¡Saludos! Espero que estén teniendo un hermoso día, y una hermosa semana :D
Regresó tarde esa noche, oliendo a whisky y playa. No encontró un cuerpecito pálido en su cama, enredado en las sábanas. No había una cascada de cabello rojo extendiéndose por las almohadas. No. Leonargo, con pasos tambaleantes, fue a comprobar que Alessa se había refugiado en la cama de una habitación de huéspedes.Leo suspiró, medio sedado por los efectos del alcohol. Se acercó a ella de la manera que no hizo esa misma tarde, cuando la vio tan preocupada y tensa a centímentros de él y la verdad.En su defensa, tuvo que contenerse demasiado para no decir cosas de las que terminaría arrepintiéndose en un santiamén. Esta vez, mientras se inclinaba sobre su cuerpo acurrucado de costado, intentando moverse lo suficientemente despacio, Leonardo no le tenía pavor a las palabras que rodarían por su lengua. Quizás porque la amargura ya se había atenuado, o solo fuera porque Alessa estaba dormida.Cuando miró de cerca la profunda serenidad en el perfil de su rostro, de hecho, Leonardo pensó q
El sonido de la alarma lo había sacado de la cama seis minutos después de las cinco de la mañana. La advertencia de una resaca inminente palpitó en sus sienes perladas de sudor, haciéndolo gruñir mientras arrastraba los pies hasta el baño. Necesitaba una buena ducha para volver a ser humano. Apestaba a whisky y derrota. El agua fría se llevó por el desagüe una gran parte de sus males, la otra parte anidó en un rincón de su pecho.Leonardo peinó los mechones húmedos de su cabello negro y caminó decididamente hacia la cocina. Tal como esperaba, no había ni un alma en la cocina, lo que significaba que Alessa seguía durmiendo como todo un angelito."Un angelito anestesiado, querrás decir", una vocesita musitó en la parte posterior de su cabeza.Sacudió esas ideas por el momento, por el bien de ambos. Si se ponía a darle vueltas a ese asunto, luego se arrepentería, estaba seguro. Por ende, se movió en silencio por la cocina, buscando utensilios e ingredientes. Para cuando Alessa se asomó e
—¿Acaso te acostaste con otra mujer?A Leonardo se le resbaló la taza y el café caliente se derramó en la mesa. Maldijo entre dientes y Alessa dio un saltito asustada por el espectáculo.—¡Carajo! —siseó Leo chupándose el costado del pulgar. Sí, el café estaba muy caliente y la mínima gota le quemó la piel. Se sacudió con una mueca—. Agh, arde.Los ojos agudos de la pelirroja persiguen sus movimientos, aunque es ella quien busca una servilleta y limpia el desastre líquido en el mármol. A Leo le parece una gran pregunta capciosa, digna de la mente perspicaz de Alessa. Se desplomó en el taburete e inclinó la cabeza mirándola.—¿Qué es lo que acabas de preguntar? —murmuró, todavía perturbado por la naturaleza de su comentario.Alessa debió darse cuenta de lo que acababa de hacer, porque desvió la mirada y tragó saliva.—Yo... —La dejó organizar sus ideas, que despejara su cabeza. Tal vez el efecto de las pastillas de dormir había sido muy fuerte—. Cielos, no sé de dónde vino eso.Leonard
La luna de miel había terminado dos semanas después del pequeño incidente. Alessa ya estaba en paz con sus constantes pensamientos acerca de Le Roux y el poder que le había otorgado desde el primer instante.Se retiraron de Tenerife temprano en la mañana y regresaron en jet privado a la mansión en New York. La pelirroja durmió todo el viaje y Leonardo la cuidó a cada segundo, asegurándose de que nada estropeara su descanso. Ella se lo merecía. Ya le había jurado que nunca más tomaría pastillas para dormir.Sin necesidad de coacción, Alessa le confesó que había comprado ese frasco de somníferos dos días antes de la boda. Le preguntó por qué lo hizo y ella con mucho esfuerzo respondió: —Los preparativos de la boda me tenían muy nerviosa, y te vi tan ocupado que no quería arruinar nuestro día. Entonces fui a la farmacia, esa donde me compraste aquella prueba de embarazo. ¿Te acuerdas?Oh, cómo olvidar ese acontecimiento. La falsa alarma. La mortificación de Alessa. El punto de partida de
