¿Nathan será un príncipe o un cacas 2.o?
―Deja de decir que soy hermosa ―dijo Ariadna a Nathan, recostada a la izquierdo de la cama.―¿Por qué? ―preguntó él, con las manos en la nuca y tendido en el colchón, mientras posaba sus ojos en ella. Le daba curiosidad conocer sus motivos, si era alguna especie de inseguridad o simplemente le molestaba que él lo dijera.―Porque siento que te burlas ―replicó la joven, desvió la mirada en un esfuerzo por ocultar su sonrojo. Con verdadero miedo de obtener burlas de su parte.Nathan le aseguró que no era así; de hecho, desde la primera vez que la vio, le pareció bastante bonita.―No es que suspirara por ti en cada rincón, así que no te equivoques ―añadió, al ver la expresión confundida en el rostro de Ariadna. Él no era de esos hombres enfermos, acosadores.―No pensé eso. ―Ella se encogió de hombros―, es aterrador imaginar a un tipo loco con su cámara detrás de mí.―Yo no era el que te tomaba las fotos; era uno de mis empleados. Además, ya te expliqué las cosas que quiero arreglar.Ariad
Nathan regresó a casa exhausto, con el cuello rígido, señal de una jornada extenuante en la oficina y una reunión agotadora. Sus pasos largos y rápidos lo llevaron velozmente a la sala, donde encontró a Ariadna y Jennifer, en medio de una discusión.—¿Qué pasa? —preguntó, con el fin de entender la causa de la discusión.—La señora Irina no se siente bien, el doctor está aquí. Usted me dijo que, si lo necesitábamos, podíamos mandarlo a traer —explicó Jennifer, en un intento de desviar el tema. Sus ojos, hinchados y rojos, evidenciaban que su llanto.—¿Qué le pasa a Jenni? —demandó Nathan, caminó en dirección a su empleada. —¿Qué sucedió? ¿Por qué discutieron? ¿Mi mamá está mal? —Su mirada se movió de Jennifer a Ariadna.—Sí —respondió Ariadna con voz temblorosa—. El doctor dijo que sus pulmones están obstruidos —desvió el rostro, nerviosa—. Es mejor que él te explique; yo no entiendo bien los términos médicos.El rostro de Nathan reflejaba incertidumbre mientras miraba a su esposa; su
Ariadna abrió los ojos. Desde hace un tiempo, la pesadilla se había convertido en su dura realidad. «Ojalá pudiera dormir para siempre», pensó mientras se incorporaba de la cama, deshaciéndose del pijama con movimientos rígidos y mecánicos. Ese día iba a visitar a sus padres. No deseaba ver el rostro de su mamá; pero en esa casa se sentía intoxicada. Cuando las gotas de la regadera masajearon su piel, Ariadna se dio cuenta de que, una vez más, sus sentimientos se pausaron. El miedo, el dolor y la tristeza se fusionaron con la indiferencia. Horas antes, su esposo le dio un beso en la frente de despedida. Ella se resistía a acostumbrarse a esa vida. Aunque Nathan le prometía que, en cuanto llegara la fecha, le concedería el divorcio y podría rehacer su vida, la duda le susurraba al oído que dejara de ser crédula. Ese día optó por una ropa casual: un pantalón de mezclilla, una blusa de manga corta color negro y el cabello recogido en una cola alta. No usó ningún accesorio, ni siquier
Ariadna se sentó en una esquina del comedor, con la finalidad de evitar las preguntas personales que le hacían sus padres. —¿Estás segura de que no te sientes mal? —Su papá se levantó de su asiento, se acercó a Ariadna y, con un toque suave, le colocó la mano en la frente para descartar fiebre—. Si tu relación con ese hombre va mal, no dudes en decírnoslo. —Nathan —corrigió Ariadna sin darle importancia. —Sé su nombre —dijo el señor Acosta, y volvió a su silla, mientras su estómago ganaba volumen en las últimas semanas. Ariadna apartó su plato. —Estos últimos meses no me he sentido bien. —¿Qué pasó? —preguntó su madre, con una mueca de preocupación en el rostro. —He estado mal emocionalmente —confesó Ariadna. Nunca había hablado de cosas tan personales con sus padres, pero el aislamiento la agobiaba. Le vino a la mente el relato que había leído hace dos noches en su celular: el caso de Sarah, una mujer que vivía en una pequeña cabaña en el bosque para escapar de la agitada vida
