—Quiero atraparla con el celular, con la Tablet, conversando o llegando luego de su hora y no lo consigo, busco alguna falla en las cartas que le mando a redactar, alguna reunión no programada ni siquiera la que digo que ya no quiero, logra acomodar todo para no quedar mal parada, nada se le escapa, cuando la vi y oí hablar con los chinos juro que quería reírme, porque pensé que se veía ridícula, pero como ellos respondían e interactuaban me daba cuenta de que era lo contrario a lo que pensaba.Él trataba de pensar alguna manera de sacarla de ahí, pero nada parecía que lo hiciera mal, aunque hoy era el último día de entrenamiento, puesto que se quedaría sola, esperaba que a partir del lunes no tuviera otra cosa que hacer más que equivocarse.—Señor, su café, tal como me indicó—. Entraba ella tocando antes de entrar, ni eso hacía mal, se giró y lo endulzó ligeramente con un toque de leche. Elizabeth tenía una sonrisa de suficiencia que nada podía hacer para que desaparezca, sabía que
—Es una reunión muy importante, el futuro de mi empresa depende de esta reunión.—La empresa de los Barbieri se refiere usted—Sin una mueca de sonrisa o burla, era como rostro de póker, no podía reclamarle nada porque estaban a punto de ingresar a salón escogido para la ocasión, de pronto a lo lejos aparece Franco e Ivanna, Elizabeth se tensa y sin querer casi choca con su jefe.—Compórtese y le repito: no cometa alguna torpeza.—Si, señor, como ordene, permítame que voy a revisar que todo esté perfecto como usted requiere.—Recuerda que ya tienes un straig y estoy ansioso porque cometas un error.—Y yo por demostrarle que se equivoca—Se marchó contorneando las caderas enfundadas en ese vestido negro que le llegaba dos dedos por arriba de las rodillas, con escote profundo en la espalda y el frente todo cubierto, su cabello de un lado con esos pendientes dorados la hacía ver elegante, sexy y el foco de muchas miradas, algo que enfadaba en demasiado a Bastián.—Esta mujer viene a trabaj
—Se nota que no lo hace muy seguido, aunque se llenó la boca de decir lo contrario.—Cuidé la manera de hablarme.—No estamos en la oficina, por lo tanto, puedo hablarle como yo quiera.—Aproveché que de siete a cuatro su tiempo y su vida me pertenecen.—De lunes a viernes, los sábados hasta medio día, después de eso mi tiempo me pertenece, como ahora que puedo decir o actuar como quiera, allá usted que insistió en mis lecciones de baile, que la verdad no entiendo por qué, si estoy viendo que resulta pésimo compañero para aprender.Mientras indicaban que debían cambiar de paso, uno donde él debía tocar su espalda baja y, aunque no tenía un vestido descubierto como la última vez, eran los recuerdos que trajeron esa sensación de electricidad que venía desde la punta del pie a hasta la última hebra de su cabello.—Muy bien, miren a su pareja a los ojos, conecten con ellos, imaginen qué es su mundo —indicaba la maestra que les daba clases a ambos de manera privada.—¿Es necesario?—Lo pon
—Hola, preciosa.—Hola, Candy, no entres a la oficina sin tocar, mi jefecito vino de un humor tan bonito.—Va a empeorar cuando le diga que, agrego puntos suspensivos a mi oración.—Qué dramática—. Mientras enviaba correos y veía cotizaciones, siempre deseaba estar por un paso delante de los que su ogro jefe le pedía; tenía una misión: ser indispensable hasta ser notada.—Que su padre quiere que apoyes a su hijo mayor unos días mientras llega la nueva asistente, es que ya terminaron su oficina.Aquella noticia dejó sin habla a Elizabeth, se supone que debía estar cerca de su ex, tan cerca como para tentarlo, pero a la vez tan lejos como para que la desee. No siempre las cosas salen como lo planeas.—Soy nueva, no llego ni una semana sola en el puesto, no puedo pedirme algo como eso.—Cariño, son los jefes, pueden hacer lo que les dé la gana, por algo nos pagan un excelente sueldo, además te has vuelto indispensable en varias áreas, no sé cómo haces para estar pendiente de todos, aunqu
