El cuerpo de la mujer se movía arriba y abajo con excesiva rapidez, sus senos se bamboleaban al compás de las embestidas de su acompañante y ella solo miraba al frente sin dejar que sus orbes se encontraran con las del hombre.
Gemía descontroladamente mientras el sujeto debajo de ella gimoteaba instándole a seguir. Su cuerpo bañado en sudor dejaba claro que el esfuerzo estaba agotándola.
El olor a sexo se sentía por todo el pequeño cubículo y parecía recircular por el mismo envolviéndolos en un torbellino de deseo contenido, al menos a uno de ellos.
Cerró los ojos y echó la cabeza atrás cuando sintió al hombre expandirse dentro de ella.
—¡Vamos, preciosa! —dijo el hombre tomándola con fuerza de la cintura—. Puedes hacerlo mejor.
La joven se movió con mucho más ahínco sobre el viejo mientras este maldecía preso del placer que le proporcionaba.
—Eso es niñata, muévete —gimoteó al mismo tiempo que dejó caer la palma de su mano sobre el trasero de la mujer.
Ella no emitió ningún sonido, sino que solo se movió con más fuerza incluso sintiendo que sus piernas no soportarían más; sin embargo, deseaba acabar ya.
Su cabellera de color azul turquesa se movía ondeándose con fiereza mientras sentía los labios y dientes del sujeto clavándose sobre la piel de sus senos.
Sentía sus manos estrujando con rudeza sus puntas a tal grado de hacerla lanzar un pequeño grito de dolor.
El hombre empujaba arriba y abajo y de pronto la sujetó con tanta fuerza que estaba segura le dejaría la zona amoratada.
Comenzó a darle arremetidas, una vez tras otra, a un ritmo endemoniado hasta que sintió al hombre expandirse por completo y terminar con un rugido de placer.
El hombre de unos cincuenta años dejó caer la cabeza hacia atrás totalmente vencido y se quedó ahí mientras la chica lo desmontaba y se quedaba parada frente a él.
—Son cien dólares —dijo la chica sin inmutarse.
El hombre levantó la vista con la respiración aún trabajosa y miró a la joven.
—Te lo has ganado muñeca —dijo levantándose del sofá donde estaba.
La joven miró al hombre con el miembro flácido ahora y sintió náuseas.
Ganarse la vida de la manera en que lo hacía no era lo mejor, había que soportar a tipos como ese pero de los males el menor se decía cada vez que sentía asco.
Lo vio quitarse el preservativo, hacerle un nudo y lanzarlo al bote de basura que había en aquella habitación.
El sujeto de no más de cincuenta años debía pesar por lo menos unos cien kilogramos y medir no más de un metro setenta, lo que lo hacía ver terriblemente rollizo, aunado a su asqueroso aliento y su terrible forma de tirarse a una mujer, no le sorprendía que terminara acudiendo a burdeles, seguramente, se dijo, ninguna mujer con sentido común se acostaría con él por voluntad propia, inclusive ella, quien cobraba por eso, se vio tentada a negarse desde el inicio.
«Si no fuera porque debo la renta». Pensó.
Pero… el aliento a alcohol que desprendía y el horrible aspecto del hombre no fue para nada un motivo de rechazo cuando era de los que mejor pagaba, solía ser generoso con las propinas y al final, eso era lo que les importaba a todas ellas. Después de todo, les pagaban por eso.
La cabeza calva del sujeto brillaba por el sudor y el hedor de la transpiración con el olor a alcohol y el sexo conferían al pequeño cubículo de tan solo dos por dos metros un tufo a calabozo medieval.
No había cabida más que para una cama individual y un pequeño sillón tantra que era precisamente donde habían estado justo ahora.
El hombre del que no recordaba su nombre estaba acomodándose la ropa y mirando su apariencia frente espejos de cuerpo entero del lugar mientras ella, completamente, desnuda esperaba el pago de sus servicios.
Lo vio abrocharse el pantalón y sacar su cartera antes de dejar sobre la cama más de lo que ella había pedido.
—Son cien dólares extras —dijo mirándola de arriba abajo, con tanto morbo que cualquier jovencita virginal se habría espantado—. Te lo has ganado y con creces. Tal vez otro día me dé una vuelta por acá.
