Su momento no podía durar demasiado, porque Leo asintió hacia el exterior de la sala de conferencias.—Vamos. Ya nos reuniremos con la señora Humble.—Adrian está aquí también.—Tuve que convencerlo para que nos dignara con su presencia, al menos diez minutos. —Leonardo chasqueó la lengua—. No está muy feliz, claro.—Eso noté. Los vi discutir aquí dentro como un matrimonio cuando llegué.Leo enarcó una ceja.—¿Tú y yo discutimos de esa manera, nena?—Bueno, no tanto. —Torció los labios, jugueteando con su corbata roja—. Tal vez Adrian es tu verdadera esposa.—Graciosa —murmuró divertido, un poco cansado, pero feliz de tenerla cerca en el momento que más la necesita—. Adrian desaparecerá en menos de lo que canta un gallo, te lo aseguro. No tienes que ponerte celosa conmigo.—¿Yo? ¿Celosa? —Ella sonrió de lado—. Podríamos hacer un trío.—Oye, niña, no te pases.Las carcajadas de la pelirroja se apagaron, cuando sintió que la están observando fijo e intenso. Del otro lado del cubículo de
—Tengo la ligera sospecha de que nada calmará la inquietud de Le Roux —comentó Adrian Ross, acompañado de Leonardo, el jefe Reynolds y Alessa, quien se mantenía en una esquina del cubículo de cristal, completamente neutral en la conversación.—¿Qué quiere entonces? ¿Desaparecer a Alessa de la faz de la tierra? —cuestionó Reynolds con una ceja alzada.—Siempre que le sirva para joderle la vida a mi querido amigo aquí presente. —Ross se aproximó a Gold, mientras este se balanceaba en una silla—. Debes estar hirviendo de furia, ¿no? Casi te sacó las intimidades enfrente de Humble. Felicidades.—Tú tampoco eres un santo, no me vengas con tus críticas. —Leonardo ya se notaba estresado, Alessa lo veía y se sentía molesta por eso. Su aspecto incluso ya no era refinado, sino «rudo». Se había quitado la corbata y el saco, abierto los primeros botones de la camisa; además, estaba despeinado.—Críticas que deberías tomar en cuenta si te importa mucho tu legado.—Pensé que no te quedarías más de
—No estoy muy de acuerdo con esto —La pelirroja gruñó, cruzando los brazos—. Nada, nada de acuerdo.—Alessa...—Nada de eso.—¿Vas a ignorarme entonces?—Podría hacerlo.—No seas cruel.—El mundo es cruel, sí —ella asintió varias veces, echándole un vistazo a sus uñas pintadas de rojo carmín, mientras cruzaba una pierna sobre la otra—. ¿Qué puedes esperar? Así son las cosas, ¿no? Sé fuerte, cariño mío.Su cabello rojo caía libre hasta su cintura. Su corto vestido negro de cuello cuadrado se ajustaba perfectamente a sus curvas.Leonardo tuvo que obligarse a ver la carretera más de una vez, evitando un accidente por estar distraído con la belleza de su esposa.—Vas a ser una mala chica conmigo, ¿eh?Alessa lo consideró un segundo, con el ceño fruncido y la vista clavada en el parabrisas del Lamborghini rojo de Leonardo.—Mmm.—Mmm, ¿qué?Ella le lanzó una mirada de reojo, ajustándose en el asiento del pasajero. Leonardo apretó la mandíbula cuando oyó el ruido de su piel, la piel tersa d
—Tienes suerte de que no haya ocurrido ninguna catástrofe en esta reunión —dijo Adrian Ross, mientras Leonardo se alejaba de la oficina de la señora Humble con pasos decididos.La visita privada a la mujer había sido más que efectiva, junto a Alessa, mucho se había aclarado, por suerte. Eso estaba bien, porque no quería volver a casa con esa espinita en el costado preguntándole siempre si fue buena idea no tener una conversación directa con la señora Humble. Alessa tenía la misma duda, lo sabía muy bien, porque ella era demasiado inquieta y demasiado inteligente para su propio bien. Si se van, dejando todo en la incertidumbre, era muy probable que la pelirroja se atrevería a volar de regreso a Berlín solo para interrogar a la señora Humble: "¿Cuál es tu postura? ¿A quién le crees? ¿Cómo harás esto?"Leonardo no podía juzgarla, porque tampoco lograría quedarse quieto sabiendo que su pelirroja podía peligrar en cualquier momento, en cualquier descuido. Él se prometió cuidarla, hasta el
