El día de volver al trabajo llegó cuando menos lo esperaban, de hecho, porque Leonardo tenía muchos asuntos que resolver en Industrias Gold y Alessa no fue del tipo de persona que se queda quieta demasiado tiempo. La luna de miel fue un asunto aparte, pór supuesto. Estaban recién casados y el calor de Tenerife había sido suficiente para domar la naturaleza caótica de la joven Sinclair. Sin embargo, las vacaciones habían llegado a su fin.Leo se preparó metódicamente con un traje blanco a la medida, sin corbata. La tela se ajustó perfectamente a su cuerpo esculpido y fuerte, músculos magros que tejieron la figura imponente de su persona.Él no se dio cuenta inmediatamente que la pelirroja se acercó por un lado de él, escurridiza y acicalada, y sacó lo mejor de él con un beso atrevido en el cuello justo cuando él terminaba de abotonar su camisa de lino. Gracias a los labios curiosos y suaves de la pelirroja, Leo se estremeció de punta a punta, gruñendo.—Alessa —advirtió tenso, molesto
A Leonardo le podía molestar la actitud de Sophia, pero una amistad de años, cultivada por la lealtad y el compromiso en un sinfín de circunstancias, no se rompía de la noche a la mañana. Eso era imposible. Más allá de las diferencias entre su esposa y su vieja amiga, Sophia era una buena persona, digna de su entera confianza.—Este conflicto se acabaría si aceptas de una vez por todas la presencia de Alessa. ¿Qué no te das cuenta de que ella es permanente? —masculló él, en cuanto se encerraron en su oficina, aunque la rubia tuviera sus discrepancias.Sophia le dio la espalda un segundo, cruzándose de brazos. "Sí que es difícil complacer a las mujeres en cualquier sentido", pensó Leonardo al borde de la impaciencia.Curioso, que con Alessa fuese verdaderamente tolerante en todos los sentidos y no con los demás. ¿Era extraño? Tal vez no, sus capacidades se expandían cuando estaba enamorado. Le podía ocurrir a cualquiera. Si Sophia no tenía la capacidad para entenderlo, ese era problema
Desde que había llegado a Industrias Gold, Alessa intentó mantenerse alejada de cualquier chismoso a su alrededor. No estaba de humor. Carla la había llamado en el primer segundo para prevernirla. Sin embargo, era un poco demasiado tarde para salir de ese conflicto.—¿Vas a estar bien después de todo? —le preguntó su mejor amiga al otro lado de la línea, con ese tono preocupado y protector que nunca iba a olvidar.—Por supuesto, Carla.—Hmm, dime la verdad. Puedes decírmelo.Torció los labios, indecisa.—¿Qué voy a decirte? ¿La cantidad de cámaras que me flashearon la cara?—Serás idiota.—Lo soy, en cierta medida.Carla refunfuñó. No entendió ningún sonido.—Alessa, por favor. Confía en mí.—Confío en ti. De lo contrario, esta conversación jamás sucedería.—Acabas de volver de tu luna de miel. Te encuentras con este escándalo revolucionado. Sé que es duro para ti.La pelirroja se mordió el pulgar, medio perdida en el reflejo del espejo. Se veía igual que cuando salío de la mansión; c
La algarabía que se formó en el penúltimo piso de Industrias Gold ese día solo fue el principio de la tortura de Alessa por un largo tiempo.Después del desafortunado encuentro en los sanitarios del nivel, resultó que Sophia se había olvidado de cualquier etiqueta cuando la enfrentó en el pasillo y le soltó un par de cosas nada agradables. Especialmente, fueron acusaciones.—Leonardo se arriesga por ti a ciegas, eso es lo que pasa siempre —exclamó la mujer rubia—. Lo último que él se merece es tu buen comportamiento.—Ni que fuera yo un perro para comportarme a su antojo, o mejor dicho, a tu antojo —replicó Alessa con un gruñido enfadado—. ¿O piensas que para eso me casé con él? ¿Para ser más obediente?Sophia chasqueó la lengua, escéptica.—No obediente, es sensata.La pelirroja se removió en su sitio, lanzando la mirada a todos lados con cierto frenesí. Los empleados de ese nivel rondaban bastante cerca de ellas dos; ojos agudos y oídos parados. Hambrientos de novedades. Sedientos d
