106: Una esperanza

No tuvo prisa, en realidad, cuando Alessa se desplomó sobre él, exhausta y satisfecha. Leonardo se balanceó perezosamente en la silla, mimando a la pelirroja que se acurrucó en su regazo como una bolita de corazón manso y miembros gelatinosos. Una de sus manos acarició la espalda de ella, de arriba a abajo, una y otra vez. La otra mano se entretuvo con la piel cremosa de sus muslos.

—Déjame hablar con ella primero —musitó la pelirroja de pronto, con la cabeza enterrada en el pecho de él.

Leonardo no respondió de inmediato, interceptado por el tren de sus pensamientos. Comprendió lo que ella insinuó. Le costó hallar las palabras adecuadas.

—Si la buscas volverá a...

—¿Golpearme? ¡Sí! —adivinó la pelirroja—. Qué lo intente a ver. Se lo permití la primera vez porque yo le había dado un golpe con mis palabras. Mi cara no dolió más de lo que debió doler su orgullo. Créeme. La derribé sin puños.

Recordó lo cerca que había estado Alessa de escupir su veneno contra Sophia, y él lo había imped
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