¿Una de las dos tenía que marcharse? Leonardo se rascó los párpados, procesando las intenciones de su vieja amiga. ¿Cómo había llegado a una conclusión tan precipitada? ¿Hablaba en serio o solo fue una amenaza vacía?—Sophia, me parece que estás exagerando en todo esto —él intentó razonar de algún modo con la mujer rubia, pensando en lo que ella podría querer, y en lo que podría funcionar.En respuesta, Sophia se encogió de hombros. Mientras tanto, Alessa estaba mirando fijamente entre los dos, mortalmente silenciosa. No era el tipo de silencio que pudiera calmar la inquietud de otros. Algo importante debió estar ocurriendo dentro de esa cabecita roja e ingeniosa.—¿Exagerando? Más bien estoy siendo demasiado indulgente —declaró Sophia indignada. Se desplomó en la silla y, de nuevo, apuntó con un dedo a la callada y vigilante pelirroja—. Ella es un lío.Por un segundo aterrador, Leonardo esperó que su esposa temperamental lanzara su mejor verborragia contra la rubia. En cambio, para s
El rostro de Alessa se puso tan rojo, tan carmesí, como su melena larga y una chispa de ira salvaje iluminó su semblante.—¿De qué carajos está hablando ella? —exigió saber la pelirroja, al borde del asiento, los puños apretados y la quijada floja.—Pues estoy hablando de una realidad, Sinclair —reviró Sophia muy astuta, reutilizando la misma carta que Alessa le había aventado en la cara—. ¿Qué no se nota? ¿O es que aparte de imprudente, eres sorda?—Graciosita —siseó la pelirroja, chasqueando los dedos.—No es tan bueno cuando te lo echan en cara, ¿eh?—De hecho, me divierte si viene de ti.—Qué descarada eres.—Sí, cómo me duelen tus insultos de primaria.—Solo mírate: ¡Una niña malcriada! Me das la razón. —Sophia resopló—. Ni siquiera te tomas en serio la situación.Alessa frunció el ceño.—Para qué hacerlo delante de una persona que insiste en perjudicarme a cualquier costo.—¿Perjudicarte? Es mi trabajo cuidar a Leonardo.—¿Cuidarlo o mandarme al carajo?—Tsk, querida, no te des
Tres son multitud, eso dijeron las personas, especialmente las parejas que se toparon con ese tercer individuo que trajo consigo la discordia. Y siempre había sido muy cierto; no obstante, no era suficiente motivo para tratar a Sophia de esa manera tan desconsiderada.La mujer rubia se marchó de la oficina sin decir ni una palabra, aunque el dolor escrito en su rostro se expresaba por sí solo. En un latido, Leonardo se sintió terrible, se sintió el peor hombre de la historia por maltratar verbalmente a una mujer.—Carajo —masculló al borde de la vergüenza, rastrillando sus manos por su cabello, así logró tirar de los mechones y deshacerse de la fachada controlada que definitivamente había perdido por completo.Esperó que Alessa imitara la retirada inminente de Sophia: levantarse de la silla, mirarlo medio indignada medio decepcionada por su arrebato, y abandonarlo allí, porque se lo mereció. Por eso contuvo el aliento cuando la oyó hablar.—Leo, creo que te pasaste un poco con ella.U
No tuvo prisa, en realidad, cuando Alessa se desplomó sobre él, exhausta y satisfecha. Leonardo se balanceó perezosamente en la silla, mimando a la pelirroja que se acurrucó en su regazo como una bolita de corazón manso y miembros gelatinosos. Una de sus manos acarició la espalda de ella, de arriba a abajo, una y otra vez. La otra mano se entretuvo con la piel cremosa de sus muslos.—Déjame hablar con ella primero —musitó la pelirroja de pronto, con la cabeza enterrada en el pecho de él.Leonardo no respondió de inmediato, interceptado por el tren de sus pensamientos. Comprendió lo que ella insinuó. Le costó hallar las palabras adecuadas.—Si la buscas volverá a...—¿Golpearme? ¡Sí! —adivinó la pelirroja—. Qué lo intente a ver. Se lo permití la primera vez porque yo le había dado un golpe con mis palabras. Mi cara no dolió más de lo que debió doler su orgullo. Créeme. La derribé sin puños.Recordó lo cerca que había estado Alessa de escupir su veneno contra Sophia, y él lo había imped
