Capítulo 2

El cuerpo de la mujer se movía arriba y abajo con excesiva rapidez, sus senos se bamboleaban al compás de las embestidas de su acompañante y ella solo miraba al frente sin dejar que sus orbes se encontraran con las del hombre. 

Gemía descontroladamente mientras el sujeto debajo de ella gimoteaba instándole a seguir. Su cuerpo bañado en sudor dejaba claro que el esfuerzo estaba agotándola. 

El olor a sexo se sentía por todo el pequeño cubículo y parecía recircular por el mismo envolviéndolos en un torbellino de deseo contenido, al menos a uno de ellos. 

Cerró los ojos y echó la cabeza atrás cuando sintió al hombre expandirse dentro de ella. 

—¡Vamos, preciosa! —dijo el hombre tomándola con fuerza de la cintura—. Puedes hacerlo mejor.

La joven se movió con mucho más ahínco sobre el viejo mientras este maldecía preso del placer que le proporcionaba. 

—Eso es niñata, muévete —gimoteó al mismo tiempo que dejó caer la palma de su mano sobre el trasero de la mujer. 

Ella no emitió ningún sonido, sino que solo se movió con más fuerza incluso sintiendo que sus piernas no soportarían más; sin embargo, deseaba acabar ya. 

Su cabellera de color azul turquesa se movía ondeándose con fiereza mientras sentía los labios y dientes del sujeto clavándose sobre la piel de sus senos. 

Sentía sus manos estrujando con rudeza sus puntas a tal grado de hacerla lanzar un pequeño grito de dolor. 

El hombre empujaba arriba y abajo y de pronto la sujetó con tanta fuerza que estaba segura le dejaría la zona amoratada. 

Comenzó a darle arremetidas, una vez tras otra, a un ritmo endemoniado hasta que sintió al hombre expandirse por completo y terminar con un rugido de placer. 

El hombre de unos cincuenta años dejó caer la cabeza hacia atrás totalmente vencido y se quedó ahí mientras la chica lo desmontaba y se quedaba parada frente a él. 

—Son cien dólares —dijo la chica sin inmutarse. 

El hombre levantó la vista con la respiración aún trabajosa y miró a la joven.

—Te lo has ganado muñeca —dijo levantándose del sofá donde estaba.

La joven miró al hombre con el miembro flácido ahora y sintió náuseas.

Ganarse la vida de la manera en que lo hacía no era lo mejor, había que soportar a tipos como ese pero de los males el menor se decía cada vez que sentía asco. 

Lo vio quitarse el preservativo, hacerle un nudo y lanzarlo al bote de basura que había en aquella habitación. 

El sujeto de no más de cincuenta años debía pesar por lo menos unos cien kilogramos y medir no más de un metro setenta, lo que lo hacía ver terriblemente rollizo, aunado a su asqueroso aliento y su terrible forma de tirarse a una mujer, no le sorprendía que terminara acudiendo a burdeles, seguramente, se dijo, ninguna mujer con sentido común se acostaría con él por voluntad propia, inclusive ella, quien cobraba por eso, se vio tentada a negarse desde el inicio. 

«Si no fuera porque debo la renta». Pensó.

Pero… el aliento a alcohol que desprendía y el horrible aspecto del hombre no fue para nada un motivo de rechazo cuando era de los que mejor pagaba, solía ser generoso con las propinas y al final, eso era lo que les importaba a todas ellas. Después de todo, les pagaban por eso. 

La cabeza calva del sujeto brillaba por el sudor y el hedor de la transpiración con el olor a alcohol y el sexo conferían al pequeño cubículo de tan solo dos por dos metros un tufo a calabozo medieval. 

No había cabida más que para una cama individual y un pequeño sillón tantra que era precisamente donde habían estado justo ahora. 

El hombre del que no recordaba su nombre estaba acomodándose la ropa y mirando su apariencia frente espejos de cuerpo entero del lugar mientras ella, completamente, desnuda esperaba el pago de sus servicios. 

Lo vio abrocharse el pantalón y sacar su cartera antes de dejar sobre la cama más de lo que ella había pedido.

