Cuando su madre se enteró del asunto del "rubí de la discordia", estuvo a punto de arrancarle la cabeza.—¿Cómo es eso de que estás en los tabloides de chismes? ¡¿Para eso te crié?! ¡¿Para eso fuiste tan brillante?! ¡Para que te volvieras la comidilla de la farándula!—Ma, estás exagerando un poquito.—¡Es que no tienes límites, Genevieve! —le había gritado Agatha con fuerza, sacudiendo los brazos. Su madre se había convertido en un torbellino rojizo por toda la sala del apartamento compartido con Carla, ya que allí no estaba Leonardo, y era mejor tratar el asunto a solas con Agatha—. Fíjate nada más en lo que sucedió. Lo que sucederá. ¿Cómo fuiste tan descuidada? ¡Por favor!—No fui exactamente descuidada —murmuró la pelirroja cuidadosamente, porque okey, no fue su culpa por completo. Sí, se equivocó el día que aceptó ir a esa gala benéfica en compañía de Le Roux, fue el día en que todo empezó, cuando la tomó de la cintura; lo del rubí y los rumores. El resto fue un efecto dominó que
El sol de Tenerife calentó su piel pálida y desnuda, lo que fue más que perfecto para Leonardo.Con ese bikini rojo, Alessa logró volverlo loco. Dos diminutos triángulos de tela cubrieron sus senos apetitosos. Un insulto de protección para esos pechos deliciosos. En la parte inferior esa tanga moldeó su hermoso trasero, perfecto para apretar y tocar. Sexy era poco. Leonardo fue incapaz de quitarle las manos de encima desde —Si sigues así, Leo, arruinarás mi bronceado —la oyó refunfuñar desde arriba, su vocecita sonando divertida y sin aliento. Un mayor incentivo.Por supuesto, Leonardo estaba muy ocupado besándole las rodillas. Alessa se había acomodado en una tumbona en la playa y, dos minutos después, él ya estaba encima de ese cuerpecito carnoso ofreciéndole adoración con besos mariposa y caricias burlonas. Era una tortura, no solo para él, lo podía confirmar por la forma en que ella respiró y se retorció debajo de él.Leonardo sonrió contra su piel caliente y sonrojada por el sol
Despertar con los besos de Leonardo ya se estaba volviendo una hermosa costumbre. Fue único, especial... Aunque despertar con su polla enfundada hasta lo más profundo de ella, fue una experiencia deliciosamente visceral. En esas ocasiones, todavía tuvo sus besos, en el cuello, en los hombros o en la oreja, mientras su respiración agitada siguió el ritmo castigador de sus caderas contra las de ella. En esas ocasiones, cuando la tuvo mareada y drogada de placer, la obligó a despedir a cualquiera que viniera a interrumpir. Alessa se apretó desde adentro con cada una de sus órdenes. Y era una experiencia que repetiría una y otra vez.—¿Quién es? —le preguntó Leonardo sin aliento, cuando el celular de ella cantó sobre la mesita de noche.Revisó el identificador de llamadas.—Jmm, es Carla —contestó intrigada. Qué raro, había conversado la noche anterior con su mejor amiga hasta que se hizo muy tarde. Solo llamaría si tuviera algo importante que decir—. ¿Qué pasó, Carlota?—¡Tienes que jode
—Siendo honesta, todo ha sido mi culpa desde el principio.Las suaves palabras de Alessa lo hicieron mirarla fijamente desde el otro lado de la mesa, durante la cena en un restaurante. Leonardo colgó la llamada con Reynolds, quien mantuvo vigilancia alrededor de la familia Sinclair.—¿A qué te refieres? —le preguntó, colocando la copa de vino canario junto a su plato de pescado relleno al horno.Alessa jugueteó con la servilleta antes de beber un largo trago de vino. Leonardo enarcó una ceja y esperó, cada vez menos impaciente.—Alessa.—Mm —tarareó ella, mirándolo por encima del borde de la copa. Cuando él endureció su semblante, la pelirroja finalmente dejó los rodeos y respondió—: Las libertades que se da Le Roux con respecto a nosotros siempre van a ser mi responsabilidad.—Princesa —se pellizcó el tabique de la nariz—, por favor deja de decir esas cosas.—¡Es que es la verdad! —protestó la pelirroja, pellizcando el borde de su labio inferior.Leo no pudo evitar ver sus labios magu
