Alessa vio a Leonardo recargado de su Lamborghini rojo, usando gafas oscuras y un abrigo elegante que colgó hasta las rodillas. Allí se encontraba su apuesto esposo esperándola, o más bien esperando que ella abordara su querido Mercedes Benz. Fue directo hacia él y no le sorprendió que, en cuestión de segundos, su boca estuviera robándole por completa la respiración vital. Con un leve gemido de satisfacción, ella lo abrazó del cuello y él la enjauló por la cintura. —Hola, señor Gold —saludó sin aliento, sonriendo y quitándole los lentes—. Le diría que debo llegar a tiempo con mi jefe, pero resulta que usted es mi jefe. Leo soltó una rica carcajada áspera. —Hola, hola, mi niña. Ella relamió sus labios y se pegó más a su cuerpo. —Luces jodidamente guapo, como de costumbre. —Alessa —él medio advirtió medio coqueteó—. Debemos ir a la empresa... —¿Y? —ella picoteaba sus labios entreabiertos con besos dulces y traviesos. —Y me estás poniéndolo difícil. —Querrás decir: poniéndotela
En cuanto rompieron su abrazo íntimo y salieron del ascensor, la pelirroja lo tiró de la mano. Leonardo la observó caminar alegremente con las caderas moviéndose de lado a lado, un poco menos tensa gracias a su reciente conversación. Pronto estuvieron recorriendo el pasillo, aferrándose el uno al otro. Avanzaron hacia la oficina de él a la misma velocidad, cruzándose con varios empleados que parecieron realmente nerviosos por el evento del día, o mejor dicho, de la semana y el mes. —Sophia —anunció Alessa animadamente al ver a la mujer rubia que esperaba junto a la puerta de la oficina, usando un traje de dos piezas color mostaza ajustado a su silueta. Alessa casi chisporroteó de felicidad al ver que su amor platónico también se encontraba allí. No cabía ninguna duda de que Reynolds había ejecutado un trabajo impecable custodiando a la familia Sinclair, cuidándolos de la presión mediática. Fue cierto que Alessa experimentó una marejada de preocupación cuando una de sus hermanas menor
Después de que Leo se marchó, Alessa se reunió con Reynolds y Sophia en la oficina de la mujer rubia, mordiéndose el labio inferior. Diez minutos, aseguró su esposo con un beso casto en sus nudillos. Diez minutos para preparar el terreno desconocido y medir las repercusiones. Alessa aceptó a regañadientes y, cuando lo vio caminar a la sala de la Junta Directiva con los hombros rígidos, decidió regalarle diez minutos más. No podía imaginar la gran cantidad de estrés que Leonardo estaba cargando encima desde muy temprano en la mañana y la que todavía le faltó por enfrentar. Lo último que él se merecía era la presión de su esposa.Miró a un lado y suspiró.—Te preocupas mucho por el asunto de Le Roux, Reynolds.El jefe de seguridad apartó la mirada de una tableta electrónica entre sus manos y volteó a verla, quedándose un tanto prendido por su apariencia. Él asintió contemplativo.—Es mi especialidad. Cumplir mi trabajo.La pelirroja le devolvió el gesto y caminó directamente hacia él, pa
Leonardo estaba a segundos de explosionar.Pasándose la mano por la mandíbula, él siguió escuchando las palabras de los miembros de la Junta Directiva. Su cabeza realmente ya pesaba con tanta información recibida y le empezaba a causar dolor. Suspiró, mentalmente agobiado. Quería volver a casa y olvidarlo todo con su querida esposa, pero no tenía otra opción que soportar las reprimendas de sus socios y, para varias, del imbécil de Le Roux, que solo había venido a meterle cucacharas en la cabeza a sus socios. No lo habían contactado solo a él, querían a Alessa en la sala. Pero Leonardo necesitaba enfrentar las primeras barricadas por su cuenta. A él lo tenían en ese lugar contra la espada y la pared. Podía soportarlo. ¿Por qué carajos querían perjudicar a Alessa? ¿Qué ganaban, aparte de su hostilidad? Sus socios deberían tener mejores ideas. Era muy probable que Le Roux había tenido tiempo suficiente para lavarles el cerebro en su ausencia.Joder, Alessa tenía muchísima razón.Le Roux