Se acercó a ella y metió las manos entre sus piernas antes de sacar sus dedos y llevarlos a su nariz disfrutando el olor.
—Exquisita —susurró antes de abandonar el cubículo.
La mujer no dijo una palabra sino que tomó el dinero y salió del lugar completamente desnuda recogiendo su vestuario antes de ir al pequeño camerino que compartía con todas las «diosas» del lugar.
—Hola. —Le saludó una de sus compañeras—. ¿Pasa algo, Jenna?
—No pasa nada —respondió la joven antes de tomar una toalla y quitarse la peluca. Se masajeó el cuero cabelludo y miró a las otras tres chicas del lugar.
Su cabellera pelirroja quedó al descubierto acentuando su ya de por sí muy blanca piel.
El color lechoso de su cuerpo parecía brillar de forma perlada por su excesivo y brillante cabello rojo.
»Voy a darme una ducha, atendí a un cliente asqueroso —añadió antes de acercarse a su casillero y dejar el dinero ganado en su bolso—. El primero de la noche, no pudo esperar a que al menos diera mi show.
—¿Sabes sí está lleno el lugar? Esperó que sí ya que últimamente El olimpo no ha tenido mucha clientela —remarcó su castaña compañera, atrayendo la atención de Jenna, quien suspiró resignada.
—Tengo entendido que sí —respondió Jenna mientras sacaba algunas cosas—. Hace un rato, antes de que entrara al cubículo estaba bastante lleno, ahora debe estarlo más.
—Esperemos que sí —acotó de nuevo la otra chica—. Debo cubrir mi cuota en el departamento y no estoy dispuesta a mamársela al asqueroso de mi casero de nuevo por un descuento, el tipo es insoportable.
Jenna escuchó atenta y soltó una risa ante la sinceridad de su amiga.
—Te he dicho que puedes venir a vivir conmigo, Trix —respondió Jenna a la joven, con evidente fastidio al ver que apenas podía con sus gastos—. Deja de darte una vida que no puedes y ven a casa, podemos compartir el departamento.
La chica resopló y Jenna suspiró sabiendo que no la convencería.
—Chicas —dijo el dueño del club de strippers entrando al camerino—. Hoy estamos a reventar.
La chicas aplaudieron emocionadas esperando que fuera una buena noche para todas.
—Menos mal, estamos a punto de tener una crisis financiera —bromeó la otra chica, quien, como siempre, exageraba todo.
—Hera, tú ya sabes que eres la última —dijo el hombre mirando de arriba a abajo a Jenna, llamándola por su nombre artístico, si es que su trabajo podría llamarse arte—. Tú, Afrodita, la primera —aseguró con voz dura a la otra joven.
Ambas jovencitas asintieron mientras Jenna se fue al baño a darse una ducha rápida.
Volvió solo unos minutos después para encontrar a sus amigas Trix y Barby acomodarse en sus respectivas sillas mientras se maquillaban.
—Ojalá nos vaya bien esta noche —manifestó Barbara, Barby, como la llamaban ellas—. Me ha ido fatal esta semana y los gastos y deudas no esperan, odio esta m*****a vida.
Jenna no dijo nada, se limitó a mirarse en el espejo y maquillarse.
—Ni lo digas, yo estoy que no puedo más, la renta se me vence pronto, espero que hoy que está lleno tengamos muchos clientes y que además, no sean unos tacaños —añadió Trix y soltó una risa.
—Estás muy callada —reclamó Barby a Jenna—. ¿Te pasa algo?
—Ni le digas, la gran Hera, diosa soberana de todo el olimpo y esposa de Zeus —bromeó Trix colocándose sobre la cabeza su propia peluca—, ya ha hecho un trabajo que le dejó seguramente y, y al menos, cien dólares. En cambio yo, Afrodita y todo, no he recibido ni un duro.
—Mujer, que no hables así —le reprendió Jenna mientras—. Hoy nos iremos a casa con suficiente dinero. Apretemos las tripas y salgamos a hacer lo que mejor sabemos hacer, complacer a esos cerdos.