Lo que vino después fue un poco de "vete al carajo" combinado con un poco de "me he ido al carajo". Técnicamente, las cosas estaban colgando precariamente de la orilla. Y en el vacío, esperó la catástrofe.Leonardo ya se imaginó que llegaría, tarde o temprano, la perorata. Especialmente dspués de que la corriente le trajera el chismecito directo a su oficina. Sophia golpeó a Alessa. Tan simple y alucinante como sonó. Por supuesto, el chisme se regó como la pólvora entre los empleados. Así como corrió hacia él, asimismo alcanzó los oídos de la Junta Directiva.Con los puños cerrados sobre la mesa ovalada, Leonardo trató de no exaltarse cada vez que uno de los miembros de la Junta abrió la boca.—¡Fue imprudente tu descuido!—¡Cómo puedes permitirlo!—¡Esto es una empresa, no un circo!—¿No piensas despedir a ninguna de las dos o qué te pasa?—¡Perdiste la cabeza!—¡Estamos en una racha de negocios multimillonarios!—¡Cómo puedes consentir semejante tontería bajo tus narices!Cada palab
—¿Por qué? En serio. —El barítono de su voz se endureció un poco—. ¡Dime por qué!—Fue una discusión, ¿okey? Una que se volvió física solo por un segundo.—Un segundo fue más que suficiente, Alessa. ¿No te das cuenta? Les das lo que ellos quieren.Vio a la pelirroja hacer una mueca y retorcerse en su sitio. De acuerdo, ella estaba muy enfadada. Pero eso estaba bien para él. La ira fue mucho mejor que el silencio y la frialdad. Y no la quiso como una muñeca de trapo. Ella mereció sacar de su sistema cada palabra y emoción, solo así podría comprender hasta dónde había llegado la animosidad con su asistente Sophia.—Fue un segundo —ella insistió con amargura, moviéndose por toda la oficina de Leo—. ¡Una sola bofetada!Él alzó una ceja. Con qué sí hubo un golpe.—¿Y quién abofeteó a quién? ¿Mm?—preguntó, cruzándose de brazos.Por supuesto, la pelirroja se sonrojó hasta las orejas y se movió toda inquieta, evitando mirarlo. Leo sintió que su temperamento se derretía ante ella. Alessa podía
No le había preocupado mucho que Leonardo citara a Sophia a la oficina, porque Alessa no estaba mintiendo, ¡le estaba diciendo la absoluta verdad! Sophia la abofeteó... después de soltar un comentario bastante agrio contra la mujer rubia. Eso sí. Alessa tenía que reconocer su error.—Antes de que tu amiguita aparezca...—Alessa —dijo Leonardo con ese tonito de advertencia que a veces usaba con ella, mirándola desde su lugar detrás del escritorio."Sí, sí, es tu asistente y amiga de confianza", pensó ella irritada.—Bueno, tu amiguita de confianza —añadió lo último solo por cortesía, y Leonardo se pellizcó la nariz como si estuviera al borde de la desesperación. Era lindo, que lograra contenerse por ella—. Le dije algo feo.Eso llamó la atención de Leonardo, quien deslizó lentamente la mano por su mandíbula y entrecerró los ojos hacia ella.—¿Qué fue lo que le dijiste?Se tomó un momentito para el suspenso.—Aish, nada del otro mundo. —Se encogió de hombros bien casual—. Es de conocimi
¿Fue Sophia o fue su querida esposa quien experimentó las dichosas fantasías a puerta cerrada en la oficina?La pregunta era fácil, con una respuesta también fácil, porque a Leonardo le pareció que Alessa tenía muy claras imágenes de las actividades sexuales que podrían practicar entre esas cuatro paredes.—Entonces, dime, eh —insistió él, presionando un puño sobre la madera del escritorio, mientras la observaba atentamente, porque no era idiota ni tampoco había nacido ayer como para fingir que no sabía lo que ya sabía a la perfección. Al final de cuentas, seguía siendo un hombre de experiencia y la experiencia reconoció las señales subliminales que ella envió, a propósito o no.—¿Que te diga qué? —Alessa se desentendió de la insinuación con gran inocencia. ¿Verdadera? ¿Falsa? Leonardo no podía asegurarlo, pero podía apostar que tenía suposiciones acertadas.—Si las fantasía son de ella o son tuyas, pequeña rojiza —le dijo muy casualmente, jugando un poco con las cartas que le present