En medio de la noche, una mujer atesoraba el vaso de agua helada que sostenía en su mano como si se tratara de una medicina costosa. ―Nunca creí volver a experimentar estos malestares ―respiraba lento y profundo por la nariz y luego expulsaba el aire―. Todo es diez veces peor. ―Es parte del embarazo ―le dijo su esposo, sin saber qué más agregar. Estela cerró los ojos y ladeó el rostro; no soportaba las náuseas. Todo daba vueltas a su alrededor. La mayoría del tiempo, la fatiga la llevaba a dormir toda la tarde y en las noches a estar como un búho. Su estado empeoró en el instante en que los labios de su esposo nombraron a Mía, la novia de su hijo. ―Esa relación está destinada al fracaso ―declaró la mujer, su pecho se apretujó. ―Lo sé ―su esposo le hizo segunda―, pero tu hijo es tan obstinado. Y de verdad estaba muy entusiasmado con… ―No digas su nombre ―lo interrumpió―. No quiero saber nada de “esa” persona. El señor Urriaga le recordó que, como fueran las cosas, la chica era s
Su madre llevaba apenas tres días bajo su techo, y en ese corto tiempo, ya lo había bombardeado con preguntas personales: ¿por qué te vas por tanto tiempo y tu esposa solo se queda encerrada en casa? ¿Acaso están mal o por qué duermen en habitaciones separadas? Nathan podía afirmar que su madre era un dolor de cabeza. Quisiera decir que era el tumor, su edad o las constantes quimioterapias lo que la tenía así, pero no. Ella siempre fue “especial” y difícil de tratar.«¿Será que yo también soy así de fastidioso?», pensó Nathan mientras se pasaba la mano por el rostro. En ese momento, su teléfono de nuevo sonó, de hecho, no paró de sonar en toda la tarde, pues otra vez, la esposa de su socio le mandaba insistentes mensajes de texto en los que le pedía verse.Él tenía mejores cosas que hacer que atender a mujeres despechadas. Sobre todo, ahora que uno de sus socios le notificó que el desvío de dinero era tan silencioso que, cuando lo descubrieran, la cantidad sería tan escandalosa que le
Las carcajadas forzadas de Ariadna vibraron en la habitación. Los vellos de su nuca seguían erizados. ―Aquí hay un enorme problema y eso es que ni amo a tu hermano y menos te deseo a ti. ―Lo apuntó con el dedo y le espetó con la voz temblorosa. Nathan le apretó ambas mejillas con una mano y la llamó mentirosa. En esa posición la diferencia de estatura resultaba difícil de ignorar. ―Mujer, deja de ser tan rígida ―prosiguió él. ―¡No me toques! ―Ella movió el rostro y se quejó de lo confianzudo que era con ella. Nathan resopló y quitó su mano del rostro femenino. ―Te recuerdo que somos esposos ―le dijo y enseguida el buen humor le regresó. Salió, complacido de lo nerviosa que quedó Ariadna. Esa noche, a la hora de la cena, mientras la pareja se veía en silencio y degustaban los alimentos, Irina en su recámara se negó a bajar al comedor. Jennifer quiso saber con genuina preocupación si se sentía mal de salud. ―Me fastidia subir y bajar escaleras ―dijo con simplicidad la muj
La luz blanca de la tienda lastimaba sus sensibles ojos. Mía deseaba que su atuendo fuera una sorpresa; sin embargo, Iván insistió en acompañarla. En un día normal, ella vestía unos jeans y una blusa sencilla, más aún si se trataba de atender en la ferretería de su tío.―Este me gusta ―dijo Iván, mientras señalaba un vestido blanco entallado en el aparador con escote descubierto.―No estoy segura ―respondió Mía con los ojos entrecerrados. El corte era lindo y se imaginó cómo resaltaría sus curvas, pero el problema radicaba en su suegra. Aunque no lo dijera, se percibía cierta tensión con ella.―Bueno, no sé mucho de vestidos ―Iván se encogió de hombros. Los pies le dolían; ya habían visitado tres tiendas y lamentaba estrenar sus tenis para esa ocasión. En general, las compras le eran aburridas. No obstante, comprendía que lo que a él le resultaba tedioso, a las mujeres les fascinaba y entretenía.―Entremos ―pidió ella con voz suplicante, intuía que en cualquier momento su prometido le
