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Ella miraba el reloj, esperaba que marcaran las cinco en punto, estaba cansada, ese día había sido más que agotador, no sabía cómo haría como dos semanas en ese trayecto de ir y venir, los hermanos Barbieri la volvían loca, cada uno con su manera de ser, uno por relajado y otro por ser demasiado exigente, pero con este último debía admitir que de alguna manera le gustaba como se retaba a sí mismo, como se esforzaba, como nunca descansaba, siempre buscando una solución sin importar que esto signifique estar importunándola con sus exigencias absurdas.

—Ahora quiero el número sesenta y siente

—Pero le traje el sesenta y seis y sesenta y ocho tal cual me indico.

—Ahora quiero el sesenta y siete y no quiero que andas cruzando ni de chiste a la oficina de mi hermano, tu tiempo es mío hasta tú lo has dicho.

—Es insoportablemente buen presidente— Dijo entre dientes, mientras como si una carrera se tratara, tomo su bolso y salía corriendo, podía escuchar como la llamaba, pero sabía que ya ha
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