El demonio milenario Kairon Loguember, el gran jefe carmesí, uno de los pocos restantes de ese linaje sangriento y lujurioso, estaba entre los límites de la tierra y el infierno, en el pináculo más alto de la montaña encenizada por la lava ardiente que delineaban las colinas infernales.
A su lado, cientos de demonios nómadas y súbditos carroñeros. Era su morada meditativa. Miraba al cielo grifo con estupor, a ese cielo invisible y nebuloso. En un instante sintió como un rayo partio la oscuridad y la parte invisible de la tierra se volvió un poco traslúcida, para que los seres del bajo astral pudieran observar ese espacio que todos ellos tachaban de rastrero y servil. Relajo los músculos de su espalda, se merecía ese descanso, mientras esperaba la llegada de la hora frágil «denominaban asi, al tiempo en que la frontera espiritual que dividía el mundo humano con el de los demonios se dilataba y podían traspasarlo libremente». La aguja del reloj oxidado, apostado en otra cúspide borrascosa, alcanzaba la hora exacta. Uno de los demonios se le acercó para recordárselo. —Señor, ya solo faltan dos minutos para las tres pm, la compuerta se abrirá.—Retocio su cuello en señal de preparación física, sus esclavos lo imitaron como de costumbre. —Perfecto, hoy necesito dar un paseo por el bosque, ando en busca de algunos fugitivos. —Estaba hambriento por oler la muerte de esos traidores, con Kairon Loguember nadie se mete, el que se atrevia, estaba condenado a la destrucción absoluta. Su furia estaba desatada hacia la busqueda de dos demonios que se habían escapado del infierno luego de hurtarle algunas joyas y de paso follarse algunas de sus mascotas favoritas, así llamaba a sus putas. Su ego, dominio y control de su reino estaban en juego, no podía mostrar debilidad. Menos la vergüenza de cargar con ese insulto a sus espaldas. Lo podían hacer parecer débil y que estaba perdiendo poder. Tomó una copa de vino caliente que le entregó uno de sus demonios serviles. Luego de llevarse todo eso a su boca, aquietar su garganta ardiente con el dulce alcohol, lanzó la copa al vacío. Le encantaba ver la lava derritiendo el fino metal. Estaba un poco retirado de su hogar, pero simplemente era una búsqueda más. —Amo, ya es hora. —Miró el gran reloj con el campanar infernal. A 60 metros, en la cima, uno de los demonios esqueléticos se subía, con una fuerte sacudida la tocó. Su corazón amaba ese sonido poderoso. Pronto la superficie alta se hizo transparente. Para su asombro, no solamente sintió el soplo del aire terrenal, también le llegó un aroma que le anunció que lo imposible era una realidad viva; olía a puro, a blanco, a copos de nieve, a golosinas de fresa. Aspiró, suspiró nuevamente desde su posición. Cuando abrió los ojos, ensimismado por el deleite olfativo, se asqueo al ver los ojos saltones y babosos de los demonios carroñeros. Solo los demonios élite tenían buen aspecto; los demás eran puros huesos, o sino bagazos espumosos, llenos de una baba ambulante, de viscosos colores traslúcidos. Miró a la cima, entre el espejismo alcanzó a sentir que ese aroma tan exquisito venía de unas servidoras. Uno de sus súbditos esclavos interrumpió su deleite. —Al parecer tenemos visitas. ¡Amo!, —Le comento con una hiperactiva agria, era de los demonios más cercanos. El encargado de dirigir a los carroñeros. Esos espantos apestosos, solo los usaba para misiones terrenales —Ya lo sé, Danon. Al parecer tenemos muy buena compañía, una que huele muy bien.