó sus mejillas y atrapó su aliento en un suave beso. Cualquier chispita de conciencia se iba a la mierd@ al tenerla así. El calor de su piel traspasaba la fina tela de su blusa, y lo enloquecía simplemente al no apartarse. —¿Dime qué sabes de mi papá? —le
En medio de la noche, una mujer atesoraba el vaso de agua helada que sostenía en su mano como si se tratara de una medicina costosa. ―Nunca creí volver a experimentar estos malestares ―respiraba lento y profundo por la nariz y luego expulsaba el aire―. Todo es diez veces peor. ―Es parte del embarazo ―le dijo su esposo, sin saber qué más agregar. Estela cerró los ojos y ladeó el rostro; no soportaba las náuseas. Todo daba vueltas a su alrededor. La mayoría del tiempo, la fatiga la llevaba a dormir toda la tarde y en las noches a estar como un búho. Su estado empeoró en el instante en que los labios de su esposo nombraron a Mía, la novia de su hijo. ―Esa relación está destinada al fracaso ―declaró la mujer, su pecho se apretujó. ―Lo sé ―su esposo le hizo segunda―, pero tu hijo es tan obstinado. Y de verdad estaba muy entusiasmado con… ―No digas su nombre ―lo interrumpió―. No quiero saber nada de “esa” persona. El señor Urriaga le recordó que, como fueran las cosas, la chica era s
Su madre llevaba apenas tres días bajo su techo, y en ese corto tiempo, ya lo había bombardeado con preguntas personales: ¿por qué te vas por tanto tiempo y tu esposa solo se queda encerrada en casa? ¿Acaso están mal o por qué duermen en habitaciones separadas? Nathan podía afirmar que su madre era un dolor de cabeza. Quisiera decir que era el tumor, su edad o las constantes quimioterapias lo que la tenía así, pero no. Ella siempre fue “especial” y difícil de tratar.«¿Será que yo también soy así de fastidioso?», pensó Nathan mientras se pasaba la mano por el rostro. En ese momento, su teléfono de nuevo sonó, de hecho, no paró de sonar en toda la tarde, pues otra vez, la esposa de su socio le mandaba insistentes mensajes de texto en los que le pedía verse.Él tenía mejores cosas que hacer que atender a mujeres despechadas. Sobre todo, ahora que uno de sus socios le notificó que el desvío de dinero era tan silencioso que, cuando lo descubrieran, la cantidad sería tan escandalosa que le
Las carcajadas forzadas de Ariadna vibraron en la habitación. Los vellos de su nuca seguían erizados. ―Aquí hay un enorme problema y eso es que ni amo a tu hermano y menos te deseo a ti. ―Lo apuntó con el dedo y le espetó con la voz temblorosa. Nathan le apretó ambas mejillas con una mano y la llamó mentirosa. En esa posición la diferencia de estatura resultaba difícil de ignorar. ―Mujer, deja de ser tan rígida ―prosiguió él. ―¡No me toques! ―Ella movió el rostro y se quejó de lo confianzudo que era con ella. Nathan resopló y quitó su mano del rostro femenino. ―Te recuerdo que somos esposos ―le dijo y enseguida el buen humor le regresó. Salió, complacido de lo nerviosa que quedó Ariadna. Esa noche, a la hora de la cena, mientras la pareja se veía en silencio y degustaban los alimentos, Irina en su recámara se negó a bajar al comedor. Jennifer quiso saber con genuina preocupación si se sentía mal de salud. ―Me fastidia subir y bajar escaleras ―dijo con simplicidad la muj
La luz blanca de la tienda lastimaba sus sensibles ojos. Mía deseaba que su atuendo fuera una sorpresa; sin embargo, Iván insistió en acompañarla. En un día normal, ella vestía unos jeans y una blusa sencilla, más aún si se trataba de atender en la ferretería de su tío.―Este me gusta ―dijo Iván, mientras señalaba un vestido blanco entallado en el aparador con escote descubierto.―No estoy segura ―respondió Mía con los ojos entrecerrados. El corte era lindo y se imaginó cómo resaltaría sus curvas, pero el problema radicaba en su suegra. Aunque no lo dijera, se percibía cierta tensión con ella.―Bueno, no sé mucho de vestidos ―Iván se encogió de hombros. Los pies le dolían; ya habían visitado tres tiendas y lamentaba estrenar sus tenis para esa ocasión. En general, las compras le eran aburridas. No obstante, comprendía que lo que a él le resultaba tedioso, a las mujeres les fascinaba y entretenía.―Entremos ―pidió ella con voz suplicante, intuía que en cualquier momento su prometido le