Más que mi jefe
Más que mi jefe
Por: Vera Pollock
Capítulo 1

| Dos años atrás.

—¿Por qué siempre eres un aguafiestas? —dijo la enfurecida jovencita a su padre—. Estoy harta, soy como una prisionera.

—No eres una prisionera, pero te guste o no, no irás a ningún lado donde haya alcohol y sabrá Dios cuantas perversiones más —dijo furioso. 

—¡Tengo todo el derecho a divertirme, ya tengo quince! —exclamó furiosa ante el trato que estaba recibiendo—. ¿Cuándo vas a entender que no eres mi dueño, papá?

—Ya lo has dicho, a divertirte —replicó el hombre empezando a perder la paciencia—. No a pervertirte y menos a tu edad, eres una mocosa que no sabe ni limpiarse la nariz.

­­—¡Ojalá no existieras! —gritó la chica fuera de sí—. O quizás sería mejor que yo no existiera.

Hubo un silencio incómodo en el que la chica solo miraba al frente sosteniendo entre sus manos una botella que el hombre quiso arrebatar pero que la chica defendió como si se tratara de su propia vida.

Finalmente, tras forcejear logró quitársela derramando bastante del contenido en los asientos, pero después de mucho el hombre lanzó la botella hacia la carretera.

El silencio volvió a instalarse mientras él conducía con seriedad y bastante enfadado. Llevaba días sin dormir bien por el trabajo y llegar a casa habría sido glorioso si no se hubiera encontrado con la noticia de que ella se había ido de fiesta, a lugares de perdición que no debería ir a su edad. 

Él era un hombre de mediana edad que había unido su vida a su esposa cuando ambos eran muy jóvenes, apenas llegando a la edad adulta y luego de que embarazara a su novia, pensando por supuesto en que las cosas serían fáciles; sin embargo, ahí estaba, luchando como cada noche desde hacía mucho tratando de controlar lo que en su opinión era demasiado. Un exceso.

Su hija se había convertido en casi una mujer sin ningún provecho. Danna era una niña que intentaba sentirse adulta, quería correr sin saber caminar aún.

Absorto en sus pensamientos miraba al frente conduciendo de regreso a casa. Tan absorto iba que no fue capaz de ver lo que a su lado pasaba hasta que fue tarde.

De pronto la vio. 

Ponía los ojos en blanco y se reía sin sentido. 

La miró como si aquello estuviera fuera de su comprensión, pero lo entendió al ver la pequeña bolsa que la joven sostenía en sus manos.

Estaba drogándose en sus narices sin importarle un comino que él estuviera ahí.

Quiso quitarle la bolsa, preso de la furia como estaba, pero ella forcejeó y volvió a reír como si fuera divertido. Pensaba en lo absurdo y surreal que parecía la vida ahora, quince años después de haberse casado.

La risa de la chica resonaba por todo el auto hasta convertirse en un sonido histérico crispando los nervios del hombre de apenas treinta y tres años y no solo eso, lo estaba preocupando a niveles nunca vistos, tanto que desplazaba su mal humor y enfado.

La chica comenzó a tararear una canción entre risas bailando y moviéndose aquí y allá, lanzándose sobre su padre, quien le suplicaba que se calmara y lo hizo luego de unos minutos, pero solo para empezar a retorcerse y balbucear justo cuando se lanzaba sobre él. 

El ataque estaba comenzando. 

El hombre, desconcertado, comenzó a buscar cómo detenerse, pero la chica convulsionando terminó sobre él sin poder detenerse y retorciéndose sobre su cuerpo aprisionando entre sus manos la camisa de su acompañante mientras emitía sonidos que apuñalaban el corazón de su padre ante la situación.

Perdió la visión del camino y el control del auto, desesperado como estaba por ayudar a su hija, quien parecía a punto de morir por una sobredosis. 

Sintió su pecho mojado a causa de la saliva de la joven mujer, quien sacaba espuma por la boca además de que sus ojos se clavaban sobre él suplicando ayuda.

Una lágrima resbaló por su rostro antes de que vieran las luces de frente y sintieran el impacto del otro auto contra ellos. 

El pequeño carro dio vueltas antes de que se precipitara al vacío en medio de gritos, desesperación y el inconfundible olor a muerte.

El hombre, por alguna crueldad de la vida, salió expulsado del auto hasta caer sobre piedras que lo hicieron gritar no solo de dolor sino también de impotencia al ver el auto volcar y dar vueltas varias veces antes de detenerse y explotar.

Sin poder moverse de su sitio observó su carro deshacerse entre las llamas con la persona que más amaba en el mundo dentro de él. 

Lloró la pérdida de uno de los seres que más color le dio a su existencia a pesar de todo.

Se mantuvo en esa posición sin poder parpadear, ni gritar y mucho menos moverse, observando cómo las llamas consumían su amor y su vida para siempre.

El sonido de las sirenas lo hizo salir de su estupor justo antes de que la oscuridad lo llamara y él solo deseaba que lo hiciera para siempre. Que lo engullera para no tener que despertar a la vida jamás y vivir atormentado por la crueldad del destino. Pero la vida siempre tiene una respuesta para todo, aunque esa no sea la que esperamos.

A él todavía le faltaba encontrar la respuesta en una pelirroja, bailarina que lo sacaría de la oscuridad, aunque aún no lo sabía ni tenía idea de cuándo y como la hallaría.

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