—¡Eso! —exclamó la otra chica, Barby, mientras hacía lo propio con su peluca de Atenea.
Las cuatro bailarinas de pole dance no eran más que mujeres jóvenes que buscaban abrirse un lugar en el mundo, estudiantes de arquitectura; trabajaban de forma ardua no solo bailando sino prostituyéndose para ganar la mayor cantidad de dinero y sobrevivir.
Jenna era la más ambiciosa, soñaba con montar su propia constructora y abrirse paso en el mundo como una de las mejores; sin embargo, nada parecía salir como ella esperaba desde que cada día ganaba menos con tanta competencia incluso entre las bailarinas y con clubes demasiado cerca de su propio centro de trabajo.
Ella era el número estelar del club nocturno El olimpo, pero aun así sus ganancias eran insuficientes, su carrera demasiado cara y sus gastos bastante altos, aunado a que cada día parecía haber menos clientes y cada vez más tacaños.
Jenna estaba pensando seriamente en buscar otro club, pero no lo hacía sabiendo que en algunos no estaba permitido el contacto con los clientes más allá de un baile y al menos este club sí; lo hacía con asco, pero al menos obtenía un ingreso extra.
Suspiró mientras retocaba su maquillaje y pensaba en que en realidad, Hera, su sobrenombre, era la diosa más poderosa en la mitología, pero ella, Jenna, solía llamarse Hera dentro del club solo por su belleza, fuera de él no tenía nada.
Se acomodó el cabello y se miró al espejo. Como siempre, las náuseas de saber lo que venía la asediaban; bailaría y después algún degenerado pediría un privado que por supuesto terminaría costándole el doble porque acabaría en sexo.
Esa era su rutina y ella se había reconciliado con su destino hacía mucho, había aprendido que con cerrar los ojos el asco se pasaba, con poner la mente en blanco la repulsión no llegaría y a que con gritos y gemidos fingidos los excitaba más y la tortura para ella duraba menos.
Jenna se había convertido en la prostituta más buscada de El Olimpo y no es que Trix y Barby no lo fueran, e incluso Harley, por supuesto que lo eran, pero cada una tenía su público, un tipo de hombre distinto, aunque todos con el mismo patrón: divertirse con prostitutas y luego volver a casa donde jugarían el esposo devoto, puesto que ella sabía que todos o casi todos, eran casados.
Cada una de ellas tenía una belleza distinta y atraían hombres diferentes.
Trix solía interesar a hombres mayores que buscaban alguien con aspecto perverso. Ella era la chica mala, la que parecía dispuesta a cualquier guarrada. No en vano era Afrodita, como una femme fatale.
Barbara o Barby como era llamada por los que la apreciaban; por el contrario, era asediada por hombres a los que les encantaba la caza, esos que disfrutaban una mujer combativa y elegante. Tenía una mirada que dejaba claro que solo uno podría ser el vencedor y todos parecían dispuestos a lograrlo. Ella, dado su atractivo y rasgos, era Atenea.
La última de sus amigas era Harley, una chica de aspecto inocente, con una sonrisa tímida y unos ojos románticos, no era para menos que los hombres mayores la buscaran por su aspecto aniñado, el delirio de los pervertidos, decían ellas. Tenía aspecto se colegiala y a los hombres les ponía verla así. Artemisa era su nombre artístico y como era de esperarse las cuatro, junto a Jenna, Hera, formaban el cuarteto estelar del lugar como lo que eran: las diosas del Olimpo.
Por supuesto había más chicas en el club, pero nadie podía quitarles un lugar a ellas puesto que, se lo habían ganado con su destreza y habilidades y porque desde que llegaron al lugar eran las más preciadas joyas y las que habían dado éxito al club.
Bradley, el propietario del lugar parecía tener un interés especial en Harley, tanto, que ese día no haría su show debido a un resfrío por ello solo tres diosas aparecerían al final de la noche.
Jenna miró con fastidio a su alrededor y se dijo que lo mejor era apechugar y dejar de lamentarse por un destino que ya no tenía remedio.
A ella le encantaba bailar, ciertamente no hubiera sido eso lo que habría esperado, ninguna mujer con dos dedos de frente, diría que es exitosa desnudándose para el placer a un sinnúmero de hombres, pero le gustaba bailar y eso era más que suficiente.
Miró a su compañera. Afrodita estaba realizando su baile en medio de silbidos, palabras altisonantes, intentos de seducción, propuestas y todo tipo de guarradas, pero al menos estaba logrando el cometido. La sala estaba a reventar y los hombres parecían poseídos por el demonio, dispuestos a tocarla, arrojando billetes como si nacieran en macetas.
Pensó en que Trix seguro tenía su mejor sonrisa y mostraba sus mejores movimientos, pero seguramente por dentro evocaba algún recuerdo lindo tal como ella misma decía hacerlo para no vomitarse ahí mismo.
Cada una las diosas guardaba su propia historia y de ninguna manera dejaban al descubierto sus debilidades, mucho menos Jenna, quien parecía estar hecha de hierro y de no ser porque sentían que su corazón latía, cualquiera pensaría que estaba desprovisto de él.