—¡Eso! —exclamó la otra chica, Barby, mientras hacía lo propio con su peluca de Atenea. Las cuatro bailarinas de pole dance no eran más que mujeres jóvenes que buscaban abrirse un lugar en el mundo, estudiantes de arquitectura; trabajaban de forma ardua no solo bailando sino prostituyéndose para ganar la mayor cantidad de dinero y sobrevivir. Jenna era la más ambiciosa, soñaba con montar su propia constructora y abrirse paso en el mundo como una de las mejores; sin embargo, nada parecía salir como ella esperaba desde que cada día ganaba menos con tanta competencia incluso entre las bailarinas y con clubes demasiado cerca de su propio centro de trabajo. Ella era el número estelar del club nocturno El olimpo, pero aun así sus ganancias eran insuficientes, su carrera demasiado cara y sus gastos bastante altos, aunado a que cada día parecía haber menos clientes y cada vez más tacaños.Jenna estaba pensando seriamente en buscar otro club, pero no lo hacía sabiendo que en algunos no esta
Judah Pratt observó a su amigo, estaba entretenido mirando hacia otro lado. —Dicen que es la mejor —dijo tratando de llamar su atención de este, pero el otro ni se inmutó—. Todavía no sé por qué hemos venido a este lugar. No suelo frecuentarlos, ustedes hacen que me meta en problemas. —No sueles frecuentarlos porque seguramente tu esposa ya te habría sacado las entrañas —dijo el hombre de acento ruso. —No es así, Pavel —se defendió Judah y el hombre enarcó una ceja. —Esa mujer no te deja crecer y solo estás perdiendo el tiempo —acentuó el ofendido ruso de nombre Pavel tratando de abrirle los ojos—. Hace mucho que serías tan millonario como yo si hubieras aceptado fusionarte conmigo pero bueno, no voy a decirte lo que tienes que hacer porque no me quiero a parecer a tu esposa. Pavel Romanov observó a su amigo Judah, a quien conocía desde hacía muchos años, era solo dos años menor que él, pero vivía una vida miserable que se negaba a ver por cuenta propia. Tenía dinero aunque no er
En la mesa, Judah permanecía en la mesa pensando si debería o no pagar por la chica. Estaba indeciso mientras sus amigos le miraban como si fuera estúpido. Tenía una erección imposible de esconder que le dejaba claro que necesitaba atención femenina. Sabía que si lo dejaba pasar, en casa su mujer no cedería. Solo tenía sexo con ella cuando ella lo deseaba y mientras tanto él debía masturbarse con frecuencia, cada vez con más frecuencia, donde ella no le hacía caso en absoluto, pero sí que quería controlar su fortuna. Estaba cansado de hacerlo y necesitaba desesperadamente una mujer. —Deja de pensarlo tanto —pidió su amigo Pavel, con una risa de burla al verlo meditar y darle vueltas al asunto—. No va a saberlo y nadie irá a contárselo. Además, es una miserable, si no quiere tener sexo contigo, entonces que no te prohíba tenerlo con otra. Los tres sabemos que seguramente ella tiene un amante.—Pero se dará cuenta cuando llegue el estado de la tarjeta —respondió Judah, nervioso y vi
Noah despertó observando a su alrededor creyendo que había tenido un sueño horrible pero pronto se dio cuenta de que no fue un sueño, sino su realidad. Las paredes blancas del lugar, el olor a sanitizante y el sonido de las máquinas lo devolvió a la realidad. Todo había sido cierto.Trató de incorporarse, pero un dolor punzante se lo impidió. Se quedó recostado pensando. No podía ser cierto que aquello hubiera pasado. Era demasiado. Sufría mientras las imágenes tortuosas e infernales asomaban de nuevo a su memoria para hacerle recordar que no, que nada de eso fue un sueño y todo fue real. Efectivamente, su hija había muerto enfrente de sus ojos.La puerta se abrió y el dio un respingo al escuchar el sonido. Al abrirse dio paso a su hermano mellizo, Judah. La única familia que le quedaba y el único que siempre le comprendía, tal vez la única razón por la que todavía no se había dejado morir.—¡Has despertado! —dijo el recién llegado, con aspecto cansado que últimamente le caracteriza
