Los días posteriores, Ariadna había adoptado una actitud reservada. Bajaba por su cena con la intención de no encontrarse con su esposo. Las pocas ocasiones en las que veía de frente a Nathan eran cuando visitaba a su suegra. Ella siempre desviaba la mirada y hablaba lo mero necesario con él. Por su parte, Nathan interpretaba ese comportamiento como una muestra de lo arrepentida que estaba su esposa de haber estado con él. No quería darle muchas vueltas al asunto y de hecho se convencía de que las cosas eran mejores así. Su padre, de nueva cuenta, se comunicó con él, y le pidió disculpas en nombre de su hermano; también le dijo que su forma de llevar las cosas tampoco fue la correcta. ―¿Entonces debí darle un besito a tu estúpido hijo malcriado por insultar a mi esposa delante de los demás? ―No traté de decir eso, hijo, te suplico que entiendas que todo esto es complicado. Por eso te pedí que acataras el deseo de tu hermano y no llevaras a tu esposa. ―Eso nunca va a pasar. Las per
Sus respiraciones entrecortadas se unían. Ariadna reprimía sus gemidos mientras Nathan la atraía hacia sí, sentado en el borde de la cama, con sus manos alrededor de la estrecha cintura de ella. Le quitó la blusa para besar sus senos, y la presión de su miembro contra la entrada de su mujer, incluso con su pantalón de vestir todavía puesto, le resultaba una tortura. Por más que quiso, no pudo soportarlo. Sostuvo las caderas de Ariadna y se levantó. Después quedó tumbado encima de ella sobre la cama.―Esto es tan... ―no pudo terminar la frase debido al deseo desmedido que tenía de besarla, hundirse en ella y hacerla gritar su nombre.Ariadna se dejaba preparar, ya acostumbrada a que la lengua masculina recorriera sus pliegues. La dulce agonía de poder experimentar el dolor placentero del miembro de su marido le hizo sentir el rostro caliente.Los dos quedaron desnudos. Nathan se acomodó en medio de la cama, rozó el abdomen de su mujer con la yema de los dedos y después, con ambas manos
Respiró profundo con el objetivo de recobrar la compostura, luego abrió la boca y la cerró. En su interior, sentía sentimientos contrariados. Ariadna se puso su camisón y, acto seguido, le exigió una respuesta.―Ya hablamos sobre eso ―le espetó él finalmente―. Acordamos una fecha y repetir las cosas que ya se dijeron me da flojera.―Yo quiero irme. No quiero estar aquí ―Ariadna alzó su rostro al techo, agotada del tumulto en el que se había convertido su vida.―Tenemos un trato.―Pues rómpelo y hazle lo que quieras a Iván. ―Con ambas manos cubrió su rostro―. Mi familia sabrá defenderse sola.―Falta poco ―dijo él con voz áspera y se incorporó de la cama.―Eso no es mi asunto. Yo no quiero estar aquí ―insistió ella, sin perder de vista a Nathan hasta que salió del cuarto. Enseguida se puso de pie, se calzó las pantuflas y fue tras él.Afuera del cuarto de Nathan, trató de girar la perilla; sin embargo, él había cerrado la puerta con seguro. Ella la tocó con insistencia.―Abre. ―Se cubri
Nathan había invitado a su hermano a almorzar con él. Tras una larga espera y muchas llamadas desviadas, Iván seguía molesto por lo ocurrido en su fallida fiesta de compromiso. Finalmente, su padre lo convenció con la ayuda de su madre a asistir a ese encuentro, debido a la dócil actitud que adoptó Nathan tras semanas de la pelea.—Discúlpame por mi reacción. La verdad es que me cuesta aceptar que esa mujer es el principio de todos nuestros males —habló Nathan sin tapujos. Se acomodó en su silla y observó su café como si fuera la cosa más interesante.—¿A qué te refieres con eso? —Iván enarcó una ceja. Su padre le había repetido hasta el cansancio que se disculpara y que ya no tocara ningún tema referente a Ariadna.—No quería decirle a mi papá, pero he tenido conflictos con ya sabes quién. —Lo miró con ojos entristecidos—. La quiero, pero me resulta difícil estar con una persona que me separa de mi familia.—No quiero saber de eso —lo cortó Iván de manera abrupta y le dio un sorbo a s