La búsqueda desesperada no fue tan desesperada como Alessa había esperado que fuera. Imaginó que sería algo dramático. Ella saldría corriendo por los pasillos de la empresa, tropezando con la gente y mirando de un lado a otro mientras la cámara imaginaria giraba y giraba con ella. La gente la vería y frunciría el ceño tomándola por loca. "¿A quién busca?" "¿Qué habrá ocurrido?" Y Alessa continuaría adivinando dónde podía encontrarse Sophia.Sin embargo, resultó que lo único que tenía que hacer era poner un pie en el mismo escondite que ella misma había elegido anteriormente para encerrarse lejos del mundo y las personas, para encontrar a la mujer rubia encorvada frente a los lavados del sanitario. Su figura abatida, temblando ligeramente.—Carajo —fue lo primero que murmuró la pelirroja, sin saber con exactitud cómo reaccionar a este inesperado descubrimiento.Su exclamación asombrada atrajo la atención de la rubia enseguida. Sophia tenía que estar perdida en sus pensamientos, porque
Besar a una chica no sigfinicaba nada del otro mundo para Alessa, cuando su preferencia estaba muy bien definida por las manos, la voz y el olor de un hombre. Después de todo, en la adolescencia, había cometido el error de confundir el interés de una chica que solo pensaba en tetas y chicas porque era lesbiana y aparentemente todos a su alrededor lo sabían, excepto Alessa.Así que, era de esperarse que la chica se le abalanzara encima con una pasión hormonal que dejó a la pelirroja con un enorme signo de "cargando" en la frente. Alessa ni siquiera fue amable o sutil cuando la empujó hacia atrás y le gruñó: «¡¿Tengo cara de ser un puto stand de los besos?!» pues estaba harta de las actitudes de los adolescentes, y era no la primera vez que tenían el descaro de robarle un beso, solo que esta vez no esperó que lo hiciera una chica.¡Jodidos adolescentes!Y como se encontraban en un parque rodeada de sus compañeros del colegio, un coro de abucheos pintó la vergüenza en las mejillas de la
Sin embargo, Alessa cumplió su promesa al pie de la letra y no le dijo nada de nada a Leonardo, ni cuando se encontraron en la Junta Directiva ni cuando regresaron a la mansión. Sophia pidió el día, y Leo accedió a la petición con un gruñido más o menos complacido. De todos modos, Alessa estaba allí para encargarse de la mayoría de las tareas.Debió reconocer, con un poco de amargura, que Alessa realmente desarrolló una gran experiencia en la materia, y todo fue gracias a su época trabajando en Le Roux Corporation. Sí, ser asistente de ese imbécil de Le Roux le había servido de mucho a la pelirroja (no solo los chismes y los dramas).—Funcionó la charla de chicas, ¿no es así? —comentó el hombre mayor dos noches después del incidente, durante una cena en la mansión. Sophia ya se encontraba de vuelta en el rodeo y el cambio de comportamiento de la rubia lo había dejado boquiabierto. Había disminuido exponencialmente su desdén hacia Alessa. ¿Cómo era posible? Él no tenía ni la remota ide
Las manos ásperas de Leonardo subieron y bajaron, de manera sensual, por las piernas desnudas de la pelirroja que comía a besos y tenía recostada en un sillón del living de la mansión. Alessa lo tentaba demasiado teniendo no más que una bata de tela un poco transparente, la cual no le dejaba nada a la imaginación, ni siquiera ocultaba la tensa sensibilidad de sus senos turgentes.Sus sonidos no cesaron. Diez minutos llevaban sumidos en esa sesión de besos y caricias lánguidos, de los cuales cinco tenía a Leonardo sufriendo con una dolor palpitante en la entrepierna. Él tampoco usó mucha ropa, solo unos pantalones ligeros. Por ese motivo, su necesidad física no se notaba demasiado. Aunque la pelirroja la podía sentir cada vez que lo frotaba con una rodilla.—Mm, Leonardo —ronroneó, disfrutando del momento. No existía nada mejor que la diversión antes de la acción.—Suenas agitada, niña. —Él le mordió el labio, tocándola por debajo de la bata—. Te oyes maravilloso, aunque prefiero tus g