Ariadna atendía a su suegra por la mañana. Los recuerdos de la noche anterior, por alguna razón, le daban una sensación de nerviosismo. Era evidente que Nathan era un mujeriego de primera.En un intento de despejar su mente y animar a la señora Irina, Ariadna se puso a platicar con ella y le hacía comentarios lindos sobre su apariencia, pero debido a la acidez que caracterizaba a Irina Karsson, casi siempre respondía que no había nada bonito en ella.—En mi juventud era otra cosa. Hoy soy una momia viviente —dijo con voz serena.—Sí, ya he visto las fotos y Nathan es físicamente igual a usted.—Eso es bueno, Urriaga no es precisamente guapo. Y el hijo medio agarró forma por la secretarucha.—¿Secretarucha? —Ariadna miró a su suegra con ojos entrecerrados.—Ah, perdón, Estela.Ariadna agachó el rostro.—¿Algo en especial que se le antoje comer hoy? —Ariadna intentó cambiar el tema.—Tienes suerte, mis genes son excelentes —dijo Irina mientras se acomodaba con mucho trabajo el turbante c
Las dos semanas se pasaron tan rápido que a Estela no le dio ni tiempo de asimilar lo que ocurría. Su estómago comenzaba a verse inflamado, y aunque todavía no confirmaba públicamente su embarazo, las sospechas existían. Sus pies se le hincharon tanto que, horas antes de la celebración de compromiso con su hijo, tuvo que ir a comprarse un nuevo par de zapatos.―El glamour no es nada en estos momentos ―dijo para sí, luego de elegir un par de zapatos sin tacón, cerrados en color crema.Cuando llegó a su casa, subió a recostarse en la cama debido a su dolor de espalda. Horas más tarde, con los ojos hinchados y entre bostezos, le mostró su atuendo a su hijo en medio de la sala.―Te ves hermosa, mamá ―le dijo Iván, y sintió el corazón conmovido al ver a su madre, cansada pero radiante, lista para su fiesta de compromiso―. Gracias por estar conmigo, a pesar de no estar de acuerdo.Estela se limpió las lágrimas.―Sabes que siempre contarás con nosotros. ―Se acercó a él y le dio un fuerte abra
En la soledad de su jaula, Ariadna se escondía bajo la sábana. «¡Esto es horrible! Mi vida es horrible, yo soy una persona horrible», pensó mientras lloraba a borbotones. La puerta de la habitación se abrió de manera abrupta y la figura grande e imponente de Nathan se mostró entre las sombras. Con el rostro serio y la mandíbula apretada, avanzó hacia la cama. La lámpara cálida brindaba una luz tenue al cuarto.—Perdón —le susurró a su esposa—. Ese tipo es un idiota que no tiene cerebro y no se mide en las idioteces que dice. Ariadna se quitó la manta de encima y, sin importar lo ridícula que se viera, encaró a Nathan y le gritó que él era culpable por llevarla en contra de su voluntad. Esperaba que él le replicara algo o bien, que se burlara de sus lloriqueos; sin embargo, Nathan le sostuvo la mirada y su rostro se mostró afligido. —Soy un imbécil, hijo de puta —reconoció y enseguida se sentó sobre la cama. —Quiero estar sola, vete —le dijo ella entre sollozos. —Tú eres hermosa
Nathan volvió a entrar al cuarto con un paquetito plateado en la mano derecha. Contrario a lo que creería, Ariadna se sentía cada vez más húmeda y caliente. Al cabo de los minutos, volvieron a fundirse en un beso cargado de pasión.Los dedos de Nathan entraban y salían de su interior con movimientos lentos. De nuevo se puso sobre ella, la miró, con su duro mi3mbro contra su entrada, rozaron sus labios y comenzó a entrar lento.Ariadna había escuchado que la primera vez era dolorosa, hasta traumática, sin embargo, anhelaba experimentarlo por sí misma.Un gemido ahogado salió de su garganta y quedó perdido entre los suspiros de su esposo, mientras él susurraba entre caricias lo hermosa que era. En tanto la gruesa punta se daba paso en su interior.—¿Duele? —le preguntó él con voz ronca, y el rostro fundido en lujuria.Ariadna asintió con los ojos entrecerrados, sus muslos se hicieron gelatina, el ardor en su interior aumentaba. Respiró hondo, y después agarró con fuerza los hombros de N