Era la sexta vez que Leonardo refunfuñaba y se pasaba las manos por la cara.Sexta vez que Alessa no le contestaba las llamadas.—Leo, tienes que tranquilizarte. —Ross estaba en una silla de la barra de la cocina mientras el moreno ocupaba otra y se veía más inquieto de lo normal.—Alessa ha pasado por muchas cosas, debe necesitar un momento a solas para pensar —explicó Sophia un tanto incómoda. Lo que sabía pesaba mucho sobre sus hombros a estas alturas—. Ya ves, así somos las mujeres.Carla, quien vino de visita por insistencia de la pelirroja, bebía un refresco, apoyada en la encimera. Ella y Ross finalmente formalizaron su relación. Los dos pasaban más tiempo en Europa, pero habían viajado hasta aquí juntos, sin pensarlo demasiado.—Y así es Alessa, toda impredecible —comentó ella.—¡Debería contestar al menos una vez! Estoy preocupado. —Leo no se tranquilizó—. Reynolds solo me dijo que la acompañaría a dar un paseo.—Se sabe cuidar, Leo. Reynolds también es un experto en su traba
Después de un lardo día y un viaje silencioso, Alessa cayó dormida en el asiento del copiloto.Cuando llegó a la mansión, Leonardo la llevó a su dormitorio.La cargó en sus brazos con suavidad y recibió ayuda de Carla para abrir la puerta.La colocó en la cama, evitando despertarla. Carla se retiró luego de despedirse y cerró la puerta para dejarlo a solas con su esposa. Se dio cuenta de que estaba bañada en sudor y tuvo la iniciativa de quitarle ese conjunto deportivo. Fue un poco complicado, porque era ajustado y le limitaba el hecho de que estaba más dormida que Ross viendo un partido de fútbol.Llenó un tazón de agua y consiguió una toalla en el baño. Regresó y se hizo un hueco junto a ella en la orilla de la cama después de humedecer la toalla. Paciente, fue limpiando el sudor de su piel. Sus movimientos eran sutiles para no asustarla en su sueño, desde sus muslos hasta su rostro.Leonardo no pudo evitar observar sus facciones. Alessa era hermosa y para él era más que eso. Mirarl
—Mamá... Ella refunfuñó, retorciéndose entre las sábanas. Todo era tan cómodo. Tan suave. —¿Mamá? Alessa abrió un ojo de mala gana. —¿Mami, me escuchas? ¿Estás despierta? Tía Sophia quiere que me vaya a dormir temprano, pero le dije que me dejaste hasta un poquito más tarde para compartir. La voz de un niño pelinegro y de ojos café (de unos cinco años) provenía de un lugar no muy lejano: la puerta de su habitación en la mansión. Alessa parpadeó adormilada ante la imagen delante de ella solo para medio asimilar lo que sucedía. El niño estaba señalando con uno de sus diminutos dedos a una mujer rubia muy ceñuda agarrando la mano de una mujer pelinegra muy elegante. —Es muy tarde para que estés despierto, chiquillo —aseveró Sophia. La mujer pelinegra muy elegante habló con un fuerte acento alemán: —No seas tan ruda con él, Soph. Sabes que se emociona cada vez que todos nos reunimos en la mansión. —La señora Humble, cuyo nombre era Rowena, le sonrió al niño—. Ve a darle un beso a
ALESSA SINCLAIR, PROVENIENTE DE Toronto, Canadá; una chica rondando los veintiún años de edad, con una cabellera roja peculiar y unos enigmáticos ojos color chocolate que, lejos de aburrir, llamaban la atención de cualquiera, al igual que su melena. Características resaltadas por una piel blanca como la nieve, y un carácter explosivo. En su país y ciudad natal, había sido contactada y solicitada para entrar al programa académico más exclusivo del continente, ubicado en Manhattan, donde sólo los estudiantes más destacados podrían tener la fortuna de contar con las herramientas necesarias para sacar a flote su talento y potencial en el mundo de los superdotados. Fue una de los tantos seleccionados. Debió dejar toda su vida en Toronto para llegar allí y asegurar su propio futuro profesional. Vivir en otro lugar, lejos de su única familia, le afectaba en ciertas medidas. Intentaba acostumbrarse, pero aún le quedaba mucho por aprender; o más bien, por controlar. Sólo llevaba tres años...