Los días continuaron y él solo veía entrar al doctor y a su hermano, a nadie más; sin embargo, no sentía nada, ni miedo a la vida, ni temor por su nueva condición y mucho menos sentía dolor. No sentía ninguna emoción, de hecho, su corazón se había muerto.Observó a su hermano guardar sus cosas en una pequeña maleta y con ayuda de un enfermero sentarlo en la silla de ruedas.—El doctor dijo que si te operas puede haber una posibilidad de volver a caminar, por supuesto con rehabilitación —dijo Judah sin mirarlo y guardando sus cosas—. Tal vez podamos buscar un especialista, uno bueno y...—No voy a operarme —respondió Noah con tono parco—. Que me lleve el diablo de una vez. —No digas eso —advirtió su hermano con tono pesaroso—. Eres mi única familia y no me perdonaría que algo malo te pasara.Noah sonrió con cansancio, lleno de amargura y se detuvo solo para acercarse a su hermano y sujetar sus manos.»Tienes una mujer y una hija —continuó diciendo Noah, mirándolo con rabia—. Ellos son
Los días pasaban bastante lentos y las noches parecían volverse eternas para Noah quien veía cómo su vida se consumía día a día, pero al menos en el día podría ocupar su mente en trabajar y avanzar con todos los pendientes que tenía de la oficina.No recibía de su esposa ninguna mirada más que insultos y desprecios, además de burlas por su condición y vergonzosamente era uno de los chicos hijos de la cocinera el que lo ayudaba a vestirse, bañarse y cualquier otra necesidad que tuviera dado que Paullete definitivamente no era una opción para contemplar.No había llamado a su hermano porque tampoco quería incordiarlo. Pensó que el pobre seguramente tenía sus propios problemas como para encima sumarle más.Tendido sobre su cama observaba el techo aquella noche que auguraba ser como las últimas desde hacía más de un mes: larga y sin ningún matiz que al menos le dieran la oportunidad de ser feliz o sonreír como antes y sin embargo, sabía que jamás volvería a ser el mismo hombre de antes y
Se había enfurecido tanto con su esposa que esa noche le lanzaría un ultimátum en cuanto a su comportamiento.Paullete, al ver la furia de su esposo había cedido y dicho la dirección donde se encontraba su adolescente hija y este sin demora había ido por Danna. El final de aquella noche estaba tan claro y tan grabado en su mente que él prefería no recordarla y sin embargo, permanecía tatuada en su memoria.—Tú tampoco has sido mejor que yo —dijo Noah, al fin y cansado de ella—. Eres de hecho bastante mala en la cama y gritas tanto que el pobre hombre fácil quedó sordo de un oído esta noche.La mujer se le quedó viendo con el rostro oscurecido de furia antes de lanzarse sobre él y golpearlo hasta la saciedad.—¡Eres un malnacido que jamás podrá volver a vivir! —escupió la mujer con rabia y a gritos—. Mataste a tu propia hija y vas a vivir para sufrir el infierno del remordimiento.Noah no reaccionó, no obstante, sabía que era cierto, ella no habría muerto si él no hubiese estado tan f
Habían pasado cuatro días desde que su esposa había mandado a descansar a los sirvientes y él seguía recostado en el mismo lugar, con la misma ropa, sin asearse.Su esposa solo subía a la habitación en pequeños intervalos de tiempo para dejarle solamente agua y comida a medias, fría y dura. Estaba siendo cruel y tratándolo como perro y aun así el hombre se sentía sin dolor y sin ninguna emoción. Lo único que había sentido fue la confesión sobre los abortos, pero en lo demás a él no le dolía nada.Aquella mañana estaba siendo igual hasta que Paullete entró a la habitación con su bolso en mano, sus mejores zapatillas y vestida como si fuese a algún evento de gala.Miró su reloj con aire de suficiencia antes de dirigirle una mirada de desdén.—Queridito —apostilló la mujer con voz cantarina—. Tengo que decirte la verdad, debo irme, pero no debes preocuparte, amorcito, volveré tal vez un día no lejano para seguir haciéndote la vida miserable.Su voz denotaba crueldad y goce, ella estaba