Al llegar a la casa de playa, contactar a Reynolds no fue lo primero que hizo Leonardo. En realidad, priorizó los antojos de su pelirroja hasta quedar los dos felizmente exhaustos, enredados el uno con el otro en las costosas sábanas de la cama king size. Mucho, mucho después de eso, cuando fue a la cocina por un vaso de agua mientras Alessa dormía, llamó a Reynolds por teléfono.—Entonces, ¿cuál es tu reporte? —cuestionó, dejando a un lado los saludos y protocolos.Se escuchó un susurro apagado al otro lado de la línea. Leonardo frunció el ceño, pero no pudo pensar mucho en eso porque su amigo rápidamente contestó.—Los paparazzi continúan merodeando los alrededores del vecindario —informó Reynolds con un tono arisco—. Pero han evitado acercarse a la residencia de los Sinclair.Tarareó antes de beber todo el agua. Colocó el vaso en la mesada de marmól.—Es una buena noticia —masculló—, supongo.—Lo es, aunque insisten en acosar a la hermana pequeña.Leonardo sabía exactamente de quié
El fuerte aroma del café recién hecho era delicioso, pero no era un elemento distractor lo suficientemente bueno para calmar los ánimos oscuros de esa mañana de un jueves.A Leonardo le había parecido un milagro que Sophia, al fin, lo llamara por teléfono justo después del desayuno en el jardín. Sin embargo, también fue un presagio, un mal presagio. Este sentimiento punzanzate no desapareció, ni siquiera cuando activó una videollamada y Alessa se unió a su lado para escuchar, lo que sea que su asistente tuviera que decir.—De acuerdo, tendremos esta conversación justo ahora —dijo él, apoyando un brazo en la mesita de cristal. El resplandor del sol de Tenerife estalló chispas en el cristal transparente, también en el agua cristalina de la piscina con "forma de maní" (palabras de Alessa, no suyas) que coronó el centro de los jardines y senderos empedrados.En la imagen reflejada observaron atentamente a una mujer con el cabello rubio oscuro atado en una coleta perfecta, con ojos azules y
Alessa se dio cuenta rápidamente de que Leonardo estaba verdaderamente enfadado, solo que se estaba controlando por ella.—Entonces, ¿de qué se trata ese supuesto material?Respiró hondo y dejó de juguetear con sus uñas, porque debía imaginar que esta revelación algún día ocurriría. ¿Cuándo dejaría de arrepentirse por caer en las trampas de Le Roux.—De acuerdo, no fui del todo sincera contigo cuando te conté sobre mi tiempo trabajando para él —admitió vacilante. Leonardo frunció el ceño, a punto de hablar. Ella lo interrumpió—. Quería reservar esa vergüenza solo para mí.Lo vio pasarse la mano por el rostro, evidentemente frustrado. No se levantó de la mesa del cristal, no hasta que Alessa intentó acercarse. La pelirroja tropezó hacia atrás mientras Leonardo vacilaba en sus propios pies. Finalmente, él giró en redondo y atravesó apresurado los jardines.Ella necesitó unas dos horas para volver a enfrentarlo. Cuando lo hizo, lo encontró en el oscuro recibidor, sentado en un sillón de t
Regresó tarde esa noche, oliendo a whisky y playa. No encontró un cuerpecito pálido en su cama, enredado en las sábanas. No había una cascada de cabello rojo extendiéndose por las almohadas. No. Leonargo, con pasos tambaleantes, fue a comprobar que Alessa se había refugiado en la cama de una habitación de huéspedes.Leo suspiró, medio sedado por los efectos del alcohol. Se acercó a ella de la manera que no hizo esa misma tarde, cuando la vio tan preocupada y tensa a centímentros de él y la verdad.En su defensa, tuvo que contenerse demasiado para no decir cosas de las que terminaría arrepintiéndose en un santiamén. Esta vez, mientras se inclinaba sobre su cuerpo acurrucado de costado, intentando moverse lo suficientemente despacio, Leonardo no le tenía pavor a las palabras que rodarían por su lengua. Quizás porque la amargura ya se había atenuado, o solo fuera porque Alessa estaba dormida.Cuando miró de cerca la profunda serenidad en el perfil de su rostro, de hecho, Leonardo pensó q