―Deja de decir que soy hermosa ―dijo Ariadna a Nathan, recostada a la izquierdo de la cama.―¿Por qué? ―preguntó él, con las manos en la nuca y tendido en el colchón, mientras posaba sus ojos en ella. Le daba curiosidad conocer sus motivos, si era alguna especie de inseguridad o simplemente le molestaba que él lo dijera.―Porque siento que te burlas ―replicó la joven, desvió la mirada en un esfuerzo por ocultar su sonrojo. Con verdadero miedo de obtener burlas de su parte.Nathan le aseguró que no era así; de hecho, desde la primera vez que la vio, le pareció bastante bonita.―No es que suspirara por ti en cada rincón, así que no te equivoques ―añadió, al ver la expresión confundida en el rostro de Ariadna. Él no era de esos hombres enfermos, acosadores.―No pensé eso. ―Ella se encogió de hombros―, es aterrador imaginar a un tipo loco con su cámara detrás de mí.―Yo no era el que te tomaba las fotos; era uno de mis empleados. Además, ya te expliqué las cosas que quiero arreglar.Ariad
Nathan regresó a casa exhausto, con el cuello rígido, señal de una jornada extenuante en la oficina y una reunión agotadora. Sus pasos largos y rápidos lo llevaron velozmente a la sala, donde encontró a Ariadna y Jennifer, en medio de una discusión.—¿Qué pasa? —preguntó, con el fin de entender la causa de la discusión.—La señora Irina no se siente bien, el doctor está aquí. Usted me dijo que, si lo necesitábamos, podíamos mandarlo a traer —explicó Jennifer, en un intento de desviar el tema. Sus ojos, hinchados y rojos, evidenciaban que su llanto.—¿Qué le pasa a Jenni? —demandó Nathan, caminó en dirección a su empleada. —¿Qué sucedió? ¿Por qué discutieron? ¿Mi mamá está mal? —Su mirada se movió de Jennifer a Ariadna.—Sí —respondió Ariadna con voz temblorosa—. El doctor dijo que sus pulmones están obstruidos —desvió el rostro, nerviosa—. Es mejor que él te explique; yo no entiendo bien los términos médicos.El rostro de Nathan reflejaba incertidumbre mientras miraba a su esposa; su
Ariadna abrió los ojos. Desde hace un tiempo, la pesadilla se había convertido en su dura realidad. «Ojalá pudiera dormir para siempre», pensó mientras se incorporaba de la cama, deshaciéndose del pijama con movimientos rígidos y mecánicos. Ese día iba a visitar a sus padres. No deseaba ver el rostro de su mamá; pero en esa casa se sentía intoxicada. Cuando las gotas de la regadera masajearon su piel, Ariadna se dio cuenta de que, una vez más, sus sentimientos se pausaron. El miedo, el dolor y la tristeza se fusionaron con la indiferencia. Horas antes, su esposo le dio un beso en la frente de despedida. Ella se resistía a acostumbrarse a esa vida. Aunque Nathan le prometía que, en cuanto llegara la fecha, le concedería el divorcio y podría rehacer su vida, la duda le susurraba al oído que dejara de ser crédula. Ese día optó por una ropa casual: un pantalón de mezclilla, una blusa de manga corta color negro y el cabello recogido en una cola alta. No usó ningún accesorio, ni siquier
Ariadna se sentó en una esquina del comedor, con la finalidad de evitar las preguntas personales que le hacían sus padres. —¿Estás segura de que no te sientes mal? —Su papá se levantó de su asiento, se acercó a Ariadna y, con un toque suave, le colocó la mano en la frente para descartar fiebre—. Si tu relación con ese hombre va mal, no dudes en decírnoslo. —Nathan —corrigió Ariadna sin darle importancia. —Sé su nombre —dijo el señor Acosta, y volvió a su silla, mientras su estómago ganaba volumen en las últimas semanas. Ariadna apartó su plato. —Estos últimos meses no me he sentido bien. —¿Qué pasó? —preguntó su madre, con una mueca de preocupación en el rostro. —He estado mal emocionalmente —confesó Ariadna. Nunca había hablado de cosas tan personales con sus padres, pero el aislamiento la agobiaba. Le vino a la mente el relato que había leído hace dos noches en su celular: el caso de Sarah, una mujer que vivía en una pequeña cabaña en el bosque para escapar de la agitada vida