Sin embargo, Alessa cumplió su promesa al pie de la letra y no le dijo nada de nada a Leonardo, ni cuando se encontraron en la Junta Directiva ni cuando regresaron a la mansión. Sophia pidió el día, y Leo accedió a la petición con un gruñido más o menos complacido. De todos modos, Alessa estaba allí para encargarse de la mayoría de las tareas.Debió reconocer, con un poco de amargura, que Alessa realmente desarrolló una gran experiencia en la materia, y todo fue gracias a su época trabajando en Le Roux Corporation. Sí, ser asistente de ese imbécil de Le Roux le había servido de mucho a la pelirroja (no solo los chismes y los dramas).—Funcionó la charla de chicas, ¿no es así? —comentó el hombre mayor dos noches después del incidente, durante una cena en la mansión. Sophia ya se encontraba de vuelta en el rodeo y el cambio de comportamiento de la rubia lo había dejado boquiabierto. Había disminuido exponencialmente su desdén hacia Alessa. ¿Cómo era posible? Él no tenía ni la remota ide
Las manos ásperas de Leonardo subieron y bajaron, de manera sensual, por las piernas desnudas de la pelirroja que comía a besos y tenía recostada en un sillón del living de la mansión. Alessa lo tentaba demasiado teniendo no más que una bata de tela un poco transparente, la cual no le dejaba nada a la imaginación, ni siquiera ocultaba la tensa sensibilidad de sus senos turgentes.Sus sonidos no cesaron. Diez minutos llevaban sumidos en esa sesión de besos y caricias lánguidos, de los cuales cinco tenía a Leonardo sufriendo con una dolor palpitante en la entrepierna. Él tampoco usó mucha ropa, solo unos pantalones ligeros. Por ese motivo, su necesidad física no se notaba demasiado. Aunque la pelirroja la podía sentir cada vez que lo frotaba con una rodilla.—Mm, Leonardo —ronroneó, disfrutando del momento. No existía nada mejor que la diversión antes de la acción.—Suenas agitada, niña. —Él le mordió el labio, tocándola por debajo de la bata—. Te oyes maravilloso, aunque prefiero tus g
Las manos ásperas de Leonardo subieron y bajaron, de manera sensual, por las piernas desnudas de la pelirroja que comía a besos y tenía recostada en un sillón del living de la mansión. Alessa lo tentaba demasiado teniendo no más que una bata de tela un poco transparente, la cual no le dejaba nada a la imaginación, ni siquiera ocultaba la tensa sensibilidad de sus senos turgentes.Sus sonidos no cesaron. Diez minutos llevaban sumidos en esa sesión de besos y caricias lánguidos, de los cuales cinco tenía a Leonardo sufriendo con una dolor palpitante en la entrepierna. Él tampoco usó mucha ropa, solo unos pantalones ligeros. Por ese motivo, su necesidad física no se notaba demasiado. Aunque la pelirroja la podía sentir cada vez que lo frotaba con una rodilla.—Mm, Leonardo —ronroneó, disfrutando del momento. No existía nada mejor que la diversión antes de la acción.—Suenas agitada, niña. —Él le mordió el labio, tocándola por debajo de la bata—. Te oyes maravilloso, aunque prefiero tus g
Con mucha tranquilidad, la joven Sinclair se encontraba en la cocina degustando unas uvas ese viernes por la mañana. Estaba tomando una pausa del trabajo, por orden de su jefe-esposo.Se chupaba un dedo cuando sintió unas manos familiares agarrar su coleta desordenada y unos labios fríos besar su oreja.—Buenos días —ronroneó ella suspirando.—¿Buenos? Qué va, podrían ser mejores. —La voz de Leonardo se oía de recién despertado, ronca, muy sexy; pero olía a colonia y se sentía frío, de seguro llevaba un buen rato despierto y se había duchado.Lo vio sentarse junto a ella en la mesada, vestido con un suéter de esos térmicos y un pantalón negro holgado. Su cabello estaba despeinado y húmedo. Su barba estaba recién recortada y sus ojos oscuros destilaban más travesura que de costumbre. Ella observó cómo el hombre mayor bebió café y no le quitó la mirada de encima.Algo estaba ocurriendo aquí.—¿Cómo dormiste, cielo? —preguntó ella, metiéndose otra uva en la boca y de paso chupándose el p
