No le había preocupado mucho que Leonardo citara a Sophia a la oficina, porque Alessa no estaba mintiendo, ¡le estaba diciendo la absoluta verdad! Sophia la abofeteó... después de soltar un comentario bastante agrio contra la mujer rubia. Eso sí. Alessa tenía que reconocer su error.—Antes de que tu amiguita aparezca...—Alessa —dijo Leonardo con ese tonito de advertencia que a veces usaba con ella, mirándola desde su lugar detrás del escritorio."Sí, sí, es tu asistente y amiga de confianza", pensó ella irritada.—Bueno, tu amiguita de confianza —añadió lo último solo por cortesía, y Leonardo se pellizcó la nariz como si estuviera al borde de la desesperación. Era lindo, que lograra contenerse por ella—. Le dije algo feo.Eso llamó la atención de Leonardo, quien deslizó lentamente la mano por su mandíbula y entrecerró los ojos hacia ella.—¿Qué fue lo que le dijiste?Se tomó un momentito para el suspenso.—Aish, nada del otro mundo. —Se encogió de hombros bien casual—. Es de conocimi
¿Fue Sophia o fue su querida esposa quien experimentó las dichosas fantasías a puerta cerrada en la oficina?La pregunta era fácil, con una respuesta también fácil, porque a Leonardo le pareció que Alessa tenía muy claras imágenes de las actividades sexuales que podrían practicar entre esas cuatro paredes.—Entonces, dime, eh —insistió él, presionando un puño sobre la madera del escritorio, mientras la observaba atentamente, porque no era idiota ni tampoco había nacido ayer como para fingir que no sabía lo que ya sabía a la perfección. Al final de cuentas, seguía siendo un hombre de experiencia y la experiencia reconoció las señales subliminales que ella envió, a propósito o no.—¿Que te diga qué? —Alessa se desentendió de la insinuación con gran inocencia. ¿Verdadera? ¿Falsa? Leonardo no podía asegurarlo, pero podía apostar que tenía suposiciones acertadas.—Si las fantasía son de ella o son tuyas, pequeña rojiza —le dijo muy casualmente, jugando un poco con las cartas que le present
Cuando Alessa ocupó una silla, tuvo que morderse la lengua para no decirle a Sophia que se fuera al carajo. ¿Por qué tenía que mirarla de esa forma? ¿Cuál era su jodido problema? La pelirroja chasqueó la lengua y cruzó los brazos.—Guau —susurró la mujer rubia, lo suficientemente bajo para que Alessa no oyera, pero lo suficientemente alto para que Leonardo sí la escuchara.Él le lanzó una mirada de advertencia.—Bien. Empecemos con algo sencillo. ¿Quién de las dos golpeó a quién? —preguntó muy casual, decidiendo que era mucho mejor ahorrarse su propio conocimiento y permitirles a las dos mujeres expresarse a su manera.Por un lado, Sinclair miró el techo. Por el otro, Sophia se removió en la silla antes de suspirar.—Fui yo —contestó la rubia neutral—. Yo le di una bofetada a tu esposa.—De acuerdo. —Leo apoyó las manos en el escritorio, deslizando sus ojos negros y severos entre las dos mujeres. El músculo de su mandíbula tembló—. ¿Alguna explicación? Me gustaría oírla.Sophia chasqu
¿Una de las dos tenía que marcharse? Leonardo se rascó los párpados, procesando las intenciones de su vieja amiga. ¿Cómo había llegado a una conclusión tan precipitada? ¿Hablaba en serio o solo fue una amenaza vacía?—Sophia, me parece que estás exagerando en todo esto —él intentó razonar de algún modo con la mujer rubia, pensando en lo que ella podría querer, y en lo que podría funcionar.En respuesta, Sophia se encogió de hombros. Mientras tanto, Alessa estaba mirando fijamente entre los dos, mortalmente silenciosa. No era el tipo de silencio que pudiera calmar la inquietud de otros. Algo importante debió estar ocurriendo dentro de esa cabecita roja e ingeniosa.—¿Exagerando? Más bien estoy siendo demasiado indulgente —declaró Sophia indignada. Se desplomó en la silla y, de nuevo, apuntó con un dedo a la callada y vigilante pelirroja—. Ella es un lío.Por un segundo aterrador, Leonardo esperó que su esposa temperamental lanzara su mejor verborragia contra la rubia. En cambio, para s