La sala se sumió en un completo silencio de conmoción y Leonardo se imaginó cuántas veces debió Alessa imaginar que esto sucedería: ella irrumpiendo por la puerta como un huracán de pelo rojo y boca salvaje, callándole la boca a todos los misóginos que ocuparon la mesa ovalada y pensaron que ella sería una gatita y no una fiera indomable. Gente ilusa. La gatita fue propiedad única y exclusiva de Leonardo, en la privacidad, en la intimidad, cuando el deseo incendió la venas y ella se rindió ante él. La gatita que ronroneó para él con ojos dóciles y manos amorosas. Esa gatita que rogó por sus caricias, mimos y elogios. Leonardo fue dueño de esa faceta. Para el resto del mundo, Alessa fue todo lo contrario: una bestia que no debía ser cuestionada ni traicionada. —¿Qué estás haciendo aquí, Sinclair? —Le Roux no ocultó su escepticismo ni su ceño fruncido, aunque un brillo perverso en los ojos lo delató, revelando que todavía, a pesar de los años, las circunstancias y la distancia, guard
Leonardo detectó de inmediato la tensión en los hombros de Elliot Le Roux cuando su esposa envió sus mejores armas, imponiéndose a los hombres y a sus directrices. Claramente, Alessa tenía intenciones muy específicas cuando entró a esta sala lista para enfrentarse a Le Roux. No se esperó que ella trajera el contrato... Eso significaba que... Alessa había hablado con Sophia, sin lugar a dudas. Las dos mujeres se pusieron de acuerdo mientras él estaba aquí lidiando con las quejas de Le Roux. Pero no le gustaba nada la alta disposición que Alessa le estaba mostrando a Elliot, como si quisiera apaciguarlo o endulzarlo. Leonardo tenía que morder su lengua y sus celos irracionales. —¿De verdad estás diciendo lo que creo que estás diciendo, Alessa? —Le Roux miró a cada uno de los miembros de la Junta antes de fijar su atención en la pelirroja—. Jamás te comprometerías a una buena conducta. Ese no es tu estilo. —Solía ser mi estilo. En eso estamos de acuerdo, en el pasado. Te doy ese créd
—¡Agh! Esto es molesto. Es frustrante. Es agotador...—No me lo imagino en lo absoluto, querida —la mujer tarareó sin apartar la vista de su celular, tecleando en la pantalla táctil a la velocidad de la luz. Su rostro de negocios estaba activo aunque su voz no, era completamente casual.—Tal vez necesito un besito para revivir-Un gruñido molesto la interrumpió de inmediato, haciéndola contener una sonrisa maliciosa.—Cállate.Tarareó.—¿Demasiado pronto para bromear sobre eso?—Nunca vamos a bromear sobre eso. Tenlo muy claro.—Una broma a la semana.—Ninguna, te dije.—Al mes.—Dije que te calles.—Qué aburrida eres, Soph.—La puerta está justo allí.—Tengo flojera.Se formó un largo silencio. No era incómodo. Solo fue una pausa donde las palabras no eran necesarias.—¿De veras vas a estar bien, Alessa?La pelirroja asintió, alzando el brazo para mostrar su actitud positiva con un pulgar arriba, porque la situación pudo resultar mucho peor. En el peor de los casos, Le Roux le habría
Alessa esperó hasta sentirse un poco mejor del malestar que sofocaba sus sentidos. No sabía muy bien de qué se trataba, pero definitivamente no se trataba de un embarazo. El implante anticonceptivo todavía estaba en su brazo. Leonardo era una bestia generosa en la cama, en la oficina, en cualquier rincón donde pudiera derramar sus pasiones indomables, pero tampoco podía vencer esos métodos clínicos con su gran virilidad, ¿cierto?Mientras bebía aquella cosa verde del vaso con pajita, se quedó sumamente calladita, observando cómo Sophia y Reybolds discutían sobre los recientes movimientos de Elliot y las últimas conexiones que había establecido su corporación en el extranjero, alegando que el magnate francés no perdió el tiempo cuando la señora Humble comenzó a meterlo en aprietos con sus contactos en el país, lo que significa que Le Roux podía estar operando bajo la mesa, aliándose con personas de dudosa reputación en territorio alemán. Evidentemente, Sophia y Reynolds compartieron su