A pesar de que estaba cansada y con sueño, no me dirigí a casa esa noche. Di la vuelta por la autopista principal y llegué al parqueadero de mi casino.No lo frecuentaba mucho, a decir verdad, pero las ganancias que recibía de él eran bastante buenas como para no considerarlo uno de mis mejores negocios.El portero recibió las llaves de mi auto y él mismo pidió el elevador para mí, directo hasta el último piso: mi oficina.Era grande, con un escritorio de vidrio templado, pero casi siempre estaba vacía. Así que caminé directamente hacia la oficina de la administradora, una muchacha bajita y enérgica.Cuando compré el casino, apenas era una auxiliar administrativa recién egresada de la universidad, y el administrador, un hombre arrogante, apenas era capaz de acatar mis órdenes.Un par de firmas después, el tipo fue despedido y ella se quedó a cargo del casino, mientras yo encontraba un mejor administrador. Pero ella me demostró que era suficiente y llevaba casi tres años a cargo de uno
Cuando desperté, el sol ya brillaba alto en el cielo. En otras ocasiones me hubiese asustado por llegar tarde, porque había muchas cosas que hacer esa mañana.Sinceramente, no me importó. Volteé a mirar hacia un lado y me alegró ver que Gabriela no estaba ahí, en mi cama. Abracé la almohada con fuerza y me dispuse a dormir otro rato.No me importaba siquiera si ya era mediodía, solo quería seguir durmiendo. Estaba ahí, tratando de conciliar nuevamente el sueño, presa del cansancio que no había sido capaz de eliminar en las pocas horas que dormí, cuando un fuerte peso cayó sobre mi cama.Casi me senté de golpe con la almohada en la mano, instintivamente listo para golpear, cuando me encontré a mi hermana.Paloma estaba ahí, sonriente, con el cabello revuelto y sus ojos verdosos sobre los míos. — Hola, guapo — me dijo — , me alegra que hayas encontrado a mi sobrino, pero no por eso puedes darte el lujo de dormir hasta el mediodía. — Ya déjame en paz, Paloma — le lancé la almohada y
Los tres nos quedamos ahí en silencio, sin saber muy bien qué decir.El juez había dejado la memoria con el vídeo de mi madre sobre mi mano, seguramente para que la viéramos cada vez que quisiéramos, para darnos aliento y fuerza.‘Pero yo no entendía por qué necesitábamos aquello. ¿Yo necesitaba aliento y fuerza para qué? ¿Por qué estaba por venir algo? ¿Qué estaría por venir que mamá sabía y nosotros no? ¿Por qué la naviera Idilio estaba involucrada en eso? — ¿Qué creen que pase? — preguntó Paloma después de un rato. Tenía la voz entrecortada, haber visto nuevamente a nuestra madre, aunque fuese en un vídeo, nos dejó a los tres bastante trastornados — ¿A qué crees que se refiere cuando dijo que teníamos que enfrentar cosas? — Secretos que están por salir a la luz — dijo Xavier, poniéndose de pie y caminando por la sala. El juez hacía unos segundos que se había ido, pero ninguno de los tres se había animado siquiera a romper el silencio. — Hermanito, quiero que me digas cómo murió
Había sido una semana productiva en Transportes Imperio, ya los tratos que teníamos con la naviera Idilio se habían concretado y ahora no quedaba más que concretar el primer viaje que querían ambas empresas en conjunto.Como cada mañana, rechacé un par de llamadas de periodistas que querían entrevistarme o a cualquiera de los gemelos para hablar sobre la nueva unión entre las empresas. Pero yo sabía que no era más que cotilleo y chisme.No les importaba que dos de las transportadoras más importantes del país, y tal vez de América, se asociaran; solo les importaba saber cómo la ex amante de Alexander Idilio regresaba a su vida.Había sido tema de conversación durante estas semanas, y yo no estaba dispuesta a darle más de qué hablar a la prensa y a los periódicos de chismes, a pesar de que mi cara ocupara varios encabezados.Raúl me dijo que debía de hacerme respetar. Pero sinceramente, me importaba un comino lo que pensara la crítica y mucho menos la prensa.Así que había decidido igno
