Con mucha tranquilidad, la joven Sinclair se encontraba en la cocina degustando unas uvas ese viernes por la mañana. Estaba tomando una pausa del trabajo, por orden de su jefe-esposo.Se chupaba un dedo cuando sintió unas manos familiares agarrar su coleta desordenada y unos labios fríos besar su oreja.—Buenos días —ronroneó ella suspirando.—¿Buenos? Qué va, podrían ser mejores. —La voz de Leonardo se oía de recién despertado, ronca, muy sexy; pero olía a colonia y se sentía frío, de seguro llevaba un buen rato despierto y se había duchado.Lo vio sentarse junto a ella en la mesada, vestido con un suéter de esos térmicos y un pantalón negro holgado. Su cabello estaba despeinado y húmedo. Su barba estaba recién recortada y sus ojos oscuros destilaban más travesura que de costumbre. Ella observó cómo el hombre mayor bebió café y no le quitó la mirada de encima.Algo estaba ocurriendo aquí.—¿Cómo dormiste, cielo? —preguntó ella, metiéndose otra uva en la boca y de paso chupándose el p
—Entonces, ¿cómo la vida de casada?Alessa suspiró con fuerza, verificando que Leonardo estaba muy ocupada en la cocina.—Funcionó tu consejo.Carla soltó un chillido y la pelirroja casi se arrancó los auriculares de las orejas.—¡Lo sabía! Leonardo Gold debía tener sus secretitos bien guardados.—Pues sí, tenías toda la razón....Con el transcuro de la práctica, los juegos comenzaron a volverse mucho más interesantes.Leonardo esa noche regresaba al penthouse del edificio de Industrias Gold después de asistir a una junta empresarial a la que Sophia le ordenó que asistiera. Todo aburrido, nada agradable. Su asistente a veces era cruel. Probablemente lo estaba haciendo para castigarlo por las diferencias que lo separaron meses atrás.Cuando había salido de su hogar, Alessa le había ayudado a escoger un traje negro de dos piezas, cortado a la medida, y una corbata roja de seda. Ella lo besó, le dijo que lo amaba mucho, y le estuvo enviando textos con corazones y besos cada vez que podí
Esa mañana, la pelirroja y el magnate desayunaban juntos en la cocina de la mansión. Uno al lado del otro. Tan cerca que se veían de reojo, cómplices. Vale, que tenían una vida sexual bastante activa y gozaban de los juegos. Ya ni vergüenza sentían al practicar algo nuevo. Disfrutaban de la experiencia y esa mañana ambos se miraban a los ojos, recordando las cosas ardientes que últimamente venían haciendo.Pero lo que despertaba la verdadera curiosidad de Alessa, eran los diez minutos que Leonardo llevaba jugando con su cabello largo, ocasionándole de paso escalofríos. No era la primera vez. Leo solía tocar mucho su pelo, agarrarlo, acariciarlo o tirar de él. Le encendía mucho que hiciera aquello, sin embargo, la necesidad del saber llamaba. Claro que ya había sacado sus propias conclusiones y averiguado. Ahora sólo quería oírlo afirmar sus suposiciones.—Entonces, ¿no quieres que me lo recoja? —Se señaló el cabello, mientras su esposo seguía enroscando mechones en sus dedos.—No. Def
Alessa vio a Leonardo recargado de su Lamborghini rojo, usando gafas oscuras y un abrigo elegante que colgó hasta las rodillas. Allí se encontraba su apuesto esposo esperándola, o más bien esperando que ella abordara su querido Mercedes Benz. Fue directo hacia él y no le sorprendió que, en cuestión de segundos, su boca estuviera robándole por completa la respiración vital. Con un leve gemido de satisfacción, ella lo abrazó del cuello y él la enjauló por la cintura. —Hola, señor Gold —saludó sin aliento, sonriendo y quitándole los lentes—. Le diría que debo llegar a tiempo con mi jefe, pero resulta que usted es mi jefe. Leo soltó una rica carcajada áspera. —Hola, hola, mi niña. Ella relamió sus labios y se pegó más a su cuerpo. —Luces jodidamente guapo, como de costumbre. —Alessa —él medio advirtió medio coqueteó—. Debemos ir a la empresa... —¿Y? —ella picoteaba sus labios entreabiertos con besos dulces y traviesos. —Y me estás poniéndolo difícil. —Querrás decir: poniéndotela