LA GOMA DE MASCAR explotaba por vez incontable fuera de los carnosos labios carmesí de la pelirroja desinteresada y distraída, escuchando canciones de rock, mientras sus ojos cafés derivaban de un lado a otro sin algún interés preciso dentro del ascensor. Los audífonos naranjas en sus oídos pasaban inadvertidos ante la profesora Meredith Sprout, la especialista en ingeniería industrial y guía del grupo de la canadiense ése día en Industrias Gold. Resultaba muy poco impresionante para ella burlar a los profesores. No por nada pertenecía a la Facultad de Jóvenes Prodigios de New York City.—Vamos. Vamos. Mantengan la fila —vociferaba la profesora Sprout, a la vez que movía sus brazos y el ruidoso grupo de jóvenes uniformados abandonaba el ascensor—. Vamos, chicos. Nos queda mucho por recorrer.Que ella fuese una genio, sin embargo, no la colocaba en la punta del ranking como estudiante ejemplar. No por calificaciones, la mayoría alcanzaban la perfección, sino por mala conducta
CON LOS DEDOS ALREDEDOR del tabique de su nariz, el mecánico, millonario, Playboy y experto en armas, Leonardo Gold, se mecía de un extremo a otro en la silla giratoria de la sala de conferencias; "escuchando" las propuestas nuevas para la industria que los socios de más alto nivel le entregaban quincenalmente. Su mano hablaba por él. Cada sacudida era un escueto «No me interesa». Si la mantenía repiqueteando en la mesa significaba ligero interés. Ya cuando se exasperaba o le ganaba el aburrimiento, empezaba a tocarse mucho la cara. Como justo ahora sucedía. Joder, quería largarse de allí.Se frotó la palma por todo el rostro. La señal. Esos eran gestos que quien quisiese sobrevivir al excéntrico millonario debía conocer. Sophia –su asistente– estaba notándolos. Ella se preparó para lo que venía.Cuando el porcentaje de la paciencia de Gold llegó al punto límite, él simplemente se levantó, tomando a los presentes de improviso.—¡Oigan! Muy interesante la reunión y todo, pero me voy a r
Mientras tanto, en New York, en una de las aulas de la Facultad de Jóvenes Prodigios, una pelirroja uniformada se concentraba en sus asuntos y una castaña la observaba en el puesto de al lado.—¿Podrías dejar de mirarme así? —masculló Alessa, sin levantar la cabeza.—Insultaste a Leonardo Gold y te defendió —la castaña le dijo a la pelirroja, quien rodó los ojos por el comentario y continuó trabajando en construir el prototipo de un sensor de movimiento; simple asignación en clase.—También escuché rock alternativo y terminé el tercer Guitar Hero en dos días seguidos.—¡Leonardo Gold te defendió!—Fue un completo... Agh, ya sabes, Carla.—Pero te defendió —reiteró la aludida, sonriendo de oreja a oreja. Dramas como esos le activaban el lado camorrero. Si es que convivir con Alessa Sinclair era pasársela día y noche en una montaña rusa, esperando lo inesperado. Nadie sabía lo que sucedería después estando ella alrededor. Con aquella pelirroja, el futuro era un maremoto de descabelladas
Alessa achicó los ojos.Se quedó mirando al hombre con una cara que Carla reconocería donde quiera que fuese. Era de esas que se podría confundir con retraso; sin embargo, en aquel cerebro súper desarrollado, en vez de retraso, había máxima aceleración. Se escuchaba la música de suspenso de fondo; el toque dramático. Dos espectadores a la espera de alguna reacción y respuesta. Alessa no movía ni las pestañas.Los dos presentes contuvieron la respiración, cuando la vieron abrir la boca.—Está bien —fue todo lo dicho.Carla y el jefe Reynolds miraron estupefactos a la pelirroja. ¿Eso era todo? ¡¿En serio?!Reynolds parpadeó, recuperando la postura.—De acuerdo...—¡Un segundo! —Carla se exaltó, cerrándole el pico al hombre. Sin preámbulos, arrastró a la pelirroja lejos de él. La taladró con su mirada en cuanto estuvieron solas—. ¿¡Qué carajos, Sinclair!? ¡Enloqueciste!Alessa bufó, más tranquila que nunca. Las miradas fulminantes de Carla ni cosquillas le hacían, menos su verb