Cuando Alexander se puso de pie, apretando su teléfono. Me sentí como una completa chismosa; había delatado a Gabriela, pero ¿qué más podía hacer? Tampoco podía ocultar el hecho de que la mujer había ido a visitarme. — Yo no le dije nada — repitió Alexander un par de veces antes de tomar su teléfono y llamar — . Hola, ¿se encuentra Gabriela? — preguntó al teléfono. Yo me quedé ahí, quieta en el mueble. — Entiendo — dijo Alexander — . Díganle que se comunique conmigo lo antes posible, tengo que hablar con ella.Seguramente la mujer se estaba negando a contestarle. Cuando cortó la llamada, me miró. — ¿Está segura?Yo levanté las cejas. — ¿Crees que mentiría?Alexander se abrazó a sí mismo, como si de repente le hubiese entrado frío. — No lo entiendo. Ya no entiendo qué es lo que está pasando.— Tal vez ella lo supo de otra forma, tal vez Xavier se lo contó — le dije, intentando calmarlo un poco, pero lo cierto era que incluso yo tenía mis sospechas.Xavier llegó un rato después. Te
La situación comenzaba a ponerse terriblemente tensa, y yo también tenía mis propios problemas como para quedarme ahí con la mirada fija de Alexander y de todos los presentes.Solo tenía que alejarme, era lo que necesitaba. Si estaba un rato a solas, podría pensar en lo que había pasado, en los celos que había sentido cuando Alexander había entrado con la pelirroja y la había hecho suya.Así que me puse de pie. Paloma, al parecer, se había encerrado en la habitación de Xavier, y también me sentí mal por Yeison, pero no había nada más que yo pudiera hacer para ayudar. Así que le señalé a Federico: — Creo que me tengo que ir.El hombre se puso de pie. — Claro, yo te llevo a casa.Yo hubiese preferido ir sola, pero se suponía que ahora estaba con él, ¿no era así? Cuando volteé a mirar a Alexander, él no me miró a la cara.Se veía conmocionado; ni siquiera quería imaginarme lo que pasaba por su cabeza, lo que estaba sintiendo en ese momento. El pobre hombre había sufrido tanto en las úl
Pasé el resto de la tarde en la casa de Xavier. No tenía fuerzas para ir a mi casa y tampoco para enfrentar a nadie. Me recosté en la cama de Xavier, y él se recostó al otro lado mientras veía una serie de televisión, estiró su mano y acariciaba mi cabello como si aún pudiera soportarlo tanto como yo. — esto todavía podría dolerme tanto como a ti — dijo él — . Porque ahora resulta que ya ni siquiera somos hermanos completos. Ahora resulta que somos medios hermanos. Pero eso no importa. Siempre seguiremos siendo hermanos, ¿no es así?Yo asentí. — Claro que sí — le dije — . Siempre seguiremos siendo hermanos, siempre.Entonces, después de tanto esperar, al fin la puerta sonó, y yo caí sentado de golpe, pues ya había llegado. Mi corazón latía con tanta fuerza que Xavier lo escuchó al otro lado de la cama. — Ya está aquí, ya está aquí — repetí. Me puse de pie y salí corriendo. Cuando abrí la puerta, en efecto, era el juez al otro lado, con su cabello entrecano y su brillante sonrisa.