—¿Dónde se supone que vas?—Lo siento, pero son asuntos que no me es permitido revelarle.—¡Soy tu maldito jefe y te exijo que me digas dónde vas!Explotando de un momento a otro.—¡No me grite! Es mi jefe, no mi esclavizador, aunque muchas veces se le olvida en qué época vivimos.—Le dije que me respete, soy su jefe, no un tonto practicante.—¿Pide respeto? Antes de pedir, debe dar lo mismo, respete para que lo respeten. A mí no me va a tratar como le dé la gana, aprendí en esta vida que no puedo vivir a punta de miedo, con su permiso o sin su permiso, digamos que son órdenes superiores.—¿Vas con mi hermano, cierto? — Sujetándola del brazo, de manera ruda e innecesaria, otra vez siendo espectadores algunos empleados del área.—¿Le gusta ser el centro de atención?, nos están viendo, ahora gracias a ustedes van a estar comentando y pensando cosas que no son — Él no se había dado cuenta en que momento la había sujetado, ella tenía ese poder de hacerlo en ser irracional, un ser que no e
—Señor Barbieri, me siento halagada y a la vez intrigada sobre su llamado.—Toma asiento, claro, te entiendo— No era un buen día para Gabriel Barbieri, el patriarca del clan, se había sentido cansado de hacía casi una semana, por eso no había ido a la empresa desde hace días.—Muchas gracias.—Voy a ser franco con usted. Quiero pedirle un gran favor, que tal vez te sorprenda, pero es sabido que mi hijo mayor Franco está próximo a tomar un cargo en presidencia y necesito una secretaria tan eficiente como tú para que sea su mano derecha—¡No! — Fue lo primero que salió de su boca, casi como un grito, trató de recobrar la compostura cuando se dio cuenta de que podría ponerse en evidencia. —Disculpe, me refiero a que no puedo. Yo soy relativamente nueva en la empresa, hace cerca de un mes, del cual la mitad fue con entrenamiento. No soy la persona realmente capacitada para algo como eso, hay muchas responsabilidades.—No soy del tipo de hombre que halaguen a sus empleados, pero contigo
—Cuando me lo dijeron, dije, tiene que ser una broma, pero verte aquí, de verdad, es una alegría que puedo explicar.—Gracias, señor—es lo único que ella podía decir, detestaba tanta la sonrisa de suficiencia que se cargaba Franco, lo único bueno que podía estar lejos del ogro—Todo sea mientras en recursos humanos consiguen una nueva empleada a quien pueda asesorar en lo poco o mucho que puedo saber.Ella le hablaba, pero él solo veía, él escote de su vestido traje, veía sus caderas infundadas en esa ropa que le quedaba como guante, era como si algo extraño lo atrajera hacia ella, era sus ojos, el hoyuelo en su mejilla derecha tal cual lo tenía ella, aquella mujer que, para su cabeza, no fue práctica, podría haber dado el mundo a sus pies, pero se rehusó por minucias tontas.—No me gusta que me digan, señor, pero a ti te lo paso. Voy a dar una vuelta por la empresa, puedes quedarte organizando, no sé lo que tenga que organizar.—Señor, debería revisar la agenda de hoy, verificar l
Ella miraba el reloj, esperaba que marcaran las cinco en punto, estaba cansada, ese día había sido más que agotador, no sabía cómo haría como dos semanas en ese trayecto de ir y venir, los hermanos Barbieri la volvían loca, cada uno con su manera de ser, uno por relajado y otro por ser demasiado exigente, pero con este último debía admitir que de alguna manera le gustaba como se retaba a sí mismo, como se esforzaba, como nunca descansaba, siempre buscando una solución sin importar que esto signifique estar importunándola con sus exigencias absurdas.—Ahora quiero el número sesenta y siente—Pero le traje el sesenta y seis y sesenta y ocho tal cual me indico.—Ahora quiero el sesenta y siete y no quiero que andas cruzando ni de chiste a la oficina de mi hermano, tu tiempo es mío hasta tú lo has dicho.—Es insoportablemente buen presidente— Dijo entre dientes, mientras como si una carrera se tratara, tomo su bolso y salía corriendo, podía escuchar como la llamaba, pero sabía que ya ha