Mientras tanto, en New York, en una de las aulas de la Facultad de Jóvenes Prodigios, una pelirroja uniformada se concentraba en sus asuntos y una castaña la observaba en el puesto de al lado.—¿Podrías dejar de mirarme así? —masculló Alessa, sin levantar la cabeza.—Insultaste a Leonardo Gold y te defendió —la castaña le dijo a la pelirroja, quien rodó los ojos por el comentario y continuó trabajando en construir el prototipo de un sensor de movimiento; simple asignación en clase.—También escuché rock alternativo y terminé el tercer Guitar Hero en dos días seguidos.—¡Leonardo Gold te defendió!—Fue un completo... Agh, ya sabes, Carla.—Pero te defendió —reiteró la aludida, sonriendo de oreja a oreja. Dramas como esos le activaban el lado camorrero. Si es que convivir con Alessa Sinclair era pasársela día y noche en una montaña rusa, esperando lo inesperado. Nadie sabía lo que sucedería después estando ella alrededor. Con aquella pelirroja, el futuro era un maremoto de descabelladas
Alessa achicó los ojos.Se quedó mirando al hombre con una cara que Carla reconocería donde quiera que fuese. Era de esas que se podría confundir con retraso; sin embargo, en aquel cerebro súper desarrollado, en vez de retraso, había máxima aceleración. Se escuchaba la música de suspenso de fondo; el toque dramático. Dos espectadores a la espera de alguna reacción y respuesta. Alessa no movía ni las pestañas.Los dos presentes contuvieron la respiración, cuando la vieron abrir la boca.—Está bien —fue todo lo dicho.Carla y el jefe Reynolds miraron estupefactos a la pelirroja. ¿Eso era todo? ¡¿En serio?!Reynolds parpadeó, recuperando la postura.—De acuerdo...—¡Un segundo! —Carla se exaltó, cerrándole el pico al hombre. Sin preámbulos, arrastró a la pelirroja lejos de él. La taladró con su mirada en cuanto estuvieron solas—. ¿¡Qué carajos, Sinclair!? ¡Enloqueciste!Alessa bufó, más tranquila que nunca. Las miradas fulminantes de Carla ni cosquillas le hacían, menos su verb
—¡NO LO PUEDO CREER verdad!—Shhh.—¿Leonardo Gold? ¿¡Su aprendiz!?—Sí, Carla. —Alessa suspiró, rodando los ojos—. Seré su aprendiz.Se encontraban en la cafetería, almorzando, y Carla estaba a punto de sacar de quicio a la pelirroja con su insitencia respecto al Playboy. Santo cielo, le tenía cariño a la muchacha pero en esos momentos quería dejarla sin un pelo en la maldita cabeza.Así de frustrada estaba Alessa, que el rojo intenso de su pelo pronto estaría combinando con su cara desfigurada por la ira.—Es todo un sueño —exclamó Carla, emocionada, ignorando los bufidos de su compañera malhumorada—. Deberías estar saltando en un pie.—Y tú deberías cerrar la boca, por favor —soltó Alessa, sin ninguna clase de tacto o vergüenza—. En serio, hazlo. No estoy de humor. O voy a explotar y pagaré contigo mi rabia acumulada.Carla, en efecto, se calló; pero no ofendida. Simplemente rodó los ojos y alzó las manos en señal de paz.—De acuerdo, amargada.Alessa no ocultó el sarcasmo
PARA EL SEGUNDO DÍA, Alessa se encontraba en su humilde departamento —ubicado en uno de los barrios newyorkinos de reputación cuestionable— hurgando como una reverenda perezosa dentro del armario en su habitación. Por el contrario, la ingrata de su amiga y también compañera de piso, para rematar, estaba muy cómoda en su cama observando la ropa volar por los aires alrededor de la volátil pelirroja en pijama de los Power Rangers. Muy elegante.—¿Qué tanto buscas, Sinclair? —preguntó la castaña, bostezando y estirándose sobre la cama. Rayos, la de esa pelirroja era más cómoda que la suya.—No sé. Quiero usar una nueva combinación —contestó la canadiense, mientras lanzaba unos jeans hacia un lado. Los había usado ya tres veces esa semana, le tocaba meterlos a la lavadora urgentemente.Carla simplemente rodó los ojos. Si fuese sido otra persona en su lugar, hubiese tenido la impresión de que Leonardo Gold era el responsable del comportamiento indeciso de Alessa aquella mañana, de una mane
