ALESSA SINCLAIR, PROVENIENTE DE Toronto, Canadá; una chica rondando los veintiún años de edad, con una cabellera roja peculiar y unos enigmáticos ojos color chocolate que, lejos de aburrir, llamaban la atención de cualquiera, al igual que su melena. Características resaltadas por una piel blanca como la nieve, y un carácter explosivo. En su país y ciudad natal, había sido contactada y solicitada para entrar al programa académico más exclusivo del continente, ubicado en Manhattan, donde sólo los estudiantes más destacados podrían tener la fortuna de contar con las herramientas necesarias para sacar a flote su talento y potencial en el mundo de los superdotados. Fue una de los tantos seleccionados. Debió dejar toda su vida en Toronto para llegar allí y asegurar su propio futuro profesional. Vivir en otro lugar, lejos de su única familia, le afectaba en ciertas medidas. Intentaba acostumbrarse, pero aún le quedaba mucho por aprender; o más bien, por controlar. Sólo llevaba tres años...
LA GOMA DE MASCAR explotaba por vez incontable fuera de los carnosos labios carmesí de la pelirroja desinteresada y distraída, escuchando canciones de rock, mientras sus ojos cafés derivaban de un lado a otro sin algún interés preciso dentro del ascensor. Los audífonos naranjas en sus oídos pasaban inadvertidos ante la profesora Meredith Sprout, la especialista en ingeniería industrial y guía del grupo de la canadiense ése día en Industrias Gold. Resultaba muy poco impresionante para ella burlar a los profesores. No por nada pertenecía a la Facultad de Jóvenes Prodigios de New York City.—Vamos. Vamos. Mantengan la fila —vociferaba la profesora Sprout, a la vez que movía sus brazos y el ruidoso grupo de jóvenes uniformados abandonaba el ascensor—. Vamos, chicos. Nos queda mucho por recorrer.Que ella fuese una genio, sin embargo, no la colocaba en la punta del ranking como estudiante ejemplar. No por calificaciones, la mayoría alcanzaban la perfección, sino por mala conducta
CON LOS DEDOS ALREDEDOR del tabique de su nariz, el mecánico, millonario, Playboy y experto en armas, Leonardo Gold, se mecía de un extremo a otro en la silla giratoria de la sala de conferencias; "escuchando" las propuestas nuevas para la industria que los socios de más alto nivel le entregaban quincenalmente. Su mano hablaba por él. Cada sacudida era un escueto «No me interesa». Si la mantenía repiqueteando en la mesa significaba ligero interés. Ya cuando se exasperaba o le ganaba el aburrimiento, empezaba a tocarse mucho la cara. Como justo ahora sucedía. Joder, quería largarse de allí.Se frotó la palma por todo el rostro. La señal. Esos eran gestos que quien quisiese sobrevivir al excéntrico millonario debía conocer. Sophia –su asistente– estaba notándolos. Ella se preparó para lo que venía.Cuando el porcentaje de la paciencia de Gold llegó al punto límite, él simplemente se levantó, tomando a los presentes de improviso.—¡Oigan! Muy interesante la reunión y todo, pero me voy a r
Mientras tanto, en New York, en una de las aulas de la Facultad de Jóvenes Prodigios, una pelirroja uniformada se concentraba en sus asuntos y una castaña la observaba en el puesto de al lado.—¿Podrías dejar de mirarme así? —masculló Alessa, sin levantar la cabeza.—Insultaste a Leonardo Gold y te defendió —la castaña le dijo a la pelirroja, quien rodó los ojos por el comentario y continuó trabajando en construir el prototipo de un sensor de movimiento; simple asignación en clase.—También escuché rock alternativo y terminé el tercer Guitar Hero en dos días seguidos.—¡Leonardo Gold te defendió!—Fue un completo... Agh, ya sabes, Carla.—Pero te defendió —reiteró la aludida, sonriendo de oreja a oreja. Dramas como esos le activaban el lado camorrero. Si es que convivir con Alessa Sinclair era pasársela día y noche en una montaña rusa, esperando lo inesperado. Nadie sabía lo que sucedería después estando ella alrededor. Con aquella pelirroja, el futuro era un maremoto de descabelladas
