Inicio / Romántica / Niña Problema de mi Jefe / o2: el riesgo que tanto esperaba
o2: el riesgo que tanto esperaba

CON LOS DEDOS ALREDEDOR del tabique de su nariz, el mecánico, millonario, Playboy y experto en armas, Leonardo Gold, se mecía de un extremo a otro en la silla giratoria de la sala de conferencias; "escuchando" las propuestas nuevas para la industria que los socios de más alto nivel le entregaban quincenalmente. Su mano hablaba por él. Cada sacudida era un escueto «No me interesa». Si la mantenía repiqueteando en la mesa significaba ligero interés. Ya cuando se exasperaba o le ganaba el aburrimiento, empezaba a tocarse mucho la cara. Como justo ahora sucedía. Joder, quería largarse de allí.

Se frotó la palma por todo el rostro. La señal. Esos eran gestos que quien quisiese sobrevivir al excéntrico millonario debía conocer. Sophia –su asistente– estaba notándolos. Ella se preparó para lo que venía.

Cuando el porcentaje de la paciencia de Gold llegó al punto límite, él simplemente se levantó, tomando a los presentes de improviso.

—¡Oigan! Muy interesante la reunión y todo, pero me voy a retirar. Tengo asuntos el doble de mejores por atender. Que especifiquen luego sus propuestas. —Caminó hacia la salida, con la pelirroja siguiéndole. Antes de abandonar la sala les gritó—: ¡SIGAN ASÍ!

Ah, libertad. Se aflojó el nudo de la corbata y suspiró.

—¡Demonios! Olvidaba cómo se siente respirar.

—Casualmente, tú olvidas respirar en toda reunión —comentó Sophia, que iba a su lado con carpetas en manos.

—Juro que ya no soportaba estar ahí —continuó el mecánico—. Las paredes se me hacían más estrechas y no eran las de una mujer. Soy claustrofóbico, seguro.

—No eres claustrofóbico, Leo.

—Déjame soñar un rato, Sophia —bromeó él, entrando al ascensor, mientras su amiga y asistente se quedaba afuera—. Ya sabes. Atiende todas esas ofertas y organízalas. —Le guiñó el ojo—. Cuando tenga tiempo las revisaré.

Sophia sonrió, resignada.

—Es decir, nunca. —Negó, divertida.

El moreno abrió los brazos.

—¡Linda, soy un Gold! —exclamó, antes que las puertas del ascensor se cerraran.

...

Leonardo sostenía un destornillador entre sus labios mientras revisaba el motor de uno de sus autos; una canción de rock escuchándose por todo el taller, en lo profundo de su mansión. Sí. Porque aparte de ser asquerosamente rico, él era uno de los mecánicos más experimentados del mundo.

—Dan —llamó a su mayordomo (que en realidad era una Inteligencia Artificial), después de quitar el destornillador de su boca—, mándame un buen trago de whisky.

—Amo, debo recordarle la insistencia de la señorita Sophia para la búsqueda de su pasante —dijo Dan, su voz robótica opacando el solo de guitarra.

—Mi trago. Ahora —repitió Leonardo, ignorando el comentario anterior.

—La señorita Sophia me dejó estrictamente ordenado recordarle—insistió la IA y Leonardo resopló—. Le restan trece horas para escoger a su propio juicio, mi amo. De lo contrario, ella lo hará por usted.

No había sido idea suya, en lo absoluto. No tenía ganas de tener alguien metido en sus asuntos y, probablemente, entorpeciendo su trabajo. Le gustaba estar solo, hacerlo todo él mismo. No necesitaba ayuda de nadie. No obstante, su imagen en los últimos meses andaba en la cuerda floja. Muchos errores del pasado acechaban su presente y cada vez más se veía en juego el futuro de su reputación. Era una figura pública, debía mantenerse a flote. En vista de esto, Sophia le había otorgado una opción para recuperar terreno; un pasante, o en otros términos, un aprendiz.

—¡Acaso planeas que la haga de niñera! —fue su reacción inicial.

—Por amor a Dios, Leo, no serás una niñera. Es sólo por cuatro semanas, donde compartirás tus conocimientos con un estudiante del campo de la nueva generación.

—Me acabas de llamar viejo.

—Sólo es alguien más joven que tú —prosiguió Sophia, pasando de vista la expresión fulminante del moreno—. De seguro te encantará, Leo. ¿No quieres dejar tu legado en el mundo?

Y dio justo en el clavo. Leonardo era quizás la persona más narcisista y egocéntrica existente. ¡Por supuesto quería dejar su legado! Que lo recordaran hasta cuando no estuviese vivo. Entonces, la idea le fue pareciendo menos descabellada.

—A la m****a... ¡Bien! —aceptó, soltando las herramientas. Se empujó con un pie en la mesa, yendo en su silla giratoria a parar en una zona más despejada del taller—. Muéstrame qué tienes.

Imágenes se proyectaron frente a él.

—Michael Stuart Gerk, australiano, veintitrés años de edad. Estudia Ingeniería Aeronáutica. Habla dos idiomas; español e italiano. Calificaciones destacadas. —Junto a la información, aparecía la foto de un rubio de ojos negros.