—Inhalo nuevamente, con más desesperación que la vez anterior. Al notar como el sello de lava en la palma de su mano izquierda, empezó, a encenderse, confirmo sus sospechas. «La encontré». Pensó. Sin tan siquiera estar buscándola. Se levantó de la enorme roca hirviente. pronto tendría una reina. Sus esclavos bramaron con sus poses ansiosas, ronquidos petulantes, todos esperaban sus ordenes para emprender la caceria. Nadie podía ser un demonio estirpe, sin dominios ni súbditos que los veneraran como a un dios. Estaban a su orden, mataban, destrozaban, solamente por darle el placer. Esos carroñeros eran los seres más viles y fieles que tenía. Cuando la tierra se terminó de agrietar para darle paso a el y sus subditos, comenzaron a emerger en un impulso. Se irguió, después se lanzó hacia la cima. Su cuerpo tenía la fuerza; la misma lava lo hacía emerger de una forma casi turbulenta. Ya estando en la superficie, con todos a su lado, cubriendo su espalda, el olor se hizo más intenso. Apenas fue consciente de cómo algunos carroñeros se alimentaron de una de las brujas más inquietas. El olor a miedo era uno de los condimentos más apetecibles para esos demonios, aparte se trataba de una insignificante bruja malva, la especie más gustativa para estos caníbales. Sus ojos vieron la escena en última instancia, al escuchar tronar sus huesos y el deguste chicloso de los demonios que se alimentaban con su carne tierna. —¡Isadora!.—Fue casi un rugido, desgarrador, lo que escucho de la bruja que lo tenía enloquecido con su olor. Tarde para ese lamento, los carroñeros la habían consumido. Diviso con más precisión a la servidora, prácticamente estaban frizada ante el encuentro con un demonio de su estirpe, rastreo el rostro de la inalcanzable. Aquella bruja que escondía la mayor parte de su silueta en una gruesa capucha, azul divino. Ver su rostro fue su ruina. En un momento los músculos de todo su cuerpo se tensaron, una flama violeta titilante entre sus pupilas, las iris brillantes, unos labios entre sensuales y angelicales, parecía casi prosaico que un demonio quisiera besarlos. Para un demonio como él nada era imposible. Las brujas gritaban, en específico esa. Vió a lo lejos a dos más, eran brujas de menor rango, parecían de la misma cofradía, pero sentía que aquella que ahora mismo yacía en el suelo, que lloraba y se sentía perturbada por la muerte de la tal Isadora, era una bruja "Mística". Doblegándose a sí mismo, entendía que nada podía ser inalcanzable para Kairon Loguerman. Él era un demonio carmesí, de los pocos de su élite, actualmente solo quedaban tres. Los otros dos restantes estaban prácticamente en las catacumbas del infierno, pudriéndose entre la m****a y sus viejos huesos. Él, en cambio, a pesar de ser el milenario más poderoso, prácticamente había reventado su poder. Solo dos seres estaban por encima de él: el oscuro y el mismo dueño del infierno, Lucifer. Rodó sus ojos por la figura grácil de la joven, entendió que debía doblegarla, y lo hizo. Minutos después fue para él un deleite ver cómo había atrapado su cuerpo, cómo la había proclamado su esposa. Ella era su destinada, su aroma y la sensación quemante del vínculo que los unía se lo revelaba. Esta cayó entre sus brazos, en un letargo oscuro, comprendió que era hora de llevársela, a las entrañas del infierno. La misión podía esperar, o tal vez podría mandar a un demonio cupido a cumplir su encargo. Tocó sus labios, la piel tersa con sus manos ásperas, y con la ceniza volcánica impregnada a su piel, era un contraste, ironías de la vida, cómo él, el más poderoso de los demonios carmesí, había sido emparentado con una bruja "Mística", de aquellas que pertenecían a la séptima dimensión. Miró el símbolo ensangrentado en la palma de su mano, ya estaban vinculados, según las leyes fijas en el infierno, era su esposa, prácticamente se habían casado delante de muchos testigos. Miró a sus súbditos, le hizo señas hacia abajo, informándole que ya había retirada. A pesar de ver cómo éstos se mantenían prácticamente frizados ante el panorama, tuvo que gritar la orden el mismo. —¡Carroñeros, retrocedan!. Tenemos que volver, abortamos la misión. —¡Oh!. —Dijeron al unísono, prácticamente sorprendidos.Con sus voces tropajosas, los demás demonios volvieron a repetir la orden. A él no le importaba, esta era una de las pocas oportunidades que tenía para experimentar un vínculo. Se saboreó al ver el hermoso cabello plateado de la chica, tampoco se limitó a tocar los abultados pechos, era una delicia, sin duda se la follaría por largas horas. La tomó entre sus brazos. Luego tocó trece veces el suelo, la tierra se abrió y pudo hundirse en sus profundidades nuevamente. Esa vez con un pequeño regalo a su lado.Olfateó con una intensidad abrasadora la esencia que venía a su lado, tampoco sus manos se limitaron, tocó su trasero. Total, era suya. La curiosidad lo estaba matando, le urgía conocer lo que estaba debajo de los trapos que forraban su cuerpo.