119: Fiera indomable

La sala se sumió en un completo silencio de conmoción y Leonardo se imaginó cuántas veces debió Alessa imaginar que esto sucedería: ella irrumpiendo por la puerta como un huracán de pelo rojo y boca salvaje, callándole la boca a todos los misóginos que ocuparon la mesa ovalada y pensaron que ella sería una gatita y no una fiera indomable.

Gente ilusa.

La gatita fue propiedad única y exclusiva de Leonardo, en la privacidad, en la intimidad, cuando el deseo incendió la venas y ella se rindió ante él. La gatita que ronroneó para él con ojos dóciles y manos amorosas. Esa gatita que rogó por sus caricias, mimos y elogios. Leonardo fue dueño de esa faceta. Para el resto del mundo, Alessa fue todo lo contrario: una bestia que no debía ser cuestionada ni traicionada.

—¿Qué estás haciendo aquí, Sinclair? —Le Roux no ocultó su escepticismo ni su ceño fruncido, aunque un brillo perverso en los ojos lo delató, revelando que todavía, a pesar de los años, las circunstancias y la distancia, guard
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