La casa se volvió un completo caos. Los estruendos de los objetos estampados con violencia contra las paredes y el suelo de la mano fuerte de Nathan llenaban el ambiente. Ariadna lloraba con el cuerpo tembloroso, sentada en el suelo de algún rincón de la sala, a la vez que abrazaba con fuerza sus piernas.Jennifer hacía un enorme esfuerzo por calmar a Nathan, pero todo parecía inútil. No es que estuviera cegado por el alcohol; al contrario, sus sentidos estaban más despiertos que nunca.―¡Por favor, cálmate! ―rogaba Jennifer.―Dime que es una mentira, dime que esa estúpida dice mentiras.―¡Por favor, tranquilo! ―Lo sostenía con sus brazos alrededor de la cintura, como si fuera un abrazo en lugar de una lucha por apaciguarlo.Ariadna se concentraba en encontrar la manera de huir de allí; el tipo enloqueció frente a sus ojos. Por eso Jennifer se esforzaba por no dejarlo subir al cuarto de su madre. «Tengo que correr; si no lo hago, tarde o temprano vendrá a buscarme y me va a matar», pen
Una punzada en el estómago llevó a Estela a pedirle a su esposo que llamara al doctor o la llevara al hospital de inmediato.Iván Urriaga optó por la primera opción. La noticia que acababa de recibir lo dejó pálido y con la boca seca: su hijo mayor estaba encerrado tras las rejas, acusado de soborno a policías y disturbios en las calles.—Voy a marcarle al abogado.—¿Qué? Tienes que comunicarte primero con el doctor —le reclamó Estela, con la respiración entrecortada.Urriaga le dijo con voz firme que ella también tenía celular y podía llamar al médico sin problema. Además, insinuó que las razones por las cuales le llamaba al doctor eran cada vez más absurdas.—Me siento mal —bramó la mujer—. Es tu hijo a quien llevo en mi vientre.p—Es mi hijo quien pasó la noche en prisión. Pudieron pasar mil cosas; sé que te sientes mal, que la noticia te alteró los nervios, pero piensa un poco en cómo me encuentro. —Su mano temblaba y, con el teléfono en el oído, explicó de la manera más rápida qu
Desde el punto de vista de Nathan, la mañana siguiente a su encierro comenzó con un brillo artificial a través de la ventana de su celda. Había pasado la noche en blanco, inquieto sobre el duro colchón mientras su mente se atormentaba con la reciente revelación. Cada hora que transcurría en la prisión parecía estirarse en una eternidad de desazón. Su corazón latía con fuerza cada vez que recordaba su situación actual.Finalmente, después de mucho tiempo de estar solo, con la cabeza al borde del colapso, fue llevado ante el juez. La frialdad del pasillo contrastaba con la ansiedad creciente en su pecho. La sala del tribunal era un escenario intimidante, lleno de funcionarios judiciales y el eco de la autoridad que Nathan sentía aplastante.El juez, con el ceño perpetuamente fruncido y una expresión implacable en su rostro, revisó los cargos contra Nathan con una mirada severa. La conducción imprudente y el intento de soborno a la policía se presentaron como crímenes graves, y el juez n
Las preguntas fueron precisas, sin palabras innecesarias. No obstante, las respuestas provocaron un sobresalto en su corazón. La habitación se hizo gigantesca; a su alrededor, las paredes se expandían. Sus piernas flaquearon y, en respuesta, se desplomó de rodillas, sin poder retener las lágrimas.El peso de la realidad se hizo tan inmenso que Nathan percibía que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor.—Tú eras la persona que más amo. —Sonrió con los ojos cargados de llanto—. Estaba a punto de convertirme en un asesino y… —Un nudo se formó en su garganta, y no pudo terminar su oración.Cada elemento que diseñó, sus ideas, su creciente odio... Todo se volvía contra él. Nada valió la pena; se amargó la existencia por cosas que nunca fueron reales. Para ese punto, no sabía si en su mente se repetían fragmentos de recuerdos o simplemente eran ideas de odio infundado que lo hicieron crear escenarios ficticios.—Todo estará bien —le dijo Jennifer sin tener el valor de acercarse a él.