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OSCURO
OSCURO
Por: Alexa Mcliz
Bosque/ Las tinieblas de Kairon Loguember

California, Marzo del 2015.

Debajo de las aguas y una oscuridad confusa, se abrazaron. Estaban escondidas, esa parada era una sentencia de lejanía. Sus pequeñas manos se mantuvieron unidas en el estrecho rincón. El lenguaje de su destino llegaba a los oídos de la pequeña de cabello plateado "Luna". Sol vió a su hermana llorar por primera vez. Le pasó con suavidad sus dedos, por su pálida tez con pecas andarinas.

—Esta muy caliente tu dedo.—Su hermana luna era una bruja mística, como su madre, en cambio ella era una diabla Carmesí, la herencia de su progenitor corría de una forma más pura entre sus venas. A pesar de su edad ya reconocían su naturaleza. Lo único que era ajeno a su inocencia era el rostro de quien las engendró.

No debía ser bueno, su mamá le temía.

Los chasquidos de unos pies las sacaron de su apego. Amaba a luna, desde el vientre de su madre habían compartido todo.

Cuando un foco las alumbró, un hilo de dolor la envolvió.

—Mis pequeñas. Ya es hora.—La voz dulce de la mujer que hasta ese momento llamo mami, se sentía algo quebrada, era injusto no volver a sentir su calor. Ya su mami no le cantaría antes de dormir. Luna lo sentía igual que ella, compartía esa conexión especial aunque en esencia fueran opuestas sus energías vibratorias.

—No quiero dejar a mí hermana, mami. —Hablo desde el corazón, se le desgarraba, una parte de ella moriría si las apartaban. Su madre Calló, las fuerza de sus rodillas se agotaron, retumbaron contra el concreto sólido del pequeño callejón donde estaban. —Por favor. —A pesar de ver su tristeza, de como sus suaves manos las acercaron a ella para reafirmar un abrazo, valió de nada.—No me abandones.

El tono lacónico no detuvo la inminente lejanía, su madre la cargo. A Luna la tomo de la mano. Caminaron un pequeño trecho, humedas, sus prendan dejando gotas sin rastros.

No dilató en ver como una señora se llevó a su hermana. Apenas sus dedos se tocaron con los de Luna.

A diferencia de ella, su hermana no lloró, su boca se limitó a marcar un mensaje en cámara lenta. "h-e-r-m-a-n-a". Tan silencio como sus sueños futuros de volver a estar unidas.

La penumbra, el ruido de las bombillas, fueron opacadas por el cierre de sus párpados, se aferró a su madre, mientras estaba andaba en dirección a un lugar desconocido.

Mutismo, movimiento, las ondas fueron bloquedas, se mantuvo quieta todo el viaje en tren. Al principio se colaban algunos rayos con esplendor, luego el ambiente se hizo opaco por completo. Su observación no se paralizó hasta ver un letrero asomarse en la lejanía mas alta, pareciera que colgará del firmamento. «Golden Land, 100 km» iría muy lejos. Sus lágrimas estaban demás, se tocó el pecho con suavidad. «¡No volveré a llorar!» recibiría su destino. Respiró profundo antes de soltar la mano de su madre y rodear su pecho con deseo de protegerse así misma. Está se la había sostenido desde que abordaron el tren.

—No me odies hija, está decisión es para protegerte a ti. Incluso más que a tu hermana. —Su madre tenía la voz más dulce que un caramelo de fresa. Incluso ni un chocolate relleno de mermelada se le asemejaba, cada palabra le acariciaba los oídos, ni hablar de lo cálido que se sentía estar a su lado, su rico olor a menta y a golosinas de fresa que le daban tanta paz. La amaba, tanto como a Luna. Le dolía la separación. La reprendió

—Abandonaste a Luna, igual como lo haras conmigo.—Su hablar era algo avanzado para su prematura edad, de 8 años. La misma energía desconocida que habitaba en su venas, la hacía ladina, en ocasiones con pensamientos algo perversos para su corta edad. Ya su madre se lo habia advertido.

—Hice lo correcto, ella estará bien...no quiero que ninguna sea condenada por las tinieblas. —La hermosa mujer de cabello plateado, tenía el alma herida, no era fácil abandonarlas. Más su plan no era olvidarlas, desde una distancia que no las ponga en peligro, las cuidaría. Había visto el futuro y deseaba cambiar algunas partes. Su Sol Grey, a pesar de ser una diabla, merecía una vida normal, su cercania ponía en peligro su paz, no permitiría que su hija se convierta en una diabla rastrera. Se negaba a verla en el infierno. Tomo nuevamente la mano que le había apartado. Su pequeña vaciló, sus ojos timoratos le advertían su descontento, no aceptó el desaire y la agarro con fuerza. Con el pulgar, acaricio la marca que tenía en su muñeca derecha, 7 veces para reparar el velo invisible alrededor de su sello.

