—Qué… ¿No te dije que no te pusieras eso? —Leonardo elevó la voz y la señaló.—Pero me lo quise poner. —Ella se encogió de hombros aún con la sonrisa en su cara.—Ah, quisiste. —Resopló—. Pues fui claro contigo.—¿Fuiste claro?—Fui muy claro.—No es cierto.—Sí. Lo fui.—Sólo aclaraste que no lo trajera más, pero no mencionaste la parte de si yo quería o no —replicó la pelirroja moviendo un poco sus caderas.A Leonardo casi le daba un paro cardíaco viendo de nuevo aquella falda que le parecía cada vez más corta.—Te dije que no usaras ese uniforme, Alessa —repitió bloqueado por culpa de ella y tuvo que obligarse a quitar los ojos de sus piernas.—Leonardo —susurró ella, él sintió un escalofrío por toda su espalda—. Yo creo que podríamos solucionar el problema con el uniforme.Volteó a mirarla. Sus ojos no mintieron, no era estúpido. Alessa no era la niña inocente allí que no tenía consciencia de sus acciones, por supuesto que no. Ella sabía muy bien lo que estaba provocando.—¿Ah, ah
De repente su cintura fue rodeada por dos fuertes brazos, y su cuerpo quedó sentado sobre la mesa. No tuvo tiempo de hablar, porque Leonardo con su boca le impidió decir cualquier cosa. Por un segundo se quedaron quietos boca contra boca, saboreando el momento. Luego Leonardo la comenzó a besar con un hambre que despertó por completo la propia de Alessa. No duró mucho cuando la agarró de la mandíbula y la hizo abrir la boca. Su lengua fue profundo e insistente, y la pelirroja no ocultó un fuerte jadeo por su causa. Él se separó teniendo el chicle ahora y ella se esforzó para respirar calmada, algo bastante difícil en semejante situación.—La próxima, linda —dijo y escupió lejos la goma de mascar—, escoge de fresa.Alessa asintió dejándole acercarla a él. Leonardo no dudó en quitarse la musculosa, revelando un torso tonificado y lleno de sudor, con el reactor arc brillando en todo el centro. Mientras lo aprisionaba entre sus piernas, sintió sus manos ascender por su cintura hasta sus
INTENSO, ERA UNA DE las palabras que describirían lo sucedido aquella mañana en la mansión en secreto del mundo. La joven pelirroja había reposado la cabeza en el hombro del magnate empresario a la vez que su cuerpo luchaba por recuperar la estabilidad y la temperatura normal. Una sonrisa decoraba su rostro. Sin arrepentimiento. Sin incomodidad. Después de ese encuentro apasionado, Alessa lo besó y enseguida empezó a vestirse mientras le recomendaba otras ideas para su siguientes proyectos, bien natural. Ante esto Leonardo se quedó en blanco por un microsegundo, es que no se lo esperaba, no así. Ella simplemente se vestía y le hablaba con tanta naturalidad como si hacía un rato no la fuese puesto a gritar.—Deberías ser un poco más imaginativo, así te lloverán las ideas como a mí —terminó diciendo la canadiense—. ¿Tienes agua por aquí?Gold parpadeó y se insultó mentalmente por haberse quedado lelo mirándola vestirse y lo demás. Buscó una botella de agua en el inmenso refrigerador q
—Eres un mentiroso de lo peor, Leonardo Gold —acusó volteando a ver al mecánico con más dinero en el bolsillo que humildad en su corazón.Eso fue bastante evidente cuando Leonardo estalló en carcajadas después de que colgó la llamada.—¡Hasta que se destapó la olla! —se burló él. —Eres insufrible —masculló ella a su vez, su cabello rojo moviéndose al compás de sus movimientos de cabeza. Alessa tenía más orgullo de lo que quería admitir y eso no era algo que debía ser puesto en tela de juicio. Que Leonardo se burlara de ella era ciertamente humillante.—Oye, tengo cuarenta pero me siento de treinta y cinco —declaró Leonardo con una media sonrisa plasmada en su rostro relajado. A pesar de ser "insufrible", el tipo todavía ese encanto masculino que despertó el interés de la pelirroja Sinclair.Una parte de ella quería patearlo muy fuerte en la entrepierna y asegurarse de que ni volviera a usar su... buen amiguito en un buen rato, aunque eso significara que tampoco lo utilizara con ella
