92: Desenfreno

—¿Acaso te acostaste con otra mujer?

A Leonardo se le resbaló la taza y el café caliente se derramó en la mesa. Maldijo entre dientes y Alessa dio un saltito asustada por el espectáculo.

—¡Carajo! —siseó Leo chupándose el costado del pulgar. Sí, el café estaba muy caliente y la mínima gota le quemó la piel. Se sacudió con una mueca—. Agh, arde.

Los ojos agudos de la pelirroja persiguen sus movimientos, aunque es ella quien busca una servilleta y limpia el desastre líquido en el mármol. A Leo le parece una gran pregunta capciosa, digna de la mente perspicaz de Alessa. Se desplomó en el taburete e inclinó la cabeza mirándola.

—¿Qué es lo que acabas de preguntar? —murmuró, todavía perturbado por la naturaleza de su comentario.

Alessa debió darse cuenta de lo que acababa de hacer, porque desvió la mirada y tragó saliva.

—Yo... —La dejó organizar sus ideas, que despejara su cabeza. Tal vez el efecto de las pastillas de dormir había sido muy fuerte—. Cielos, no sé de dónde vino eso.

Leonard
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