Habían hablado de la situación, pero al día siguiente, cuando Alessa regresó a la mansión después de trabajar con Sophia las próximas estrategias de contingencia contra Le Roux, Leonardo todavía pareció caminar en una cuerda floja.Leo ya tenía un par de horas esperándola en la mansión, porque Alessa le dijo que estaba bien que él se retirara temprano de la empresa si su labor había concluido. Ella seguía siendo una empleada, así que cumpliría sus tareas al pie de la letra.Cuando ella cruzó el vestíbulo, él se encontraba en el sofá usando ropa cómoda, bebiendo un vaso de whisky.Él sonrió y se puso de pie al ver que su esposa había llegado.—Solo voy a decir que me quedé en la oficina de Sophia nadando en montones de documentos PDF y papales. —La pelirroja dio unos saltitos y se acercó corriendo a él. Leonardo dejó el vaso en una mesita antes de que Alessa se le abalanzara.La atrapó fuertemente de la cintura y se estremeció mientras la besaba, aprovechando para saborear esos labios
Dos días más tarde de la última conversación, la pelirroja despertó abruptamente una noche, sufriendo los efectos secundarios de una pesadilla demasiado vívida y mortificante: Leo ignorándola a lo lejos, Le Roux persiguiéndola con palabras mordaces, tanto Sophia como Reynolds decepcionados de ella por alguna razón, un auto desconocido volando a gran velocidad y entonces la abraza la total e inmisericorde oscuridad. Estaba dormida, pero las sensaciones mortales atravesaron su subconsciente, enviándola poco a poco en un espiral ascendente.Si pudiera sentir miedo, estaría gritando de puro terror.No obstante, Alessa pudo sentir algo que ella supuso que debe ser similar al miedo. No igual. Pero muy parecido.Estaba sudando gotas gruesas, luchando contra el pánico que se arrastró en su interior como enredaderas venenosas, cuando se descubrió completamente sola en la cama king size. Se sentó enseguida y se rascó los ojos.¿Qué había pasado?¿Le dio una patada muy fuerte mientras dormía?—D
—Carlota —Alessa estaba rebosante de genuina alegría mientras abrazaba su mejor amiga, apenas puso un pie en la entrada de su nuevo apartamento en París.Carla chilló y saltó como un conejito emocionado, arrastrándola al interior perfectamente decorado de su lugar.—¡No puedo creerlo!—Estoy de paso, eh, pero...—¡Estás aquí! ¡Estás aquí, roja!—Lo sé. Lo sé.Estaba allí de paso, era cierto. Tenía trabajo pendiente allí, resumen, gracias a los dilemas no resueltos con Le Roux.—Ay, esta es una prueba de que realmente me amas. —Carla se acercó a ella y la envolvió en un fuerte abrazo que, por un instante, pilló a la pelirroja sin aliento. Aún no se acostumbraba a recibir estos gestos enormes de las personas, no a esa magnitud. Una cosa era su relación con Leonardo. Otra muy distinta era ser apretada, besuqueada o manoseada por alguien de quién no estuviera perdidamente enamorada.A pesar de todos esos factores, Alessa colocó las manos en su espalda y apoyó la mejilla en su ho
La conversación casual con Carla le sirvió de mucho para relajarse y olvidar por un instante todos los males que le perseguían y le impedían ver las cosas buenas que la rodeaban. Carla le contó de Fernando, el chico que estaba en su apartamento, que lo había conocido en el museo Louvre e instantáneamente hicieron clic con una simple mirada.Alessa solo le dijo que tuviera cuidado y se dedicara a pasarla bien, antes de recuperar su abrigo e ir con su esposo.Una hora más tarde, el jet aterrizó en una pista privada de alta seguridad en Berlín. El jefe Reynolds aguardaba en el hangar, mientras la pelirroja de vestido blanco y gafas de sol bajaba las escaleras, intentando no tropezar de nuevo con sus tacones y esta vez sí caer de boca.—Señora Gold, siempre es un placer verla de nuevo —dijo Reynolds apenas la chica estuvo cerca.—Sé que me extrañabas. —Alessa sonrió un tanto cínica, acomodándose el pelo—. ¿Desde cuándo no nos vemos? ¿Desde que me diste esa bebida verde súper viscosa y bab