—Alessa —gruñó, una oleada de posesividad lo consumió mientras la miraba a los ojos, haciéndola saltar y sonrojarse por su reacción severa—. ¿Te me lanzaste encima sin saber si Reynolds estaba o vigilando la puerta? ¿O estabas consciente de eso?Ella se sonrojó diciendo: —¿Ups?—¿Ups? —Leonardo enarcó una ceja y apretó su cintura—. ¿Cómo que "Ups"? Alessa...—¡No lo hice a propósito!—¿Entonces?—Leo, Reynolds no me iba a ver desnuda.—¿Cómo lo sabías? ¡Saliste toda feliz! Con este... Con este... —Leo luchó contra las palabras y la innegable lujuria que se arremolinaba en su entrepierna mientras más la miraba así, toda cubierta de encaje que podía ser el blanco más puro, pero no era nada inocente o puro de ninguna forma. Especialmente cuando el encaje se apretaba a la perfección sobre la piel cremosa de la pelirroja, resaltando sus curvas generosas y sus rollitos de carne tierna.Ella le mostró su mejor puchero.—¿Te vas a enfadar conmigo? Esto es para ti. —Señaló el conjunto de lence
Sentada en un sofá de doz plazas de cuero rojo, dentro de una cabina espaciosa y lo suficientemente privada del restaurante del hotel de cinco estrellas, Alessa contaba las bombillas del techo con un gracioso ceño fruncido en su rostro. Su teléfono estaba sobre la mesa, pues se mantenía a la espera de una nueva cadena de mensajes de su mejor amiga. La última respuesta fue hace menos de treinta segundos. Eso solo podía significar que Carla estaba escribiéndole un testamento o quizás grabándole un audio-podcast de seis o siete minutos contándole acerca de su rutina en París, trabajando para una agencia de modelaje como secretaria.Sonó un "ding" y Alessa desbloqueó la pantalla sin alzar el teléfono. Ah, sí. Resopló. Era un audio de cuatro minutos. Lo reprodujo, sin olvidar ponerlo en x2 para que la voz alegre y pausada de su amiga se acelerara.En alguna parte del audio, Carla tocó el punto más interesante.—... A ver, te cuento, el asunto con Fernando fue bonito mientras duró. Ya termi
Alessa va a visitar a Carla en París como lo prometió al principio, después de que terminaron los asuntos en Alemania. Es un viaje instantáneo. Las dos se abrazaron, se estrecharon la una a la otra con risas burbujeantes y compartieron una botella de vino esa noche, haciendo una pijama improvisada para ponerse al día sin tener que hacerlo a través de una aplicación telefónica.El apartamento de Carla está vez estaba vacío, excepto por ellas dos. No había ningún Fernando ni nadie más rondando el dormitorio de la morena esa noche, así que eran libres de andar como quisieran y de hacer lo que quisieran.—Vaya calma se siente este sitio cuando no metes intrusos.—Eres cruel, Alessa —bisbiseó Carla, alzando las piernas.—Ah, soy sincera.—El chico no era malo.—No, solo era inadecuado.—Lo era para mí.—Para ti pues, como tú dices.—Sí que te pones bien cansona. En serio.—¿Lista para tu cita de mañana con un verdadero Sugar Daddy? —preguntó la pelirroja, tirada en el piso, encima de la al
Después de mucho, muchísimo tiempo, Alessa despertó esa mañana con una sonrisa en el rostro, se deslizó de la cama, agarró su teléfono de la mesita de noche y chequeó los tabloides. Exacto, esos mismos tabloides acosadores y exagerados que solían hablar y hablar acerca de ella como el famoso "rubí de la discordia", envuelta por dos empresarios y una historia escandalosa. Ella había marcado su distancia con las redes sociales y la prensa, por el bien de su salud mental, ya que no le vio sentido a mortificarse a diario con las críticas de otras personas que ni siquiera la conocían. Además, su madre se lo había recomendado, o mejor dicho, se lo reprochó con un dedo apuntándole a la cara. Agatha Sinclair le dejó muy claro que no estaba bien que anduviera llenándose la cabeza con esas noticias ociosas de la gente sin oficio en la vida."Déjalos que parloteen de lo que les dé la gana, hija, pero tú tienes que parar de darles cualquier tipo de atención, claramente no te hace ningún bien anda