—«¡Grrr!». —Gruñó y miró hacia atrás, todos los carroñeros los seguían, custodiando sus espaldas.A lo lejos podía ver su territorio. Intensificó el tono de sus pasos por unos más acelerados, tan fuertes que sacudían el polvo, hacían brotar chispas de fuego.Media hora de recorrido, en los extremos más cercanos del castillo de lava, el caliente infernal no era tan fuerte. Aunque sonara ilógico, más bien mantenía un halo cálido, sin vapor.Desde ahí, sus dos súbditos de mayor rango, despidieron a los carroñeros, por lo regular se quedaban al extremo del campo lúgubre, los otros pasadizos no lo podían atravesar, solamente eran para demonios de estirpe como él o los que seleccionaba para ser parte de su círculo de guerreros más cercanos. Nada de e
Le toco hacer una pausa de sumisión, su carácter asertivo y concentrado en la confrontación del mal, debía quedar dormido mientras permaneciera bajo los dominios de ese Demonio. Intentaba con esa misma calma seguir el ritmo acelerado del desplazamiento crudo de sus pies acostumbrados a su territorio, él no dejaba de gruñir como animal inquieto luego de ella escupir una mentira arriesgada, sobre un supuesto vinculo. Ganar tiempo era su prioridad, la pasaría muy mal si su cuerpo era corrompido por ese ser.La observación sería su mayor aliado para doblegar su espíritu siniestro. Sopesó en su andar reflexivo, entre los repuntes de sus pies cansados.—¡Camina más rápido, servidora!.—Le causó un leve sobresalto, el llamado histérico del demonio, que la había arrastrado a su hábitat hostil.—No refunfuñes, ya estamos llegando.—Estaban a pocos metros de lo que parecía la entrada. Respiro profundo, para no agotar su paciencia nata. Debía ser pura miel para endulzar esa fiera, marearlo en su
El demonio Carmesí no disimulaba su impaciencia, una vez dejo a Vieda encerrada en la habitación más cercana a la suya, bajo a su biblioteca. Boa, como fiel súbdito y mayordomo lo siguió al interior de ese espacio lúgubre, con olor añejo.—Amo, me preocupa su silencio.—Se atrevió a decir con voz estropajosa.Kairon, yacía sentado, con todo el peso de su enorme cuerpo, haciéndole presión a su sillón de monarca. En los bordes superiores estaban los craneos de sus peores enemigos, derrotados por su poder imponente, casi invencible.—Solo intento tener paciencia. —Los ojos terroríficos del demonio se encendieron, el débil esclavo lambiscón retrocedió, sabía que la pasaría muy mal, de su amo caer en una crisis de rabia roja, todos en el palacio sufrían cuando eso pasaba.—Mejor ve a decirle a tus sirvientes que preparen suficiente cena para esta noche, en horas de la madrugada volveré a subir.—¿Y la reina señor?.—Kairon miro al pequeño adefesio, en verdad ni sospechaba sobre los gustos de
El tiempo era un misterio, más dentro de la bruma que arropaba su visión cerrada, incluso su respiración colapsaba con los hematomas frescos de sus sueños. Su esperanzas estaban maltratadas, ese demonio Carmesí, se había encargado de aplastarlas con sus grandes pies y la feroz manera de arrastrarla a su nicho. Froto sus manos contra los contornos de sus delicados brazos, en un autoabrazo que le hacía recordar que aún estaba viva, tibia, con un corazón que palpitaba aunque fuera de miedo. Abrió sus párpados para contemplar más a fondo la espesura siniestra de la atmósfera, tampoco se reflejaba con tanta evidencia la esencia de su nuevo hogar; una cama con la tela oscura cubriendo su forma rectangular con cierta elegancia. Solo eso pudo divisar en todo el espacio, junto al contraste de la sombra del agua en una pared más alejada, como si se filtrara de entre las rocas. Parecía una cascada, hizo un esfuerzo casi titánico para levantarse del pequeño rincón que se había vuelto su r