Sus enormes ojos azules tenían muchas interrogantes, era una diabla sabía, en ocasiones irreverente con un sentido agudizado por sus genes carmesí. Las preguntas no necesitaron ser verbalizadas. El eco de su mente le resonaba, tenía el don de saber lo que sus hijas pensaban, si estaban a cierta distancia.

—Nadie puede saber que tienes ese sello. Mi pequeña.—Esa vez fue ella que soltó su mano.—Eso te protegerá del peor de los infiernos.—Literal, ya había visitado ese lugar.

De la mano de Kairon había sido arrastrada; la visión fue clara, el cuerpo le dió un "toc toc", de abertura a sus recuerdos, el rapto físico era un sacrilegio, pero el emocional y sentimental era la muerte en vida. Lo que huyó de ese monstruo fue solo un cuerpo albergando dos criaturas en su utero. Su corazón le pertenecía a el. Se mordió los labios hasta que el dolor contuvo una lágrima que amenaza con salir, más el llanto de su alma por la conexión rota.

Toda la bruma se disolvió, el día uno volvió a su mente, junto al apretón de Sol y el llanto seco de Luna al otro lado de la cuidad. Eran tres corazones unidos. Experimentaba en cada célula, de forma telepática el más mínimo de sus sufrimientos. Sol empezaba a dormirse. Se movió un poco para recostar su cabecita sobre sus piernas, era lo mejor, un viaje tan largo la podría abrumar.

Su hermosa diablita. Acaricio su melena azabache. Le recordaba a su padre la espesura de sus hebras. «Kairo». Suspiro con esa ansiedad primitiva que le hacía recordar sus sádicas caricias, producto del rezago de un amor tóxico.

Ese amor que enloquece, que duele por el tormento de saber que te puede matar en cualquier instante. Su alma moría a cada hora, así como resucitaba con una caricia perturbadora, una palabra seductora del monstruo que le arrebato casi todo.

Cerro los ojos, empezaba a viajar al pasado, junto al latir de su pequeña que reposaba tiernamente a su lado.

«Kairo». Susurro, nuevamente su voz interna.

9 años atrás, empezó a retroceder el tiempo.

"Su único error había sido irse en un viacrucis por el bosque Ontario, la espesa maleza había hecho que se extraviaran del camino, tanto ella como otras brujas hermanas de su cofradía de ángeles.

No eran las típicas brujas de aquelarre, su poder era más visionario, adoraban los querubines, leían sobre las aguas claras y las llamas de las velas blancas, tambien doradas. Sus ondas le daban luz, amaban las plantas curativas.

Cada toque de sus pies contra la tierra, la sentía hervir.

—Esto parece la antesala del infierno, hermanas.—No sentía el fuego, más bien un pequeño aliento tibio, proveniente de la tierra, le dió poco valor a las quejas de Isadora, la curadora con la que había compartido desde su niñez.—¡Demonios!. se me derriten las suelas de los zapatos.

—¡shh!,— Se giro para callar esa lengua que pronuncia el nombre de deidades oscuras. Era sabía y pura sabía que en ese bosque la pesadez era más tenebrosa y podían emerger criaturas rastreras. —No invoques el mal. ¿No querrás tener sorpresas desagradables?.—Isadora asintió. La notaba algo asustadiza, su rostro acalorado.

Se acercó a ella, tocó su frente, hervía. Busco con los ojos Nazaret y Blue. Estaban paradas cerca de ellas, ambas con auriculares que no las dejaban ser parte de la conversación.

Se acercó y le quitó los artefactos a ambas.

—¡Hermana!.—Una queja al unísono. Las gemelas tenían sincronizados el gusto, el despiste mental y ni decir sus lenguas vibarachas.

—No sean tontas, nosotras hablando a un lado y ustedes en su burbuja cantora.—Las reprendió, con la autoridad, que le confería el ser una Mística. —Debemos buscar un río, Isadora arde en fiebre.

—¡Hermana!.— Replicaron, al mismo son. Esa vez sus ojos mostraban tormento. Sus dedos señalaron al suelo, cubierto de naturaleza muerta.