—Son cien dólares extras —dijo mirándola de arriba abajo, con tanto morbo que cualquier jovencita virginal se habría espantado—. Te lo has ganado y con creces. Tal vez otro día me dé una vuelta por acá.

Se acercó a ella y metió las manos entre sus piernas antes de sacar sus dedos y llevarlos a su nariz disfrutando el olor. 

—Exquisita —susurró antes de abandonar el cubículo. 

La mujer no dijo una palabra sino que tomó el dinero y salió del lugar completamente desnuda recogiendo su vestuario antes de ir al pequeño camerino que compartía con todas las «diosas» del lugar. 

—Hola. —Le saludó una de sus compañeras—. ¿Pasa algo, Jenna?

—No pasa nada —respondió la joven antes de tomar una toalla y quitarse la peluca. Se masajeó el cuero cabelludo y miró a las otras tres chicas del lugar. 

Su cabellera pelirroja quedó al descubierto acentuando su ya de por sí muy blanca piel.

El color lechoso de su cuerpo parecía brillar de forma perlada por su excesivo y brillante cabello rojo. 

»Voy a darme una ducha, atendí a un cliente asqueroso —añadió antes de acercarse a su casillero y dejar el dinero ganado en su bolso—. El primero de la noche, no pudo esperar a que al menos diera mi show.

—¿Sabes sí está lleno el lugar? Esperó que sí ya que últimamente El olimpo no ha tenido mucha clientela —remarcó su castaña compañera, atrayendo la atención de Jenna, quien suspiró resignada.

—Tengo entendido que sí —respondió Jenna mientras sacaba algunas cosas—. Hace un rato, antes de que entrara al cubículo estaba bastante lleno, ahora debe estarlo más. 

—Esperemos que sí —acotó de nuevo la otra chica—. Debo cubrir mi cuota en el departamento y no estoy dispuesta a mamársela al asqueroso de mi casero de nuevo por un descuento, el tipo es insoportable. 

Jenna escuchó atenta y soltó una risa ante la sinceridad de su amiga. 

—Te he dicho que puedes venir a vivir conmigo, Trix —respondió Jenna a la joven, con evidente fastidio al ver que apenas podía con sus gastos—. Deja de darte una vida que no puedes y ven a casa, podemos compartir el departamento. 

La chica resopló y Jenna suspiró sabiendo que no la convencería. 

—Chicas —dijo el dueño del club de strippers entrando al camerino—. Hoy estamos a reventar. 

La chicas aplaudieron emocionadas esperando que fuera una buena noche para todas. 

—Menos mal, estamos a punto de tener una crisis financiera —bromeó la otra chica, quien, como siempre, exageraba todo.

—Hera, tú ya sabes que eres la última —dijo el hombre mirando de arriba a abajo a Jenna, llamándola por su nombre artístico, si es que su trabajo podría llamarse arte—. Tú, Afrodita, la primera —aseguró con voz dura a la otra joven. 

Ambas jovencitas asintieron mientras Jenna se fue al baño a darse una ducha rápida. 

Volvió solo unos minutos después para encontrar a sus amigas Trix y Barby acomodarse en sus respectivas sillas mientras se maquillaban. 

—Ojalá nos vaya bien esta noche —manifestó Barbara, Barby, como la llamaban ellas—. Me ha ido fatal esta semana y los gastos y deudas no esperan, odio esta m*****a vida.

Jenna no dijo nada, se limitó a mirarse en el espejo y maquillarse. 

—Ni lo digas, yo estoy que no puedo más, la renta se me vence pronto, espero que hoy que está lleno tengamos muchos clientes y que además, no sean unos tacaños —añadió Trix y soltó una risa.

—Estás muy callada —reclamó Barby a Jenna—. ¿Te pasa algo?

—Ni le digas, la gran Hera, diosa soberana de todo el olimpo y esposa de Zeus —bromeó Trix colocándose sobre la cabeza su propia peluca—, ya ha hecho un trabajo que le dejó seguramente y,  y al menos,  cien dólares. En cambio yo, Afrodita y todo, no he recibido ni un duro.

—Mujer, que no hables así —le reprendió Jenna mientras—. Hoy nos iremos a casa con suficiente dinero. Apretemos las tripas y salgamos a hacer lo que mejor sabemos hacer, complacer a esos cerdos.

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