Kairon Loguember lamía extasiado las fantasias recreadas, en su mente siempre perturbada por el deseo sexual, a la par devoraba la carne tierna de un cordero a mitad de cocción, se imagino por instantes que saciaba su apetito con la hermosa bruja que tenía encerrada en el segundo nivel de su castillo. Tiro los huesos destrozados sobre la mesa, en instinto animal, azotado por el deseo que no hacía más que crecer se froto su miembr0 con desesperación. Su vista inquieta se posó en Boa que yacía de pie, en una esquina apartada del comedor, pero suficientemente cerca para estar atento a sus movimientos o ha un llamado hiperactivo. Tomó la botella de vino y la llevo a sus labios a un cubiertos por la grasa animal, incluso rastros de sangre. En fracciones de segundos consumió el licor dulce, hasta secar la botella.—¡Burrrp, burrrp!. —La dejo sin más sobre la mesa, encamino su cuerpo hacia las escaleras, el poderío absoluto se planto en cada peldaño de la escalera, ya en el piso superior o
En verdad la condenada estaba bastante cerrada. Volvió a intentar entrar su punta frondosa con más fuerza. En la siguiente puesta, empujó con tanta violencia que pudo percibir el desgarro. Este a la vez lastimó su punta frondosa. —¡Joder, coño!. —Retiró la parte de su miembro que había atravesado la vagina estrecha de la bruja. Al sacarlo, afianzó su vista carmesí para tener mejor visión ante la luz tenue de la habitación. Notó que estaba bastante ensangrentado, no precisamente de la suya. Enfocó a la cretina, yacía inmóvil, incluso retraída por el aparente dolor, cuerpo vencido ante la conmoción del impacto poderoso de su verga. Volvió a repasar la sangre, sus tetas, la piel impecable de la bruja, con más determinación el coño a su disposición y semi desvirgado.—¡No jodas, una bruja virgen!.—Dijo con desprecio, nunca había tenido eso, siempre le habían gustado las hembras que sabían a lo que iban.—Se supone que soy mística, pedazo de animal. —La perra cretina fue muy grosera. E
Sus piernas temblaban. Temblaba bastante mientras se acercaba a la tina de agua fresca. Fue un gran esfuerzo de su débil cuerpo, drenado por las ansias calientes de ese demonio que yacía quieto sobre la cama, luego de apoderarse de su virtud. Sumergió una de sus piernas, luego otra con dificultad, se tambaleaba y su femineidad ardia. Fue alivio leve entregarse nuevamente a las aguas, mezclar su sangre y los fluidos pecaminosos del demonio con el líquido puro. No le dio pereza sumergirse completamente, intentando incluso ahogarse ante la impotencia de sentirse sucia. Igual estaba perdida. Se mantuvo levitando en su interior para abstraer su espíritu lejos de su cuerpo corrompido por el placer carnal. Quería morir. En ese momento se sentía a muerta en vida. Su cuerpo en sí, aparte de sus pensamientos, estaban en una misma sintonía. Dejó que su cuerpo se alivianara sobre el silencio. Sumergida, las leves burbujas comenzaron a emerger. Cerró sus ojos, contempló la oscuridad. Ese
La fatiga, la llevo a conciliar el sueño casi al instante, fue larga la acogida en la suavidad lúgubre de la cama, se acurrucó con recelo de su propia piel, no reparo en su propio pudor. Yacía desnuda, incluso el sereno tibio que visitaba la morada desde las afueras más caldeantes, se encargo de evaporar la humedad de su piel.Con un aparente amanecer, sus párpados se abrieron. Miro con insistencia a todos lados, hasta recordar que era una prisionera del demonio Carmesí, Kairon Loguember; para colmo, su destinada. Dio algunas vueltas infantiles en la cama, incluso pataleo intentando desvanecer la frustración. La acción tuvo fin cuando un leve ardor revivió entre sus piernas. Tocó su pelvis.—¡Oh Vieda!, ese demonio te destrozó. Los golpes fríos dolían más, ella había recibido bastantes en la madrugada, con brutalidad. Todo su cuerpo se retorció al recordar las vivencias, los pezones se ponían turgentes con la pizca del recuerdo de haber estado dentro de la boca humedad del demonio.—¡