No pude negar que la sensación que se envolvió en mi cuerpo era potente y más bien preocupante. La propuesta de Federico era un poco excesiva, pero yo sabía por qué lo hacía.Sabía que querer acostarse conmigo no era simplemente por el hecho de querer acostarse conmigo; era porque quería encontrar en mi cuerpo las respuestas a sus preguntas. La gran pregunta: saber si yo aún sentía algo por Alexander.Yo sabía que sí, que aún sentía cosas por Alexander, a pesar de todo lo que había sucedido. No era un secreto para mí, tampoco para él; de eso estaba segura. Pero él quería hacerlo, quería probarme, llevarme hasta el límite. Y tal vez era lo que yo necesitaba hacer. Tal vez estar con otro hombre, sentirme abrazada por otro hombre, era lo que necesitaba para sacar a Alexander de mi cabeza.Así que lo miré y asentí, mirando sus profundos ojos azules que me perforaban después de haberme hecho aquella sugerencia. — Somos adultos, Ana Laura, y creo que ambos lo necesitamos después de tanto t
En el teléfono, Gabriela sonó triste y enojada. Es una mezcla de emociones que nunca le había visto, a pesar de todos los años que habíamos pasado juntos.— ¿De qué quieres hablar exactamente? — , me preguntó, y yo respiré profundo.— De todo, de todo lo que tengas por decirme — . — A mí ya me dejaron por fuera del gran juego, ya no importa — , dijo ella. Yo no entendía aquellas palabras, pero *el gran juego* era como mi padre le había llamado al círculo bajo, y a convertirme en el cacique, supe que Gabriela tenía que ver con eso de alguna forma.— Voy para tu casa — , le dije, y ella negó. — Veámonos en la cafetería que está cerca, créeme, necesitamos estar en un lugar público, porque me odiarás. Tengo miedo de lo que puedas llegar a hacerme — . Yo no entendí sus palabras, ¿en serio la verdad que tenía que contarme podría herirme a tal punto que ese miedo era por su integridad?Yo nunca había sido un golpeador, jamás en mi vida había levantado mi mano contra ella ni contra ninguna
Yo no supe en qué momento me caí al suelo; solo supe que un segundo después de que Gabriela hiciera esa confesión, estaba observando el techo de la cafetería con el corazón acelerado y la vista borrosa. Un mesero me ayudó a poner de pie. — ¿Está bien? — me dijo, pero Gabriela intervino:— Está bien, solo le dieron una fuerte noticia. Por favor, ¿le regala un vaso de agua? — .El mesero llegó corriendo con un vaso de agua. Yo debería verme tan pálido como un fantasma; escuchaba las palabras de Gabriela retumbando en mi cabeza una y otra vez.Por eso el pequeño Esteban tenía mis ojos, pero no eran mis ojos los que había heredado; eran los de mi padre. Me pregunté por qué mi amigo, en la prueba de ADN, no quiso decirme que sí había compatibilidad entre el pequeño y yo, no como la de un padre e hijo, pero sí la de dos medios hermanos. — No puedo creer que ese hombre hubiera hecho eso — , murmuré. — Ese es Ezequiel — , dijo Gabriela. — Estoy cansada de esconderme, de esconder sus juegos
En un constante e intermitente llanto, le conté todo a Analía: el contexto, todo lo que sabía, toda la verdad. Descargué en ella todas mis frustraciones y la rabia que tenía en ese momento. Le conté cómo mi padre me había utilizado como una pieza de ajedrez, cómo me había obligado, inconscientemente, a casarme con Gabriela, cómo la había embarazado, cómo había criado yo a mi hermanito creyendo que era mi hijo. — Es un monstruo — me dijo Analía al final, mientras me abrazaba.Nos habíamos acostado en la cama, uno al lado del otro. Yo había recostado mi cara en su cuello, mientras ella me acariciaba el cabello y la espalda.No quería apartarme ni un segundo de su lado; no quería soltarla y ya no la soltaría nunca. Pero las dudas me acometieron nuevamente. Cuando intenté apartarme, ella me tomó por los hombros y me atrajo nuevamente hacia ella. — Estás con Federico — le dije, tratando de alejarme.Pero ella me aferró fuertemente, se aferró a mí como un náufrago con una tabla. — Ya no
Pasamos toda la noche haciendo el amor. No supe cuántas veces terminamos uno junto al otro. Pero cuando llegó la madrugada, el sueño irremediablemente nos invadió.Yo ya no quería nada, ya no pensaba en nada; había tomado una decisión y, al despertar, enfrentaría aquellas consecuencias. Pero en ese momento no quería más que sentir el cuerpo de Ana Laura, aferrarme a tocarla y besarla.Me dormí con su cálido rostro sobre mi hombro, y por primera vez en muchísimo tiempo, no tuve ninguna pesadilla.Fue un sueño tranquilo y oscuro, un sueño profundo en el que sabía que todo estaba bien porque ella estaba a mi lado.Cuando abrí los ojos en la mañana, miré despacio el reloj que estaba sobre el pequeño nochero, donde se veía claramente que era casi el mediodía. Pero no importaba. Ya nada importaba; lo único que importaba era cada segundo que pudiera pasar a su lado.La cálida mano de Ana me acariciaba el torso mientras seguía recostada en mi hombro. Tenía los ojos cerrados, pero yo sabía que