Su vista se guío por la dirección marcada por sus dedos temblorosos. El vapor derretía los auriculares. Peor, la tierra se abría, una mano carroñosa emergia, como parte del escenario que empezaba a tornarse más oscuro.

Los cuervos despegaron con el rugir inesperado.

—¿De dónde habra venido ese ruido?.—Musito, con tormento interno, no podía extrapolar sus peores miedos.

Un olor a tabaco con una mezcla de azúcar quemada y bergamota, le invadió los sentidos, no le repugno. Pero le daba miedo. Cuando el humo rojizo con matices de lava volcánica, le hicieron estrías de fuego al pedazo de tierra que las sostenía se empezaron a mover.

—¡Corran!. —Las gemelas reaccionaron al instante, en cambio Isadora parecía encandilada, una mueca de payaso circense, desfiguraba su rostro serio.

Pareciera que viera una visión. No sé quedó para ver si había alguna onda invisible atrayendola, la jaló con fuerza. Casi la empezó a arrastrar.

Unos metros más adelante vió a las gemelas, las esperaban detrás de la línea, con un marcado en curvatura confusa.

Su salida jadeante, un suelo que se estremecía, casi la hace tambalearse y besar un enorme tronco. Miro atras para ver la zona que dejaban atrás, igual la línea que se marcaba en sus límites.

—¡Sacrilegio, es tierra m*****a!.—Isadora balbuceo, con las pupilas dilatadas.—Necesito volver.

La tierra empezó a temblar otra vez, un humor rojo, prolifera con el rugido de la tierra blanda. Por primera vez en su vida sintió miedo. Isadora se había acercado mucho al círculo. Cuando intento detener su avance, las simples grietas se volvieron zanjas. Desde su interior tosió. El aliento hecho azufre. Sus sentidos se marearon, con la perdida del equilibrio su cuerpo se desplomó, las fuerzas se ausentaron. A unos metros otros dos cuerpos también sucumbieron al olor purulento.

Intento mantenerse tranquila, contener la respiración, su vista se ceñía a la espalda de Isadora. El aire contenido, casi se quiebra cuando los causantes del furor rojizo en el ambiente, terminaron de quebrar la tierra.

Demonios simples, más el ,"demonio real" . Contempló sus formas, su vestimenta de cuero negr0, con destellos carmesí, la respiración entrecortada no solo era el miedo y la atmósfera vegetal contaminada por esos seres del bajo astral. Su propia conciencia pura la estaba traicionando. Se desviaba al ver las partes de su torso desnudo. Su pelo espeso con el brillo más palpable de una noche sin estrellas.

Las notas de azufre bajaron su concentración y pudo respirar, para ventilar sus pulmones. Pero sus cuerpos seguían inmóviles, tal cual.

Una de esas bestias rastreras que acompañaban al demonio de estatus, comenzó a lamer a Isadora. Con hambre aciaga se enterraron en las profundidades.

Su corazón se revolcaba de miedo, al ver como sus ojos le transmitieron el terror. Por fin pudo gritar.

—¡Isadora!.—Fue casi un rugido, se desgarró. Sentia su dolor a través del vínculo, en un instante su espíritu estaba errante. Esos malditos la habían consumido. Isadora estaba muerta.

Nazareth y Blue chillaban. Miro atras a pesar de percibir los ojos de un color indescifrable de ese demonio clavándose en su cuerpo.

—Hermanas. —Por Igual, lloraban aún más que Isadora mientras se desvanecía en las profundidades de ese fuego. Intento gatear para alcanzarlas, en ese intento la capucha que guardaba su largo pelo platinado resbalo, su melena comenzó a barrer las hojas secas del suelo.

—¡Alto, servidora! .—La voz ultratumba, con tono de trueno ensordecedor, aquieto sus intentos por ir hacia sus hermanas. Se sacudió, aunque el miedo no se desprendió de su cuerpo. Se agudizó aún más, al ver que estaba a su lado. —¿A dónde crees qué vas?.

Intento apelar a la piedad, dijo lo primero que le llegó a la mente.

—Perdóname señor, mis hermanas y yo nos iremos. No volveremos a pisar su territorio. —Una súplica sin acogida. Solo había que ver la mirada penetrante e intensa con que doblegaba su fuerza de voluntad.

