95: La quiero ante mí

A Leonardo le podía molestar la actitud de Sophia, pero una amistad de años, cultivada por la lealtad y el compromiso en un sinfín de circunstancias, no se rompía de la noche a la mañana. Eso era imposible. Más allá de las diferencias entre su esposa y su vieja amiga, Sophia era una buena persona, digna de su entera confianza.

—Este conflicto se acabaría si aceptas de una vez por todas la presencia de Alessa. ¿Qué no te das cuenta de que ella es permanente? —masculló él, en cuanto se encerraron en su oficina, aunque la rubia tuviera sus discrepancias.

Sophia le dio la espalda un segundo, cruzándose de brazos. "Sí que es difícil complacer a las mujeres en cualquier sentido", pensó Leonardo al borde de la impaciencia.

Curioso, que con Alessa fuese verdaderamente tolerante en todos los sentidos y no con los demás. ¿Era extraño? Tal vez no, sus capacidades se expandían cuando estaba enamorado. Le podía ocurrir a cualquiera. Si Sophia no tenía la capacidad para entenderlo, ese era problema
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