Espero que les esté gustando la historia hasta aquí. Les agradezco sus comentarios, de verdad eso me ayuda bastante.
La luz blanca de la tienda lastimaba sus sensibles ojos. Mía deseaba que su atuendo fuera una sorpresa; sin embargo, Iván insistió en acompañarla. En un día normal, ella vestía unos jeans y una blusa sencilla, más aún si se trataba de atender en la ferretería de su tío.―Este me gusta ―dijo Iván, mientras señalaba un vestido blanco entallado en el aparador con escote descubierto.―No estoy segura ―respondió Mía con los ojos entrecerrados. El corte era lindo y se imaginó cómo resaltaría sus curvas, pero el problema radicaba en su suegra. Aunque no lo dijera, se percibía cierta tensión con ella.―Bueno, no sé mucho de vestidos ―Iván se encogió de hombros. Los pies le dolían; ya habían visitado tres tiendas y lamentaba estrenar sus tenis para esa ocasión. En general, las compras le eran aburridas. No obstante, comprendía que lo que a él le resultaba tedioso, a las mujeres les fascinaba y entretenía.―Entremos ―pidió ella con voz suplicante, intuía que en cualquier momento su prometido le
Ariadna atendía a su suegra por la mañana. Los recuerdos de la noche anterior, por alguna razón, le daban una sensación de nerviosismo. Era evidente que Nathan era un mujeriego de primera.En un intento de despejar su mente y animar a la señora Irina, Ariadna se puso a platicar con ella y le hacía comentarios lindos sobre su apariencia, pero debido a la acidez que caracterizaba a Irina Karsson, casi siempre respondía que no había nada bonito en ella.—En mi juventud era otra cosa. Hoy soy una momia viviente —dijo con voz serena.—Sí, ya he visto las fotos y Nathan es físicamente igual a usted.—Eso es bueno, Urriaga no es precisamente guapo. Y el hijo medio agarró forma por la secretarucha.—¿Secretarucha? —Ariadna miró a su suegra con ojos entrecerrados.—Ah, perdón, Estela.Ariadna agachó el rostro.—¿Algo en especial que se le antoje comer hoy? —Ariadna intentó cambiar el tema.—Tienes suerte, mis genes son excelentes —dijo Irina mientras se acomodaba con mucho trabajo el turbante c
Las dos semanas se pasaron tan rápido que a Estela no le dio ni tiempo de asimilar lo que ocurría. Su estómago comenzaba a verse inflamado, y aunque todavía no confirmaba públicamente su embarazo, las sospechas existían. Sus pies se le hincharon tanto que, horas antes de la celebración de compromiso con su hijo, tuvo que ir a comprarse un nuevo par de zapatos.―El glamour no es nada en estos momentos ―dijo para sí, luego de elegir un par de zapatos sin tacón, cerrados en color crema.Cuando llegó a su casa, subió a recostarse en la cama debido a su dolor de espalda. Horas más tarde, con los ojos hinchados y entre bostezos, le mostró su atuendo a su hijo en medio de la sala.―Te ves hermosa, mamá ―le dijo Iván, y sintió el corazón conmovido al ver a su madre, cansada pero radiante, lista para su fiesta de compromiso―. Gracias por estar conmigo, a pesar de no estar de acuerdo.Estela se limpió las lágrimas.―Sabes que siempre contarás con nosotros. ―Se acercó a él y le dio un fuerte abra
En la soledad de su jaula, Ariadna se escondía bajo la sábana. «¡Esto es horrible! Mi vida es horrible, yo soy una persona horrible», pensó mientras lloraba a borbotones. La puerta de la habitación se abrió de manera abrupta y la figura grande e imponente de Nathan se mostró entre las sombras. Con el rostro serio y la mandíbula apretada, avanzó hacia la cama. La lámpara cálida brindaba una luz tenue al cuarto.—Perdón —le susurró a su esposa—. Ese tipo es un idiota que no tiene cerebro y no se mide en las idioteces que dice. Ariadna se quitó la manta de encima y, sin importar lo ridícula que se viera, encaró a Nathan y le gritó que él era culpable por llevarla en contra de su voluntad. Esperaba que él le replicara algo o bien, que se burlara de sus lloriqueos; sin embargo, Nathan le sostuvo la mirada y su rostro se mostró afligido. —Soy un imbécil, hijo de puta —reconoció y enseguida se sentó sobre la cama. —Quiero estar sola, vete —le dijo ella entre sollozos. —Tú eres hermosa