Era tan apuesto como terrorífico. Su boca se apretaba. Su respiración agitaba su pecho, no pudo dejar de pasear sus ojos con poco pudor por las líneas marcadas de su abdomen desnudo, sus fuertes brazos tatuados. Termino tapándose el rostro. Estaba pecando, faltandole al pudor, su estirpe "Mística" iba en contra de esas sensaciones lascivas que el demonio empezaba a despertar en su piel y más allá de sus entrañas.

—Ya es tarde servidora. —Retorció sus labios, tensando su mandíbula, con el mover de su cuello. Incluso trono algunos huesos de su cuerpo antes de bajarse, para estar a su nivel. —Me perteneces.—Esas palabras la quemaron, solo un rayo que partiera en dos mitades su cuerpo podía asemejarse al fuego que golpeó su interior.

No sabía si era su olor, el color tan particular de sus ojos, un miel pardo, con destello rojizo alrededor de sus pupilas. Abrió la boca para tomar una bocanada de aire. Cerro sus párpados. « Se rendiría, no le ganaría a ese ser oscuro».

—Puede matarme. —La más cobarde rendición mostrada antes. —Igual no puede llevarme con usted. Soy una bruja "Mística". Las entidades como usted no pueden llevarnos así no más.—Máteme.—Le reiteró, con tranquilidad.

—Tienes dos opciones, en una de ellas las tres viven y en la otra...las tres mueren.—Miro atrás, sus hermanas temblaban, los demonios carroñeros las rodeaban; se lamió los labios con terquedad, sin sospechar la lujuria que esos ademanes nerviosos despertaban en el demonio Carmesí.

—Quiero que mis hermanas vivan, tienen hijos que esperan por ella, igual que la bruja que tus esclavos carroñeros, acaban de arrastrar al infierno.—Isadora había partido.

—¿Y tú?. —Se acercó mucho a su rostro.—¿Quién te espera?.—Todo en el era más pecaminoso que lo que había escuchado de esas entidades, no era cualquier demonio. Su aura y como los demás estaban cerca, al pendiente de sus movimientos. Delataban su superioridad.

—Solo mi templo, mis hermanas de magia.—Su rostro rudo marco una sonrisa entre sensual y siniestra.

—Entonces cambiaremos sus vidas por la tuya. —En esas últimas palabras el aliento de ese ser la estremeció a un más. Fue mayor la sacudida, al verlo sacar su daga y hacer una herida geometríca en la palma de su mano derecha, un triángulo del cual brotaba sangre que lo hacía parecer un ser normal.

—Toda mi vida he estado preparada para morir. —Estaba vencida, igual ni correr le serviría, decenas de demonios las rodeaban.

—Dame la palma de tu mano izquierda.—Le ordenó.

—Primero, déjalas ir.—No era tonta. El posiblemente la matará, después iría por ellas. Veía la daga, en su filo puntiagudo, colgaba una gota de su sangre.

—¡Carroñeros. Liberen las servidoras!. — Indudablemente era el lider, su tono soberbio y autoritario, fue obedecido al instante. Sus hermanas no pusieron en movimiento sus pies con pasos precisos, con timidez trémula apenas se acercaron a ellos.

El demonio dominante, les lanzo una mirada fulminante, de esa que podía causar un paro en segundos.

—¡Largo!, antes de que me arrepienta y le ordene a mis hombres devorarlas vivas.

—¡Obedezcan!, por favor.—Su palabras tenían el sentido de hermandad, autoridad y súplica a la vez. Sus ojos lo corroboraron. Le lanzo esa chispeante súplica. En ellas interpretaba la duda, la tristeza y la desolación.

Suspiro cuando las vió irse, correr de vuelta, una parte de ella sintió paz. Un ligero descargo antes de su muerte.

—¡Hazlo!.—Le ordenó al demonio, que no le quitaba los ojos de encima.

Se cerró a la visión al verlo cuadrar la daga. El ardor de la punta marcando su piel delicada fue dolorosa. Sentía como su sangre brotaba. Eso era sadismo. A su entender, quizás luego la despellejaria.

Su sorpresa casi la deja en taquicardia. Unió sus manos, la mezcla de ambos líquidos, le causó una sensación casi sobrenatural. No bien se repuso a esa energía, las palabras del demonio la hicieron perder la noción del tiempo.

—¡Ahora eres mi esposa. La mujer de Kairon Loguember, un carmesí!.—Su lucidez se apagó antes de terminar de escucharlo.

Todos los demonios bramaron, ante la proclama de dominación. Ella solo pudo hacer una cosa. «Quedar en completa oscuridad» .

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