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—Se nota que no lo hace muy seguido, aunque se llenó la boca de decir lo contrario.

—Cuidé la manera de hablarme.

—No estamos en la oficina, por lo tanto, puedo hablarle como yo quiera.

—Aproveché que de siete a cuatro su tiempo y su vida me pertenecen.

—De lunes a viernes, los sábados hasta medio día, después de eso mi tiempo me pertenece, como ahora que puedo decir o actuar como quiera, allá usted que insistió en mis lecciones de baile, que la verdad no entiendo por qué, si estoy viendo que resulta pésimo compañero para aprender.

Mientras indicaban que debían cambiar de paso, uno donde él debía tocar su espalda baja y, aunque no tenía un vestido descubierto como la última vez, eran los recuerdos que trajeron esa sensación de electricidad que venía desde la punta del pie a hasta la última hebra de su cabello.

—Muy bien, miren a su pareja a los ojos, conecten con ellos, imaginen qué es su mundo —indicaba la maestra que les daba clases a ambos de manera privada.

—¿Es necesario?

—Lo pon
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