Leonardo se la quedó mirando, sin saber ahora qué decir. Lo hizo por el bien de su autocontrol. Si ella usaba ese uniforme otra vez, no aseguraba ser racional. Lamentablemente, Alessa resultó encenderle las malas intenciones inclusive con atuendos comunes y corrientes.No era la pinta, era ella la que lo ponía como un adolescente cachondo.—Porque no es necesario —consiguió decir, soltando una pieza en la mesa y pasándose una mano por el pelo. Genial, estaba nervioso de nuevo.—¿Acaso no te gustan las faldas? —insinuó ella, curiosa.—Más bien me pone mal saber que lo oculto debajo de ella está muy cerca de mis manos.La pelirroja pudo jurar, que el fuego en su piel, era tan fuerte como el reflejado en los ojos oscuros de Leonardo. Diversos escenarios se reprodujeron en las mentes de ambos, escenas no aptas para menores de edad.En uno, en la cabeza de ella, Leonardo la subía a la mesa después de tirar todo y la besaba hasta casi devorarla. Perdían el control y cedían a la intensa tens
AÚN AGITADO, LEONARDO SALIÓ de la gran cama matrimonial dejando sola a la chica pelirroja que horas antes se le había insinuado en una de sus famosas trifulcas fiesteras.De todas las opciones, fue ella simplemente por el color de su cabello. Un rojo opaco que notaba —ahora que no estaba ebrio— no se parecía en nada a la hipnótica melena de su niña problema, de Alessa.¿Qué demonios le hizo esa chica para tenerlo así? ¿Brujería? Era increíble la magnitud de poder que ella poseía sobre él, sin siquiera llevar un mes conociéndose como tal. Era una locura. Una estupidez.Todo dio comienzo en el ascensor, cuando ella atrapó su atención y lo cautivó con esa volatilidad. Obviamente, siguió adelante, aceptando que no fue más que una fascinación pasajera, pues consideró a simple juicio que Alessa era muy niña y, por ende, no le convenía morder frutas prohibidas como esas.Pasaron los días, como si nada, hasta que la recordó y la volvió a ver. El sentimiento de atracción física se intensificó,
CUANDO CARLA ENTRÓ AL living de su departamento después de una urgente visita al supermercado encontró una escena para nada rara, bueno, nada rara dentro de lo que se acostumbraba con la canadiense Alessa Genevieve Sinclair, su amiga y compañera.—¿Qué estás haciendo? —preguntó divertida.Una Alessa descalza, vestida solo con unos jeans rotos y su famoso brasier negro con marcas de labial rojo, estaba encaramada en una ventana de una forma que a simple vista parecía imposible de lograr. Ambos pies sujetos en sentidos contrarios del marco manteniéndola bastante arriba, con un brazo a sus espaldas y otro extendido hacia el techo sosteniendo algo muy familiar entre los dedos.—Robo WiFi —afirmó las sospechas de Carla.—¿Le robas WiFi a la vecina del piso de arriba? —Dejó las bolsas del súper en la isla de la cocina que separaba las dos áreas del departamento—. No tienes la contraseña.—Corrección “Tenía”; la conseguí. —Tecleó en la pantalla del celular y se apresuró a decir—: No pregunt
—Qué… ¿No te dije que no te pusieras eso? —Leonardo elevó la voz y la señaló.—Pero me lo quise poner. —Ella se encogió de hombros aún con la sonrisa en su cara.—Ah, quisiste. —Resopló—. Pues fui claro contigo.—¿Fuiste claro?—Fui muy claro.—No es cierto.—Sí. Lo fui.—Sólo aclaraste que no lo trajera más, pero no mencionaste la parte de si yo quería o no —replicó la pelirroja moviendo un poco sus caderas.A Leonardo casi le daba un paro cardíaco viendo de nuevo aquella falda que le parecía cada vez más corta.—Te dije que no usaras ese uniforme, Alessa —repitió bloqueado por culpa de ella y tuvo que obligarse a quitar los ojos de sus piernas.—Leonardo —susurró ella, él sintió un escalofrío por toda su espalda—. Yo creo que podríamos solucionar el problema con el uniforme.Volteó a mirarla. Sus ojos no mintieron, no era estúpido. Alessa no era la niña inocente allí que no tenía consciencia de sus acciones, por supuesto que no. Ella sabía muy bien lo que estaba provocando.—¿Ah, ah