Negó.

—Siguiente —ordenó, cruzándose de brazos.

Así transcurrieron cincuenta minutos y ochenta expedientes, y Leonardo aún no elegía a nadie. Cuando estaba a punto de aceptar, le daba la corazonada de que existía alguien mejor y adecuado, y pasaba de hacerlo. Suspiró, cansado, pasándose las manos por la cara.

—Lo siento, mi amo. Estas fueron todas las opciones recomendadas y disponibles para usted.

Leonardo dio una vuelta en la silla y, de su cara, las manos fueron a su cabello castaño. Ojos oscuros observaron su Lamborghini en su sitio; fuerte, brillante, llamativo y rojo...

Rojo.

Algo hizo clic en su cerebro de repente. ¡Rojo! Una llamativa melena roja. Aquella fiera del ascensor, la pelirroja uniformada.

Se giró bruscamente hacia las proyecciones.

—Dan, necesito la matrícula de la Facultad de Jóvenes Prodigios en New York.

—Enseguida, señor.

Muchos archivos aparecieron. Leonardo se rascó los ojos un segundo, mientras la IA recopilaba toda la matrícula de la Facultad.

—He encontrado un total de setecientos veintitrés estudiantes.

—Descarta a los hombres —ordenó Leonardo y en la lista fueron desapareciendo los estudiantes masculinos; el setenta por ciento de toda la matrícula—. ¿Especifican características físicas?

—Sí, amo.

—Elimina las rubias, las castañas, las morenas. Sólo pelirrojas, ojos cafés... ¿Te gustan las pelirrojas?

—No sabría cómo responder a su pregunta, mi amo.

—Sólo debías decir Sí o No —ironizó, detallando ahora la lista resumida; quedaban cinco—. De acuerdo... Ahora quién... —murmuró, leyendo los cinco nombres.

Evelyn Watson.

Melinda Bishop.

Alessa Sinclair.

Rebecca Everwood.

Keyra Rud.

¡Sinclair! ¡¿Dónde estabas?!

Ya la tenía.

—Ella, Dan. Alessa Sinclair —dijo, esperando que sí fuese ella.

Los expedientes se abrieron y, satisfecho, Leonardo miró la foto con la misma atención que le había dedicado semanas atrás en aquel ascensor en su edificio.

—Alessa Genevieve Sinclair, canadiense, veintiún años de edad. Es estudiante de Ingeniería Mecánica y Sistema. Posee título certificado en Literatura y también en Idiomas; maneja seis aparte del inglés; español, portugués, alemán, ruso, mandarín e italiano. Posee un historial de calificación casi perfecto desde primer grado. Sólo estuvo dos años en primaria y tres en secundaria y preparatoria.

La cara de Leonardo era un poema. Sus ojos y oídos estaban diciéndole que aquello era una equivocación, pero era fuente obtenida por Jey, y la credibilidad no estaba en juego allí.

—¿Cómo es eso posible? —murmuró, curioso e impresionado.

—Su capacidad de aprendizaje es sumamente acelerada, señor. Alessa Sinclair fue diagnosticada por científicos con un cerebro capaz de procesar información hasta tres veces más rápido que una persona común y la retiene sin dificultades. —Leonardo escuchaba y veía, atónito, el historial académico de la pelirroja. ¿Esa cosita rebelde sabía tanto a tan corta edad?—. Aunque pudo formar parte de numerosos programas para superdotados en Canadá y en cualquier parte del mundo, sus padres, Agatha y Robert Sinclair, se rehusaron y ella creció con una vida normal. A pesar de esto, su educación siempre fue más allá de lo que a su edad respectaba, y desarrolló múltiples cualidades en diversidad de áreas.

El millonario rió, alzando las manos.

—¡Es ella! Tiene que serlo. ¿Por qué no estaba entre las opciones? Es una m*****a nerd. En el buen sentido.

—Es que existe un detalle, señor —aclaró la IA y otros archivos aparecieron—. Alessa Sinclair sufre de un serio problema de conducta y carácter.

Leonardo bufó.

—¿Y eso qué? Todos lo tienen.

Dan se limitó a mostrarle los estudios hechos con base al comportamiento social de la canadiense.

—Mi señor, en su diagnóstico especificaron que su habilidad de aprendizaje reduce considerablemente su sentido de precaución. Es temeraria, arriesgada, acostumbrada a buscar problemas con regularidad. Se le acreditan un total de 1.284 sanciones en los últimos diez años, sin contar los citatorios a la corte. Suele ignorar los parámetros y límites. Basándose en estos puntos expuestos, no se le considera una opción recomendable como su aprendiz, señor.

Cruzado de brazos, en silencio, Leonardo se quedó mirando la foto de Alessa. Era muy hermosa. Gozaba de rasgos faciales fuertes y delicados a la vez. Tenía labios provocativos y unos ojos que le hacían perder el hilo de sus pensamientos si los miraban. Sonrió de lado.

—Llama a Reynold, amigo. Ya tengo a la afortunada ganadora.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo