La búsqueda desesperada no fue tan desesperada como Alessa había esperado que fuera. Imaginó que sería algo dramático. Ella saldría corriendo por los pasillos de la empresa, tropezando con la gente y mirando de un lado a otro mientras la cámara imaginaria giraba y giraba con ella. La gente la vería y frunciría el ceño tomándola por loca. "¿A quién busca?" "¿Qué habrá ocurrido?" Y Alessa continuaría adivinando dónde podía encontrarse Sophia.Sin embargo, resultó que lo único que tenía que hacer era poner un pie en el mismo escondite que ella misma había elegido anteriormente para encerrarse lejos del mundo y las personas, para encontrar a la mujer rubia encorvada frente a los lavados del sanitario. Su figura abatida, temblando ligeramente.—Carajo —fue lo primero que murmuró la pelirroja, sin saber con exactitud cómo reaccionar a este inesperado descubrimiento.Su exclamación asombrada atrajo la atención de la rubia enseguida. Sophia tenía que estar perdida en sus pensamientos, porque
Besar a una chica no sigfinicaba nada del otro mundo para Alessa, cuando su preferencia estaba muy bien definida por las manos, la voz y el olor de un hombre. Después de todo, en la adolescencia, había cometido el error de confundir el interés de una chica que solo pensaba en tetas y chicas porque era lesbiana y aparentemente todos a su alrededor lo sabían, excepto Alessa.Así que, era de esperarse que la chica se le abalanzara encima con una pasión hormonal que dejó a la pelirroja con un enorme signo de "cargando" en la frente. Alessa ni siquiera fue amable o sutil cuando la empujó hacia atrás y le gruñó: «¡¿Tengo cara de ser un puto stand de los besos?!» pues estaba harta de las actitudes de los adolescentes, y era no la primera vez que tenían el descaro de robarle un beso, solo que esta vez no esperó que lo hiciera una chica.¡Jodidos adolescentes!Y como se encontraban en un parque rodeada de sus compañeros del colegio, un coro de abucheos pintó la vergüenza en las mejillas de la
Sin embargo, Alessa cumplió su promesa al pie de la letra y no le dijo nada de nada a Leonardo, ni cuando se encontraron en la Junta Directiva ni cuando regresaron a la mansión. Sophia pidió el día, y Leo accedió a la petición con un gruñido más o menos complacido. De todos modos, Alessa estaba allí para encargarse de la mayoría de las tareas.Debió reconocer, con un poco de amargura, que Alessa realmente desarrolló una gran experiencia en la materia, y todo fue gracias a su época trabajando en Le Roux Corporation. Sí, ser asistente de ese imbécil de Le Roux le había servido de mucho a la pelirroja (no solo los chismes y los dramas).—Funcionó la charla de chicas, ¿no es así? —comentó el hombre mayor dos noches después del incidente, durante una cena en la mansión. Sophia ya se encontraba de vuelta en el rodeo y el cambio de comportamiento de la rubia lo había dejado boquiabierto. Había disminuido exponencialmente su desdén hacia Alessa. ¿Cómo era posible? Él no tenía ni la remota ide
Las manos ásperas de Leonardo subieron y bajaron, de manera sensual, por las piernas desnudas de la pelirroja que comía a besos y tenía recostada en un sillón del living de la mansión. Alessa lo tentaba demasiado teniendo no más que una bata de tela un poco transparente, la cual no le dejaba nada a la imaginación, ni siquiera ocultaba la tensa sensibilidad de sus senos turgentes.Sus sonidos no cesaron. Diez minutos llevaban sumidos en esa sesión de besos y caricias lánguidos, de los cuales cinco tenía a Leonardo sufriendo con una dolor palpitante en la entrepierna. Él tampoco usó mucha ropa, solo unos pantalones ligeros. Por ese motivo, su necesidad física no se notaba demasiado. Aunque la pelirroja la podía sentir cada vez que lo frotaba con una rodilla.—Mm, Leonardo —ronroneó, disfrutando del momento. No existía nada mejor que la diversión antes de la acción.—Suenas agitada, niña. —Él le mordió el labio, tocándola por debajo de la bata—. Te oyes maravilloso, aunque prefiero tus g
Las manos ásperas de Leonardo subieron y bajaron, de manera sensual, por las piernas desnudas de la pelirroja que comía a besos y tenía recostada en un sillón del living de la mansión. Alessa lo tentaba demasiado teniendo no más que una bata de tela un poco transparente, la cual no le dejaba nada a la imaginación, ni siquiera ocultaba la tensa sensibilidad de sus senos turgentes.Sus sonidos no cesaron. Diez minutos llevaban sumidos en esa sesión de besos y caricias lánguidos, de los cuales cinco tenía a Leonardo sufriendo con una dolor palpitante en la entrepierna. Él tampoco usó mucha ropa, solo unos pantalones ligeros. Por ese motivo, su necesidad física no se notaba demasiado. Aunque la pelirroja la podía sentir cada vez que lo frotaba con una rodilla.—Mm, Leonardo —ronroneó, disfrutando del momento. No existía nada mejor que la diversión antes de la acción.—Suenas agitada, niña. —Él le mordió el labio, tocándola por debajo de la bata—. Te oyes maravilloso, aunque prefiero tus g
Con mucha tranquilidad, la joven Sinclair se encontraba en la cocina degustando unas uvas ese viernes por la mañana. Estaba tomando una pausa del trabajo, por orden de su jefe-esposo.Se chupaba un dedo cuando sintió unas manos familiares agarrar su coleta desordenada y unos labios fríos besar su oreja.—Buenos días —ronroneó ella suspirando.—¿Buenos? Qué va, podrían ser mejores. —La voz de Leonardo se oía de recién despertado, ronca, muy sexy; pero olía a colonia y se sentía frío, de seguro llevaba un buen rato despierto y se había duchado.Lo vio sentarse junto a ella en la mesada, vestido con un suéter de esos térmicos y un pantalón negro holgado. Su cabello estaba despeinado y húmedo. Su barba estaba recién recortada y sus ojos oscuros destilaban más travesura que de costumbre. Ella observó cómo el hombre mayor bebió café y no le quitó la mirada de encima.Algo estaba ocurriendo aquí.—¿Cómo dormiste, cielo? —preguntó ella, metiéndose otra uva en la boca y de paso chupándose el p
—Entonces, ¿cómo la vida de casada?Alessa suspiró con fuerza, verificando que Leonardo estaba muy ocupada en la cocina.—Funcionó tu consejo.Carla soltó un chillido y la pelirroja casi se arrancó los auriculares de las orejas.—¡Lo sabía! Leonardo Gold debía tener sus secretitos bien guardados.—Pues sí, tenías toda la razón....Con el transcuro de la práctica, los juegos comenzaron a volverse mucho más interesantes.Leonardo esa noche regresaba al penthouse del edificio de Industrias Gold después de asistir a una junta empresarial a la que Sophia le ordenó que asistiera. Todo aburrido, nada agradable. Su asistente a veces era cruel. Probablemente lo estaba haciendo para castigarlo por las diferencias que lo separaron meses atrás.Cuando había salido de su hogar, Alessa le había ayudado a escoger un traje negro de dos piezas, cortado a la medida, y una corbata roja de seda. Ella lo besó, le dijo que lo amaba mucho, y le estuvo enviando textos con corazones y besos cada vez que podí
Esa mañana, la pelirroja y el magnate desayunaban juntos en la cocina de la mansión. Uno al lado del otro. Tan cerca que se veían de reojo, cómplices. Vale, que tenían una vida sexual bastante activa y gozaban de los juegos. Ya ni vergüenza sentían al practicar algo nuevo. Disfrutaban de la experiencia y esa mañana ambos se miraban a los ojos, recordando las cosas ardientes que últimamente venían haciendo.Pero lo que despertaba la verdadera curiosidad de Alessa, eran los diez minutos que Leonardo llevaba jugando con su cabello largo, ocasionándole de paso escalofríos. No era la primera vez. Leo solía tocar mucho su pelo, agarrarlo, acariciarlo o tirar de él. Le encendía mucho que hiciera aquello, sin embargo, la necesidad del saber llamaba. Claro que ya había sacado sus propias conclusiones y averiguado. Ahora sólo quería oírlo afirmar sus suposiciones.—Entonces, ¿no quieres que me lo recoja? —Se señaló el cabello, mientras su esposo seguía enroscando mechones en sus dedos.—No. Def