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—Hable con mi padre, no hay problema con eso.

—Como usted diga.

—¿Se siente bien? — Acercándose a ella, quien estaba sentada dentro de su oficina. Elizabeth no podía creerlo, estaba tan tranquilo, no explotaba, no la atacaba. En cambio, se mostraba dócil, demasiado manso, lo cual era totalmente contrario a su personalidad.

—Sí, señor, ¿Está enfermo? —Toco su frente para verificar que no tuviera fiebre.

—No, pero gracias por preocuparte—Acariciando su mano, para bajarla, era algo torpe, pero según él estaba intentando conquistarla, pero, aunque quería actuar natural, verla a los ojos de esa forma, estaba siendo tan hipnótico que por poco y perdía la noción de su propósito.

—Mejor me retiro a hacer mis deberes.

—Vas a caer, te lo aseguro, Elizabeth, vas a caer y cuando eso, pase, le demostraré a mi querido hermano, que yo también le puedo quitar lo que tanto ama, ¡Maldita sea, estás tan hermosa! No sé qué me pasa, vamos, Bastián, sabes qué quieres, vengarte del desgraciado que dice se
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