En cuanto rompieron su abrazo íntimo y salieron del ascensor, la pelirroja lo tiró de la mano. Leonardo la observó caminar alegremente con las caderas moviéndose de lado a lado, un poco menos tensa gracias a su reciente conversación. Pronto estuvieron recorriendo el pasillo, aferrándose el uno al otro. Avanzaron hacia la oficina de él a la misma velocidad, cruzándose con varios empleados que parecieron realmente nerviosos por el evento del día, o mejor dicho, de la semana y el mes. —Sophia —anunció Alessa animadamente al ver a la mujer rubia que esperaba junto a la puerta de la oficina, usando un traje de dos piezas color mostaza ajustado a su silueta. Alessa casi chisporroteó de felicidad al ver que su amor platónico también se encontraba allí. No cabía ninguna duda de que Reynolds había ejecutado un trabajo impecable custodiando a la familia Sinclair, cuidándolos de la presión mediática. Fue cierto que Alessa experimentó una marejada de preocupación cuando una de sus hermanas menor
Después de que Leo se marchó, Alessa se reunió con Reynolds y Sophia en la oficina de la mujer rubia, mordiéndose el labio inferior. Diez minutos, aseguró su esposo con un beso casto en sus nudillos. Diez minutos para preparar el terreno desconocido y medir las repercusiones. Alessa aceptó a regañadientes y, cuando lo vio caminar a la sala de la Junta Directiva con los hombros rígidos, decidió regalarle diez minutos más. No podía imaginar la gran cantidad de estrés que Leonardo estaba cargando encima desde muy temprano en la mañana y la que todavía le faltó por enfrentar. Lo último que él se merecía era la presión de su esposa.Miró a un lado y suspiró.—Te preocupas mucho por el asunto de Le Roux, Reynolds.El jefe de seguridad apartó la mirada de una tableta electrónica entre sus manos y volteó a verla, quedándose un tanto prendido por su apariencia. Él asintió contemplativo.—Es mi especialidad. Cumplir mi trabajo.La pelirroja le devolvió el gesto y caminó directamente hacia él, pa
Leonardo estaba a segundos de explosionar.Pasándose la mano por la mandíbula, él siguió escuchando las palabras de los miembros de la Junta Directiva. Su cabeza realmente ya pesaba con tanta información recibida y le empezaba a causar dolor. Suspiró, mentalmente agobiado. Quería volver a casa y olvidarlo todo con su querida esposa, pero no tenía otra opción que soportar las reprimendas de sus socios y, para varias, del imbécil de Le Roux, que solo había venido a meterle cucacharas en la cabeza a sus socios. No lo habían contactado solo a él, querían a Alessa en la sala. Pero Leonardo necesitaba enfrentar las primeras barricadas por su cuenta. A él lo tenían en ese lugar contra la espada y la pared. Podía soportarlo. ¿Por qué carajos querían perjudicar a Alessa? ¿Qué ganaban, aparte de su hostilidad? Sus socios deberían tener mejores ideas. Era muy probable que Le Roux había tenido tiempo suficiente para lavarles el cerebro en su ausencia.Joder, Alessa tenía muchísima razón.Le Roux
La sala se sumió en un completo silencio de conmoción y Leonardo se imaginó cuántas veces debió Alessa imaginar que esto sucedería: ella irrumpiendo por la puerta como un huracán de pelo rojo y boca salvaje, callándole la boca a todos los misóginos que ocuparon la mesa ovalada y pensaron que ella sería una gatita y no una fiera indomable. Gente ilusa. La gatita fue propiedad única y exclusiva de Leonardo, en la privacidad, en la intimidad, cuando el deseo incendió la venas y ella se rindió ante él. La gatita que ronroneó para él con ojos dóciles y manos amorosas. Esa gatita que rogó por sus caricias, mimos y elogios. Leonardo fue dueño de esa faceta. Para el resto del mundo, Alessa fue todo lo contrario: una bestia que no debía ser cuestionada ni traicionada. —¿Qué estás haciendo aquí, Sinclair? —Le Roux no ocultó su escepticismo ni su ceño fruncido, aunque un brillo perverso en los ojos lo delató, revelando que todavía, a pesar de los años, las circunstancias y la distancia, guard