Nathan volvió a entrar al cuarto con un paquetito plateado en la mano derecha. Contrario a lo que creería, Ariadna se sentía cada vez más húmeda y caliente. Al cabo de los minutos, volvieron a fundirse en un beso cargado de pasión.Los dedos de Nathan entraban y salían de su interior con movimientos lentos. De nuevo se puso sobre ella, la miró, con su duro mi3mbro contra su entrada, rozaron sus labios y comenzó a entrar lento.Ariadna había escuchado que la primera vez era dolorosa, hasta traumática, sin embargo, anhelaba experimentarlo por sí misma.Un gemido ahogado salió de su garganta y quedó perdido entre los suspiros de su esposo, mientras él susurraba entre caricias lo hermosa que era. En tanto la gruesa punta se daba paso en su interior.—¿Duele? —le preguntó él con voz ronca, y el rostro fundido en lujuria.Ariadna asintió con los ojos entrecerrados, sus muslos se hicieron gelatina, el ardor en su interior aumentaba. Respiró hondo, y después agarró con fuerza los hombros de N
Los días posteriores, Ariadna había adoptado una actitud reservada. Bajaba por su cena con la intención de no encontrarse con su esposo. Las pocas ocasiones en las que veía de frente a Nathan eran cuando visitaba a su suegra. Ella siempre desviaba la mirada y hablaba lo mero necesario con él. Por su parte, Nathan interpretaba ese comportamiento como una muestra de lo arrepentida que estaba su esposa de haber estado con él. No quería darle muchas vueltas al asunto y de hecho se convencía de que las cosas eran mejores así. Su padre, de nueva cuenta, se comunicó con él, y le pidió disculpas en nombre de su hermano; también le dijo que su forma de llevar las cosas tampoco fue la correcta. ―¿Entonces debí darle un besito a tu estúpido hijo malcriado por insultar a mi esposa delante de los demás? ―No traté de decir eso, hijo, te suplico que entiendas que todo esto es complicado. Por eso te pedí que acataras el deseo de tu hermano y no llevaras a tu esposa. ―Eso nunca va a pasar. Las per
Sus respiraciones entrecortadas se unían. Ariadna reprimía sus gemidos mientras Nathan la atraía hacia sí, sentado en el borde de la cama, con sus manos alrededor de la estrecha cintura de ella. Le quitó la blusa para besar sus senos, y la presión de su miembro contra la entrada de su mujer, incluso con su pantalón de vestir todavía puesto, le resultaba una tortura. Por más que quiso, no pudo soportarlo. Sostuvo las caderas de Ariadna y se levantó. Después quedó tumbado encima de ella sobre la cama.―Esto es tan... ―no pudo terminar la frase debido al deseo desmedido que tenía de besarla, hundirse en ella y hacerla gritar su nombre.Ariadna se dejaba preparar, ya acostumbrada a que la lengua masculina recorriera sus pliegues. La dulce agonía de poder experimentar el dolor placentero del miembro de su marido le hizo sentir el rostro caliente.Los dos quedaron desnudos. Nathan se acomodó en medio de la cama, rozó el abdomen de su mujer con la yema de los dedos y después, con ambas manos
Respiró profundo con el objetivo de recobrar la compostura, luego abrió la boca y la cerró. En su interior, sentía sentimientos contrariados. Ariadna se puso su camisón y, acto seguido, le exigió una respuesta.―Ya hablamos sobre eso ―le espetó él finalmente―. Acordamos una fecha y repetir las cosas que ya se dijeron me da flojera.―Yo quiero irme. No quiero estar aquí ―Ariadna alzó su rostro al techo, agotada del tumulto en el que se había convertido su vida.―Tenemos un trato.―Pues rómpelo y hazle lo que quieras a Iván. ―Con ambas manos cubrió su rostro―. Mi familia sabrá defenderse sola.―Falta poco ―dijo él con voz áspera y se incorporó de la cama.―Eso no es mi asunto. Yo no quiero estar aquí ―insistió ella, sin perder de vista a Nathan hasta que salió del cuarto. Enseguida se puso de pie, se calzó las pantuflas y fue tras él.Afuera del cuarto de Nathan, trató de girar la perilla; sin embargo, él había cerrado la puerta con seguro. Ella la tocó con insistencia.―Abre. ―Se cubri