Epílogo
—Mamá...

Ella refunfuñó, retorciéndose entre las sábanas. Todo era tan cómodo. Tan suave.

—¿Mamá?

Alessa abrió un ojo de mala gana.

—¿Mami, me escuchas? ¿Estás despierta? Tía Sophia quiere que me vaya a dormir temprano, pero le dije que me dejaste hasta un poquito más tarde para compartir.

La voz de un niño pelinegro y de ojos café (de unos cinco años) provenía de un lugar no muy lejano: la puerta de su habitación en la mansión.

Alessa parpadeó adormilada ante la imagen delante de ella solo para medio asimilar lo que sucedía. El niño estaba señalando con uno de sus diminutos dedos a una mujer rubia muy ceñuda agarrando la mano de una mujer pelinegra muy elegante.

—Es muy tarde para que estés despierto, chiquillo —aseveró Sophia.

La mujer pelinegra muy elegante habló con un fuerte acento alemán:

—No seas tan ruda con él, Soph. Sabes que se emociona cada vez que todos nos reunimos en la mansión. —La señora Humble, cuyo nombre era Rowena, le sonrió al niño—. Ve a darle un beso a
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