Alessa achicó los ojos.Se quedó mirando al hombre con una cara que Carla reconocería donde quiera que fuese. Era de esas que se podría confundir con retraso; sin embargo, en aquel cerebro súper desarrollado, en vez de retraso, había máxima aceleración. Se escuchaba la música de suspenso de fondo; el toque dramático. Dos espectadores a la espera de alguna reacción y respuesta. Alessa no movía ni las pestañas.Los dos presentes contuvieron la respiración, cuando la vieron abrir la boca.—Está bien —fue todo lo dicho.Carla y el jefe Reynolds miraron estupefactos a la pelirroja. ¿Eso era todo? ¡¿En serio?!Reynolds parpadeó, recuperando la postura.—De acuerdo...—¡Un segundo! —Carla se exaltó, cerrándole el pico al hombre. Sin preámbulos, arrastró a la pelirroja lejos de él. La taladró con su mirada en cuanto estuvieron solas—. ¿¡Qué carajos, Sinclair!? ¡Enloqueciste!Alessa bufó, más tranquila que nunca. Las miradas fulminantes de Carla ni cosquillas le hacían, menos su verb
—¡NO LO PUEDO CREER verdad!—Shhh.—¿Leonardo Gold? ¿¡Su aprendiz!?—Sí, Carla. —Alessa suspiró, rodando los ojos—. Seré su aprendiz.Se encontraban en la cafetería, almorzando, y Carla estaba a punto de sacar de quicio a la pelirroja con su insitencia respecto al Playboy. Santo cielo, le tenía cariño a la muchacha pero en esos momentos quería dejarla sin un pelo en la maldita cabeza.Así de frustrada estaba Alessa, que el rojo intenso de su pelo pronto estaría combinando con su cara desfigurada por la ira.—Es todo un sueño —exclamó Carla, emocionada, ignorando los bufidos de su compañera malhumorada—. Deberías estar saltando en un pie.—Y tú deberías cerrar la boca, por favor —soltó Alessa, sin ninguna clase de tacto o vergüenza—. En serio, hazlo. No estoy de humor. O voy a explotar y pagaré contigo mi rabia acumulada.Carla, en efecto, se calló; pero no ofendida. Simplemente rodó los ojos y alzó las manos en señal de paz.—De acuerdo, amargada.Alessa no ocultó el sarcasmo
PARA EL SEGUNDO DÍA, Alessa se encontraba en su humilde departamento —ubicado en uno de los barrios newyorkinos de reputación cuestionable— hurgando como una reverenda perezosa dentro del armario en su habitación. Por el contrario, la ingrata de su amiga y también compañera de piso, para rematar, estaba muy cómoda en su cama observando la ropa volar por los aires alrededor de la volátil pelirroja en pijama de los Power Rangers. Muy elegante.—¿Qué tanto buscas, Sinclair? —preguntó la castaña, bostezando y estirándose sobre la cama. Rayos, la de esa pelirroja era más cómoda que la suya.—No sé. Quiero usar una nueva combinación —contestó la canadiense, mientras lanzaba unos jeans hacia un lado. Los había usado ya tres veces esa semana, le tocaba meterlos a la lavadora urgentemente.Carla simplemente rodó los ojos. Si fuese sido otra persona en su lugar, hubiese tenido la impresión de que Leonardo Gold era el responsable del comportamiento indeciso de Alessa aquella mañana, de una mane
Leonardo se la quedó mirando, sin saber ahora qué decir. Lo hizo por el bien de su autocontrol. Si ella usaba ese uniforme otra vez, no aseguraba ser racional. Lamentablemente, Alessa resultó encenderle las malas intenciones inclusive con atuendos comunes y corrientes.No era la pinta, era ella la que lo ponía como un adolescente cachondo.—Porque no es necesario —consiguió decir, soltando una pieza en la mesa y pasándose una mano por el pelo. Genial, estaba nervioso de nuevo.—¿Acaso no te gustan las faldas? —insinuó ella, curiosa.—Más bien me pone mal saber que lo oculto debajo de ella está muy cerca de mis manos.La pelirroja pudo jurar, que el fuego en su piel, era tan fuerte como el reflejado en los ojos oscuros de Leonardo. Diversos escenarios se reprodujeron en las mentes de ambos, escenas no aptas para menores de edad.En uno, en la cabeza de ella, Leonardo la subía a la mesa después de tirar todo y la besaba hasta casi devorarla. Perdían el control y cedían a la intensa tens