—Es diferente —protestó ella después de un segundo, de dos, de tres y cuatro. La vacilación escrita en cada detalle de su semblante.—Dime qué es diferente —le exigió, inclinándose hacia ella sobre la mesa.Alessa separó sus labios y le echó un vistazo a sus uñas pintadas de carmesí. La gente a su alrededor revoloteó en su propio mundo, pero el ruido se intensificó. Leonardo sabía que la estaba presionando, pero los consejos de Reynolds jamás se olvidaron.—Esto —simplificó ella, como si nunca hubiera dicho que todas sus acciones eran las peores.Leonardo enarcó una ceja, considerando un poco la situación en la que ella se encontraba. Para Alessa no debía ser nada fácil combatir sus propias manías, lo sabía mejor que nadie. Un enemigo en el espejo, día tras día, noche tras noche. ¿La presionó demasiado? ¿Era correcto insistirle?Con un suspiro derrotado, apretó su mano en la de Alessa y levantó la otra. Reynolds era un tipo inteligente, pero Leo estaba seguro de que Reynolds tampoco te
Al llegar a la casa de playa, contactar a Reynolds no fue lo primero que hizo Leonardo. En realidad, priorizó los antojos de su pelirroja hasta quedar los dos felizmente exhaustos, enredados el uno con el otro en las costosas sábanas de la cama king size. Mucho, mucho después de eso, cuando fue a la cocina por un vaso de agua mientras Alessa dormía, llamó a Reynolds por teléfono.—Entonces, ¿cuál es tu reporte? —cuestionó, dejando a un lado los saludos y protocolos.Se escuchó un susurro apagado al otro lado de la línea. Leonardo frunció el ceño, pero no pudo pensar mucho en eso porque su amigo rápidamente contestó.—Los paparazzi continúan merodeando los alrededores del vecindario —informó Reynolds con un tono arisco—. Pero han evitado acercarse a la residencia de los Sinclair.Tarareó antes de beber todo el agua. Colocó el vaso en la mesada de marmól.—Es una buena noticia —masculló—, supongo.—Lo es, aunque insisten en acosar a la hermana pequeña.Leonardo sabía exactamente de quié
El fuerte aroma del café recién hecho era delicioso, pero no era un elemento distractor lo suficientemente bueno para calmar los ánimos oscuros de esa mañana de un jueves.A Leonardo le había parecido un milagro que Sophia, al fin, lo llamara por teléfono justo después del desayuno en el jardín. Sin embargo, también fue un presagio, un mal presagio. Este sentimiento punzanzate no desapareció, ni siquiera cuando activó una videollamada y Alessa se unió a su lado para escuchar, lo que sea que su asistente tuviera que decir.—De acuerdo, tendremos esta conversación justo ahora —dijo él, apoyando un brazo en la mesita de cristal. El resplandor del sol de Tenerife estalló chispas en el cristal transparente, también en el agua cristalina de la piscina con "forma de maní" (palabras de Alessa, no suyas) que coronó el centro de los jardines y senderos empedrados.En la imagen reflejada observaron atentamente a una mujer con el cabello rubio oscuro atado en una coleta perfecta, con ojos azules y
Alessa se dio cuenta rápidamente de que Leonardo estaba verdaderamente enfadado, solo que se estaba controlando por ella.—Entonces, ¿de qué se trata ese supuesto material?Respiró hondo y dejó de juguetear con sus uñas, porque debía imaginar que esta revelación algún día ocurriría. ¿Cuándo dejaría de arrepentirse por caer en las trampas de Le Roux.—De acuerdo, no fui del todo sincera contigo cuando te conté sobre mi tiempo trabajando para él —admitió vacilante. Leonardo frunció el ceño, a punto de hablar. Ella lo interrumpió—. Quería reservar esa vergüenza solo para mí.Lo vio pasarse la mano por el rostro, evidentemente frustrado. No se levantó de la mesa del cristal, no hasta que Alessa intentó acercarse. La pelirroja tropezó hacia atrás mientras Leonardo vacilaba en sus propios pies. Finalmente, él giró en redondo y atravesó apresurado los jardines.Ella necesitó unas dos horas para volver a enfrentarlo. Cuando lo hizo, lo encontró en el oscuro recibidor, sentado en un sillón de t