Tuve el impulso de dar la vuelta y marcharme, pero ya estaba ahí. Aunque mi razón me decía una cosa, mi razón me decía otra.Sería una ingenua si dijera que no sentía nada por Alexander, a pesar de todo lo que había sucedido y de que quería verlo sufrir como venganza.Pero ahí, mientras me daba la espalda, pude ver cómo tenía roto el corazón. Al igual que la vez anterior, lo hacía sin mostrar ningún tipo de emoción por su sufrimiento.Avancé hacia él despacio y dejé los papeles sobre el escritorio. Cuando rodeé toda la mesa y me posicioné frente a él, pude ver cómo se limpiaba los ojos enrojecidos con un pañuelo que tenía en el bolsillo de su saco, de mala gana. Luego suspiró profundamente. — ¿Qué es lo que quieres? — me preguntó con la voz rota, aunque trataba de ocultar la rabia. — Ya está todo listo en Londres para hacer el embarque, pero necesito tu firma. — Está bien, ya mismo te la doy — dijo mientras se sentaba en el escritorio y tomaba los papeles que había traído. Los sacó
61De regreso a casa, Raúl no pronunció ni una palabra. Yo sabía que estaba enojado conmigo por lo que haría, pero tenía que hacerlo.Más ahora, sabiendo que Gabriela no era una santa paloma, como tanto presumía.Merecía aquella venganza. Merecía saber que sus amenazas habían sido en vano, que me había dicho que no sería más que la arrastrada que recogería billetes con la boca del suelo, y que no podría acceder a nada más que eso. Yo quería demostrarle que no era así. Tenía tanta rabia en mi interior, y el dolor que sentía en el pecho cada vez que recordaba aquellas humillaciones me guiaba a seguir adelante.Me impulsaba a presionar más en aquella venganza. Gabriela ya estaba en mis manos. Su padre ya había firmado los pagarés con fecha del próximo día; no había marcha atrás. Cuando llamé a Dayana desde mi oficina en Transportes Imperio, ella sonrió. — Todo está perfectamente organizado — me dijo — . Los pagarés los tengo aquí con su firma. Si mañana no se hacen efectivos, tendre
Cuando Gabriela llegó a casa, lloraba. Yo estaba sentado en la sala esperando a que trajeran a mi pequeño de la escuela. Quería confrontarla.Tenía tanta rabia en ese momento que quise abofetearla, empujarla por las escaleras, pero no me atreví a hacerlo, y mucho menos después de que llegó con los ojos hinchados y la cara roja. — ¿Qué te pasó? — le pregunté. Ella se encogió de hombros y caminó por las escaleras hacia nuestra habitación. Yo la seguí. — Dime, ¿qué sucede? — le insistí — . ¿Por qué estás llorando? — No te importa — me gritó — Luego se sentó en el alféizar de la ventana — Ahora que Ana Laura regresó a nuestras vidas, quiero hacerte una pregunta. Yo, sinceramente, no me imaginé qué tipo de pregunta podría hacerme, pero supuse que sería algo sobre si todavía la amaba o si le sería infiel con ella, alguna cosa de celos posesivos. — La conociste por varios años, ¿no es así? — Yo asentí — ¿Qué tan lejos crees que sea capaz de llegar? Siempre la defendiste como
Gabriela me observó directo a la cara, conteniendo la rabia, la impotencia que sentía en ese momento. Pero yo me sentí feliz, o quise hacerlo.Solo necesitaba haberla humillado, necesitaba humillarla de la misma forma que ella lo había hecho conmigo, y solo así podría liberarme de ese nudo que tenía en mi pecho. Solo así podría sentir nuevamente un poco de paz. — ¿Qué? — me preguntó con rabia. Yo presioné con el tacón el pagaré en el suelo. — Así como lo escuchas, Gabriela. ¿Te suena conocido esto? ¿Quieres estos pagarés? Entonces recógelos con la boca, uno a uno. Quiero que lo hagas ahora, o voy a hacer efectivos estos pagarés ahora mismo y tus padres se van a quedar sin nada. Gabriela apretó los puños. La mandíbula comenzó a temblarle. — No. No lo haré — dijo. — Lo harás — añadí con seguridad. Entonces, la voz de un hombre sonó al otro lado de la sala. — Ella no hará eso. Me volví, asustada al reconocer aquella voz, y cuando lo vi a la cara, sus ojos verdes se clavaron