El sonido de la alarma lo había sacado de la cama seis minutos después de las cinco de la mañana. La advertencia de una resaca inminente palpitó en sus sienes perladas de sudor, haciéndolo gruñir mientras arrastraba los pies hasta el baño. Necesitaba una buena ducha para volver a ser humano. Apestaba a whisky y derrota. El agua fría se llevó por el desagüe una gran parte de sus males, la otra parte anidó en un rincón de su pecho.Leonardo peinó los mechones húmedos de su cabello negro y caminó decididamente hacia la cocina. Tal como esperaba, no había ni un alma en la cocina, lo que significaba que Alessa seguía durmiendo como todo un angelito."Un angelito anestesiado, querrás decir", una vocesita musitó en la parte posterior de su cabeza.Sacudió esas ideas por el momento, por el bien de ambos. Si se ponía a darle vueltas a ese asunto, luego se arrepentería, estaba seguro. Por ende, se movió en silencio por la cocina, buscando utensilios e ingredientes. Para cuando Alessa se asomó e
—¿Acaso te acostaste con otra mujer?A Leonardo se le resbaló la taza y el café caliente se derramó en la mesa. Maldijo entre dientes y Alessa dio un saltito asustada por el espectáculo.—¡Carajo! —siseó Leo chupándose el costado del pulgar. Sí, el café estaba muy caliente y la mínima gota le quemó la piel. Se sacudió con una mueca—. Agh, arde.Los ojos agudos de la pelirroja persiguen sus movimientos, aunque es ella quien busca una servilleta y limpia el desastre líquido en el mármol. A Leo le parece una gran pregunta capciosa, digna de la mente perspicaz de Alessa. Se desplomó en el taburete e inclinó la cabeza mirándola.—¿Qué es lo que acabas de preguntar? —murmuró, todavía perturbado por la naturaleza de su comentario.Alessa debió darse cuenta de lo que acababa de hacer, porque desvió la mirada y tragó saliva.—Yo... —La dejó organizar sus ideas, que despejara su cabeza. Tal vez el efecto de las pastillas de dormir había sido muy fuerte—. Cielos, no sé de dónde vino eso.Leonard
La luna de miel había terminado dos semanas después del pequeño incidente. Alessa ya estaba en paz con sus constantes pensamientos acerca de Le Roux y el poder que le había otorgado desde el primer instante.Se retiraron de Tenerife temprano en la mañana y regresaron en jet privado a la mansión en New York. La pelirroja durmió todo el viaje y Leonardo la cuidó a cada segundo, asegurándose de que nada estropeara su descanso. Ella se lo merecía. Ya le había jurado que nunca más tomaría pastillas para dormir.Sin necesidad de coacción, Alessa le confesó que había comprado ese frasco de somníferos dos días antes de la boda. Le preguntó por qué lo hizo y ella con mucho esfuerzo respondió: —Los preparativos de la boda me tenían muy nerviosa, y te vi tan ocupado que no quería arruinar nuestro día. Entonces fui a la farmacia, esa donde me compraste aquella prueba de embarazo. ¿Te acuerdas?Oh, cómo olvidar ese acontecimiento. La falsa alarma. La mortificación de Alessa. El punto de partida de
El día de volver al trabajo llegó cuando menos lo esperaban, de hecho, porque Leonardo tenía muchos asuntos que resolver en Industrias Gold y Alessa no fue del tipo de persona que se queda quieta demasiado tiempo. La luna de miel fue un asunto aparte, pór supuesto. Estaban recién casados y el calor de Tenerife había sido suficiente para domar la naturaleza caótica de la joven Sinclair. Sin embargo, las vacaciones habían llegado a su fin.Leo se preparó metódicamente con un traje blanco a la medida, sin corbata. La tela se ajustó perfectamente a su cuerpo esculpido y fuerte, músculos magros que tejieron la figura imponente de su persona.Él no se dio cuenta inmediatamente que la pelirroja se acercó por un lado de él, escurridiza y acicalada, y sacó lo mejor de él con un beso atrevido en el cuello justo cuando él terminaba de abotonar su camisa de lino. Gracias a los labios curiosos y suaves de la pelirroja, Leo se estremeció de punta a punta, gruñendo.—Alessa —advirtió tenso, molesto