El día de volver al trabajo llegó cuando menos lo esperaban, de hecho, porque Leonardo tenía muchos asuntos que resolver en Industrias Gold y Alessa no fue del tipo de persona que se queda quieta demasiado tiempo. La luna de miel fue un asunto aparte, pór supuesto. Estaban recién casados y el calor de Tenerife había sido suficiente para domar la naturaleza caótica de la joven Sinclair. Sin embargo, las vacaciones habían llegado a su fin.Leo se preparó metódicamente con un traje blanco a la medida, sin corbata. La tela se ajustó perfectamente a su cuerpo esculpido y fuerte, músculos magros que tejieron la figura imponente de su persona.Él no se dio cuenta inmediatamente que la pelirroja se acercó por un lado de él, escurridiza y acicalada, y sacó lo mejor de él con un beso atrevido en el cuello justo cuando él terminaba de abotonar su camisa de lino. Gracias a los labios curiosos y suaves de la pelirroja, Leo se estremeció de punta a punta, gruñendo.—Alessa —advirtió tenso, molesto
A Leonardo le podía molestar la actitud de Sophia, pero una amistad de años, cultivada por la lealtad y el compromiso en un sinfín de circunstancias, no se rompía de la noche a la mañana. Eso era imposible. Más allá de las diferencias entre su esposa y su vieja amiga, Sophia era una buena persona, digna de su entera confianza.—Este conflicto se acabaría si aceptas de una vez por todas la presencia de Alessa. ¿Qué no te das cuenta de que ella es permanente? —masculló él, en cuanto se encerraron en su oficina, aunque la rubia tuviera sus discrepancias.Sophia le dio la espalda un segundo, cruzándose de brazos. "Sí que es difícil complacer a las mujeres en cualquier sentido", pensó Leonardo al borde de la impaciencia.Curioso, que con Alessa fuese verdaderamente tolerante en todos los sentidos y no con los demás. ¿Era extraño? Tal vez no, sus capacidades se expandían cuando estaba enamorado. Le podía ocurrir a cualquiera. Si Sophia no tenía la capacidad para entenderlo, ese era problema
Desde que había llegado a Industrias Gold, Alessa intentó mantenerse alejada de cualquier chismoso a su alrededor. No estaba de humor. Carla la había llamado en el primer segundo para prevernirla. Sin embargo, era un poco demasiado tarde para salir de ese conflicto.—¿Vas a estar bien después de todo? —le preguntó su mejor amiga al otro lado de la línea, con ese tono preocupado y protector que nunca iba a olvidar.—Por supuesto, Carla.—Hmm, dime la verdad. Puedes decírmelo.Torció los labios, indecisa.—¿Qué voy a decirte? ¿La cantidad de cámaras que me flashearon la cara?—Serás idiota.—Lo soy, en cierta medida.Carla refunfuñó. No entendió ningún sonido.—Alessa, por favor. Confía en mí.—Confío en ti. De lo contrario, esta conversación jamás sucedería.—Acabas de volver de tu luna de miel. Te encuentras con este escándalo revolucionado. Sé que es duro para ti.La pelirroja se mordió el pulgar, medio perdida en el reflejo del espejo. Se veía igual que cuando salío de la mansión; c
La algarabía que se formó en el penúltimo piso de Industrias Gold ese día solo fue el principio de la tortura de Alessa por un largo tiempo.Después del desafortunado encuentro en los sanitarios del nivel, resultó que Sophia se había olvidado de cualquier etiqueta cuando la enfrentó en el pasillo y le soltó un par de cosas nada agradables. Especialmente, fueron acusaciones.—Leonardo se arriesga por ti a ciegas, eso es lo que pasa siempre —exclamó la mujer rubia—. Lo último que él se merece es tu buen comportamiento.—Ni que fuera yo un perro para comportarme a su antojo, o mejor dicho, a tu antojo —replicó Alessa con un gruñido enfadado—. ¿O piensas que para eso me casé con él? ¿Para ser más obediente?Sophia chasqueó la lengua, escéptica.—No obediente, es sensata.La pelirroja se removió en su sitio, lanzando la mirada a todos lados con cierto frenesí. Los empleados de ese nivel rondaban bastante cerca de ellas dos; ojos agudos y oídos parados. Hambrientos de novedades. Sedientos d