Su momento no podía durar demasiado, porque Leo asintió hacia el exterior de la sala de conferencias.—Vamos. Ya nos reuniremos con la señora Humble.—Adrian está aquí también.—Tuve que convencerlo para que nos dignara con su presencia, al menos diez minutos. —Leonardo chasqueó la lengua—. No está muy feliz, claro.—Eso noté. Los vi discutir aquí dentro como un matrimonio cuando llegué.Leo enarcó una ceja.—¿Tú y yo discutimos de esa manera, nena?—Bueno, no tanto. —Torció los labios, jugueteando con su corbata roja—. Tal vez Adrian es tu verdadera esposa.—Graciosa —murmuró divertido, un poco cansado, pero feliz de tenerla cerca en el momento que más la necesita—. Adrian desaparecerá en menos de lo que canta un gallo, te lo aseguro. No tienes que ponerte celosa conmigo.—¿Yo? ¿Celosa? —Ella sonrió de lado—. Podríamos hacer un trío.—Oye, niña, no te pases.Las carcajadas de la pelirroja se apagaron, cuando sintió que la están observando fijo e intenso. Del otro lado del cubículo de
—Tengo la ligera sospecha de que nada calmará la inquietud de Le Roux —comentó Adrian Ross, acompañado de Leonardo, el jefe Reynolds y Alessa, quien se mantenía en una esquina del cubículo de cristal, completamente neutral en la conversación.—¿Qué quiere entonces? ¿Desaparecer a Alessa de la faz de la tierra? —cuestionó Reynolds con una ceja alzada.—Siempre que le sirva para joderle la vida a mi querido amigo aquí presente. —Ross se aproximó a Gold, mientras este se balanceaba en una silla—. Debes estar hirviendo de furia, ¿no? Casi te sacó las intimidades enfrente de Humble. Felicidades.—Tú tampoco eres un santo, no me vengas con tus críticas. —Leonardo ya se notaba estresado, Alessa lo veía y se sentía molesta por eso. Su aspecto incluso ya no era refinado, sino «rudo». Se había quitado la corbata y el saco, abierto los primeros botones de la camisa; además, estaba despeinado.—Críticas que deberías tomar en cuenta si te importa mucho tu legado.—Pensé que no te quedarías más de
—No estoy muy de acuerdo con esto —La pelirroja gruñó, cruzando los brazos—. Nada, nada de acuerdo.—Alessa...—Nada de eso.—¿Vas a ignorarme entonces?—Podría hacerlo.—No seas cruel.—El mundo es cruel, sí —ella asintió varias veces, echándole un vistazo a sus uñas pintadas de rojo carmín, mientras cruzaba una pierna sobre la otra—. ¿Qué puedes esperar? Así son las cosas, ¿no? Sé fuerte, cariño mío.Su cabello rojo caía libre hasta su cintura. Su corto vestido negro de cuello cuadrado se ajustaba perfectamente a sus curvas.Leonardo tuvo que obligarse a ver la carretera más de una vez, evitando un accidente por estar distraído con la belleza de su esposa.—Vas a ser una mala chica conmigo, ¿eh?Alessa lo consideró un segundo, con el ceño fruncido y la vista clavada en el parabrisas del Lamborghini rojo de Leonardo.—Mmm.—Mmm, ¿qué?Ella le lanzó una mirada de reojo, ajustándose en el asiento del pasajero. Leonardo apretó la mandíbula cuando oyó el ruido de su piel, la piel tersa d
—Tienes suerte de que no haya ocurrido ninguna catástrofe en esta reunión —dijo Adrian Ross, mientras Leonardo se alejaba de la oficina de la señora Humble con pasos decididos.La visita privada a la mujer había sido más que efectiva, junto a Alessa, mucho se había aclarado, por suerte. Eso estaba bien, porque no quería volver a casa con esa espinita en el costado preguntándole siempre si fue buena idea no tener una conversación directa con la señora Humble. Alessa tenía la misma duda, lo sabía muy bien, porque ella era demasiado inquieta y demasiado inteligente para su propio bien. Si se van, dejando todo en la incertidumbre, era muy probable que la pelirroja se atrevería a volar de regreso a Berlín solo para interrogar a la señora Humble: "¿Cuál es tu postura? ¿A quién le crees? ¿Cómo harás esto?"Leonardo no podía juzgarla, porque tampoco lograría quedarse quieto sabiendo que su pelirroja podía peligrar en cualquier momento, en cualquier descuido. Él se prometió cuidarla, hasta el