El rostro de Alessa se puso tan rojo, tan carmesí, como su melena larga y una chispa de ira salvaje iluminó su semblante.—¿De qué carajos está hablando ella? —exigió saber la pelirroja, al borde del asiento, los puños apretados y la quijada floja.—Pues estoy hablando de una realidad, Sinclair —reviró Sophia muy astuta, reutilizando la misma carta que Alessa le había aventado en la cara—. ¿Qué no se nota? ¿O es que aparte de imprudente, eres sorda?—Graciosita —siseó la pelirroja, chasqueando los dedos.—No es tan bueno cuando te lo echan en cara, ¿eh?—De hecho, me divierte si viene de ti.—Qué descarada eres.—Sí, cómo me duelen tus insultos de primaria.—Solo mírate: ¡Una niña malcriada! Me das la razón. —Sophia resopló—. Ni siquiera te tomas en serio la situación.Alessa frunció el ceño.—Para qué hacerlo delante de una persona que insiste en perjudicarme a cualquier costo.—¿Perjudicarte? Es mi trabajo cuidar a Leonardo.—¿Cuidarlo o mandarme al carajo?—Tsk, querida, no te des
Tres son multitud, eso dijeron las personas, especialmente las parejas que se toparon con ese tercer individuo que trajo consigo la discordia. Y siempre había sido muy cierto; no obstante, no era suficiente motivo para tratar a Sophia de esa manera tan desconsiderada.La mujer rubia se marchó de la oficina sin decir ni una palabra, aunque el dolor escrito en su rostro se expresaba por sí solo. En un latido, Leonardo se sintió terrible, se sintió el peor hombre de la historia por maltratar verbalmente a una mujer.—Carajo —masculló al borde de la vergüenza, rastrillando sus manos por su cabello, así logró tirar de los mechones y deshacerse de la fachada controlada que definitivamente había perdido por completo.Esperó que Alessa imitara la retirada inminente de Sophia: levantarse de la silla, mirarlo medio indignada medio decepcionada por su arrebato, y abandonarlo allí, porque se lo mereció. Por eso contuvo el aliento cuando la oyó hablar.—Leo, creo que te pasaste un poco con ella.U
No tuvo prisa, en realidad, cuando Alessa se desplomó sobre él, exhausta y satisfecha. Leonardo se balanceó perezosamente en la silla, mimando a la pelirroja que se acurrucó en su regazo como una bolita de corazón manso y miembros gelatinosos. Una de sus manos acarició la espalda de ella, de arriba a abajo, una y otra vez. La otra mano se entretuvo con la piel cremosa de sus muslos.—Déjame hablar con ella primero —musitó la pelirroja de pronto, con la cabeza enterrada en el pecho de él.Leonardo no respondió de inmediato, interceptado por el tren de sus pensamientos. Comprendió lo que ella insinuó. Le costó hallar las palabras adecuadas.—Si la buscas volverá a...—¿Golpearme? ¡Sí! —adivinó la pelirroja—. Qué lo intente a ver. Se lo permití la primera vez porque yo le había dado un golpe con mis palabras. Mi cara no dolió más de lo que debió doler su orgullo. Créeme. La derribé sin puños.Recordó lo cerca que había estado Alessa de escupir su veneno contra Sophia, y él lo había imped
La búsqueda desesperada no fue tan desesperada como Alessa había esperado que fuera. Imaginó que sería algo dramático. Ella saldría corriendo por los pasillos de la empresa, tropezando con la gente y mirando de un lado a otro mientras la cámara imaginaria giraba y giraba con ella. La gente la vería y frunciría el ceño tomándola por loca. "¿A quién busca?" "¿Qué habrá ocurrido?" Y Alessa continuaría adivinando dónde podía encontrarse Sophia.Sin embargo, resultó que lo único que tenía que hacer era poner un pie en el mismo escondite que ella misma había elegido anteriormente para encerrarse lejos del mundo y las personas, para encontrar a la mujer rubia encorvada frente a los lavados del sanitario. Su figura abatida, temblando ligeramente.—Carajo —fue lo primero que murmuró la pelirroja, sin saber con exactitud cómo reaccionar a este inesperado descubrimiento.Su exclamación asombrada atrajo la atención de la rubia enseguida. Sophia tenía que estar perdida en sus pensamientos, porque