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—Cuando me lo dijeron, dije, tiene que ser una broma, pero verte aquí, de verdad, es una alegría que puedo explicar.

—Gracias, señor—es lo único que ella podía decir, detestaba tanta la sonrisa de suficiencia que se cargaba Franco, lo único bueno que podía estar lejos del ogro—Todo sea mientras en recursos humanos consiguen una nueva empleada a quien pueda asesorar en lo poco o mucho que puedo saber.

Ella le hablaba, pero él solo veía, él escote de su vestido traje, veía sus caderas infundadas en esa ropa que le quedaba como guante, era como si algo extraño lo atrajera hacia ella, era sus ojos, el hoyuelo en su mejilla derecha tal cual lo tenía ella, aquella mujer que, para su cabeza, no fue práctica, podría haber dado el mundo a sus pies, pero se rehusó por minucias tontas.

—No me gusta que me digan, señor, pero a ti te lo paso. Voy a dar una vuelta por la empresa, puedes quedarte organizando, no sé lo que tenga que organizar.

—Señor, debería revisar la agenda de hoy, verificar l
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