Alessa se rascó los ojos mientras iba a la cocina por un vaso de leche. Eran las nueve de la noche y se estaba preparando para ir a la cama como la niña buena que definitivamente no era. No conciliaría el sueño, como en noches anteriores, pero ya era un hábito dar vueltas en la cama y ver el techo durante horas.Carla no estaba en el departamento sino en casa de un chico, teniendo su dosis de romance semanal. Por fin iba a descansar de sus burlas y comentarios respecto a Leonardo Gold. Como si lo suyo fuese un romance o algo así. ¡Eso fue absurdo! ¡Ridículo!¿Romance? La idea le revolvió el estómago, ah, eso y la idea de tener hijos. Desde el asunto de la pastillita milagrosa, Carla no paraba de hacerle bromitas con el multimillonario que tenía edad suficiente para ser su padre. Eso sí era intenso.Su mejor amiga seguiría con ese jueguito mucho tiempo antes de que se le olvidara.—Cómo si me fuera a enamorar de él. Por favor —masculló, bebiendo un sorbo de leche—. No es nada del otr
¿Y qué mierda podía querer el señorón de ella ahora?¡No pudo dejar de pensar en eso toda la mañana y le envió mensajes a Carla como: “Me van a despedir. Consígueme el disfraz para trabajar en la tienda de shawarmas. Este sexy trasero necesita un plan B.”Carla le preguntó qué pasaba, qué ocurría, si el señor Gold la despidió porque ya habían tenido sexo. Alessa texteó: “No.”Carla le mandó una cadena de audios, reprochando lo mismo de siempre.—Exagerada —refunfuñó Sinclair. Aunque no podía culpar a su mejor amiga por preocuparse por ella.Al amanecer, se fue a preparar su desayuno.Unos golpes en la puerta le cortaron la inspiración. ¿Y ahora qué? Podía ser Carla con un bat de béisbol y una cara de dragón, lista para darle una lección de amor.Caminó bien perezosa hacia la puerta y puso en la mano en el picaporte. Pero si eran casi las siete de la mañana. Nadie, nunca, la visitaba a esa hora. ¿Y si era un ladrón madrugador, un violador, o un vendedor de órganos? Se asomó por la cerr
¿Alejarse del señor Gold? ¿De ese... narcisista con manos grandes y lengua salaz?¡Pero si apenas la cosa se ponía buena!—Profesora Sprout, si al caso vamos...Su teléfono volvió a sonar y ya no le importó nada. Suficiente. Sprout la vio correr hacia la barra de la cocina con mucha sospecha.—¿Qué? —siseó Alessa en cuanto contestó la llamada.—Te ordené: Aquí. Temprano.Tsk. Había acertado.—Mire, señor, este no es el momento para sus sermones.—Te lo dejé muy claro: soy tu jefe, tú me perteneces.Un burbujeo caliente recorrió el pecho de Alessa. No podía olvidar que Sprout estaba observándola muy atentamente, así que se desentendió de las fuertes declaraciones.—Sinclair, tenemos que terminar esta conversación —protestó la profesora.Alessa volteó a verla, pero Leonardo siguió hablándole en el oído.—¿Acaso pondrás a prueba mis límites, niña? No soy tan indulgente.—Estoy esperando tu respuesta, Sinclair —insistió Sprout por otro lado.¿Se habían confabulado? Los dos iban a explotarl
Fiel a su palabra, el jefe Reynolds estaba abajo del edificio esperándola junto al auto.No fue la primera vez que Alessa se sintió atrapada por su encanto varonil y misterioso. Reynolds no solo era el jefe de seguridad del señor Gold, sino que también era condenadamente guapo con su cabello negro rizado, su piel morena y sus ojos verdes.Vaya tipo.Grandote. Rudo.Pero tan, tan rígido y serio.¿Cómo Leonardo y él pudieron llevarse bien? Si eran completamente opuestos.Alessa no pudo evitar darle vueltas a esos detalles mientras se acercaba.—Señorita Sinclair —la saludó en cuanto la tuvo enfrente.Hmmp, existió un tiempo donde nunca la saludó. Qué curioso.A veces sentía que Reynolds la observaba, por el espejo retrovisor, cuando la buscaba; sin embargo, el hombre era tan escéptico que era una posibilidad realmente absurda. —¿Qué haces aquí? Reynolds alzó una ceja.—Esperando llevarla a la mansión del señor Gold.—¿Desde hace una hora? ¿Por qué nunca te comunicas? —preguntó sin ve