—Entonces, ¿cómo la vida de casada?Alessa suspiró con fuerza, verificando que Leonardo estaba muy ocupada en la cocina.—Funcionó tu consejo.Carla soltó un chillido y la pelirroja casi se arrancó los auriculares de las orejas.—¡Lo sabía! Leonardo Gold debía tener sus secretitos bien guardados.—Pues sí, tenías toda la razón....Con el transcuro de la práctica, los juegos comenzaron a volverse mucho más interesantes.Leonardo esa noche regresaba al penthouse del edificio de Industrias Gold después de asistir a una junta empresarial a la que Sophia le ordenó que asistiera. Todo aburrido, nada agradable. Su asistente a veces era cruel. Probablemente lo estaba haciendo para castigarlo por las diferencias que lo separaron meses atrás.Cuando había salido de su hogar, Alessa le había ayudado a escoger un traje negro de dos piezas, cortado a la medida, y una corbata roja de seda. Ella lo besó, le dijo que lo amaba mucho, y le estuvo enviando textos con corazones y besos cada vez que podí
Esa mañana, la pelirroja y el magnate desayunaban juntos en la cocina de la mansión. Uno al lado del otro. Tan cerca que se veían de reojo, cómplices. Vale, que tenían una vida sexual bastante activa y gozaban de los juegos. Ya ni vergüenza sentían al practicar algo nuevo. Disfrutaban de la experiencia y esa mañana ambos se miraban a los ojos, recordando las cosas ardientes que últimamente venían haciendo.Pero lo que despertaba la verdadera curiosidad de Alessa, eran los diez minutos que Leonardo llevaba jugando con su cabello largo, ocasionándole de paso escalofríos. No era la primera vez. Leo solía tocar mucho su pelo, agarrarlo, acariciarlo o tirar de él. Le encendía mucho que hiciera aquello, sin embargo, la necesidad del saber llamaba. Claro que ya había sacado sus propias conclusiones y averiguado. Ahora sólo quería oírlo afirmar sus suposiciones.—Entonces, ¿no quieres que me lo recoja? —Se señaló el cabello, mientras su esposo seguía enroscando mechones en sus dedos.—No. Def
Alessa vio a Leonardo recargado de su Lamborghini rojo, usando gafas oscuras y un abrigo elegante que colgó hasta las rodillas. Allí se encontraba su apuesto esposo esperándola, o más bien esperando que ella abordara su querido Mercedes Benz. Fue directo hacia él y no le sorprendió que, en cuestión de segundos, su boca estuviera robándole por completa la respiración vital. Con un leve gemido de satisfacción, ella lo abrazó del cuello y él la enjauló por la cintura. —Hola, señor Gold —saludó sin aliento, sonriendo y quitándole los lentes—. Le diría que debo llegar a tiempo con mi jefe, pero resulta que usted es mi jefe. Leo soltó una rica carcajada áspera. —Hola, hola, mi niña. Ella relamió sus labios y se pegó más a su cuerpo. —Luces jodidamente guapo, como de costumbre. —Alessa —él medio advirtió medio coqueteó—. Debemos ir a la empresa... —¿Y? —ella picoteaba sus labios entreabiertos con besos dulces y traviesos. —Y me estás poniéndolo difícil. —Querrás decir: poniéndotela
En cuanto rompieron su abrazo íntimo y salieron del ascensor, la pelirroja lo tiró de la mano. Leonardo la observó caminar alegremente con las caderas moviéndose de lado a lado, un poco menos tensa gracias a su reciente conversación. Pronto estuvieron recorriendo el pasillo, aferrándose el uno al otro. Avanzaron hacia la oficina de él a la misma velocidad, cruzándose con varios empleados que parecieron realmente nerviosos por el evento del día, o mejor dicho, de la semana y el mes. —Sophia —anunció Alessa animadamente al ver a la mujer rubia que esperaba junto a la puerta de la oficina, usando un traje de dos piezas color mostaza ajustado a su silueta. Alessa casi chisporroteó de felicidad al ver que su amor platónico también se encontraba allí. No cabía ninguna duda de que Reynolds había ejecutado un trabajo impecable custodiando a la familia Sinclair, cuidándolos de la presión mediática. Fue cierto que Alessa experimentó una marejada de preocupación cuando una de sus hermanas menor