Jenna era una joven mujer de solo veintitrés años que en las mañanas estudiaba arquitectura y por las noches era una vulgar bailarina y una prostituta.
No era algo que le avergonzara, de hecho ni siquiera le importaba; muchos en la escuela sabían cuál era su ocupación, incluso había profesores, padres de algunos amigos y uno que otro compañero que habían disfrutado de su cuerpo por el debido precio, porque eso sí, Jenna conocía sus atributos, sus debilidades, sus virtudes, pero sobre todo, era una mujer sumamente inteligente.
La joven sabía perfectamente que no faltaría el imbécil que creería que dos o tres palabras bonitas abrirían sus piernas; no obstante, con el tiempo ella comprendió que todo en esta vida tenía un precio, incluso los favores sexuales, por lo que desde el principio dejaba claro que no tenía sexo gratis y con eso se los quitaba de encima.
Miró a su amiga recoger cada uno de los dólares que le habían dado y sonrió. Parecía que le había ido muy bien y se alegró por ella, aunque imaginó que seguro lo malgastaría en alguna tontería sin utilidad para la vida, como siempre.
Esa era Trix, una compradora compulsiva con aires de reina que siempre intentaba vivir más allá de lo que sus medios podían facilitarle, pero era una gran amiga.
El turno de Atenea inició en la otra pista desde donde las luces dejaban a la vista a Barby con un vestuario que dejaba muy poco a la imaginación y que seguramente haría enloquecer a los hombres cuando dejara al descubierto su cuerpo por completo.
Dejó de ver el espectáculo cuando Bradley, su jefe, entró a su camerino y la miró de arriba a abajo.
—Hay un grupo que seguramente espera por tí —dijo y ella se giró con aburrimiento hacia su jefe y dio un suspiro resignado—. Uno de ellos tiene muchísimo dinero, los otros seguramente también, pero enfócate en uno, el ruso. Haz que consuma y compre hasta lo que no vendemos, ya sabes la dinámica.
—¿Y si no le gusto? —dijo la chica escondiendo perfectamente su cabello natural y sujetando bien la peluca—. Para gustos los colores y no quiero reclamos si ese hombre no pone sus ojos en mí. No te creas que soy una diosa de verdad.
Bradley comenzó a reír, pero bien sabía que el hombre pondría sus ojos en ella apenas la viera. Conocía a los hombres como ellos, eran tipos adinerados que disfrutaban de mujeres como Jenna, completamente seguras de sí misma, de esas que rayaban el narcisismo y si había alguien que sabía hacer su actuación y papel de mujer inalcanzable, esa era ella.
La vio prepararse del todo y aflojar los cintos de su batín para poder salir apenas terminaran los gritos, silbidos y aplausos de los espectadores de Barby.
Le indicaron que debía estar lista justo cuando escuchó al presentador.
—La noche pinta joven. —Comenzó diciendo el maestro de ceremonias—, pero en El Olimpo no anochece porque las diosas controlan el ambiente para la llegada de la gran diosa.
Los silbidos y palabras morbosas no se hicieron esperar y con ellos las luces se apagaron.
—¡Reciban a la única e inigualable! ¡A la diosa, Hera!
Los aplausos de los hombres como focas amaestradas no faltaron mientras Jenna solo tenía un objetivo. Recaudar el suficiente dinero esa noche.
Judah Pratt observó a su amigo, estaba entretenido mirando hacia otro lado. —Dicen que es la mejor —dijo tratando de llamar su atención de este, pero el otro ni se inmutó—. Todavía no sé por qué hemos venido a este lugar. No suelo frecuentarlos, ustedes hacen que me meta en problemas. —No sueles frecuentarlos porque seguramente tu esposa ya te habría sacado las entrañas —dijo el hombre de acento ruso. —No es así, Pavel —se defendió Judah y el hombre enarcó una ceja. —Esa mujer no te deja crecer y solo estás perdiendo el tiempo —acentuó el ofendido ruso de nombre Pavel tratando de abrirle los ojos—. Hace mucho que serías tan millonario como yo si hubieras aceptado fusionarte conmigo pero bueno, no voy a decirte lo que tienes que hacer porque no me quiero a parecer a tu esposa. Pavel Romanov observó a su amigo Judah, a quien conocía desde hacía muchos años, era solo dos años menor que él, pero vivía una vida miserable que se negaba a ver por cuenta propia. Tenía dinero aunque no er
En la mesa, Judah permanecía en la mesa pensando si debería o no pagar por la chica. Estaba indeciso mientras sus amigos le miraban como si fuera estúpido. Tenía una erección imposible de esconder que le dejaba claro que necesitaba atención femenina. Sabía que si lo dejaba pasar, en casa su mujer no cedería. Solo tenía sexo con ella cuando ella lo deseaba y mientras tanto él debía masturbarse con frecuencia, cada vez con más frecuencia, donde ella no le hacía caso en absoluto, pero sí que quería controlar su fortuna. Estaba cansado de hacerlo y necesitaba desesperadamente una mujer. —Deja de pensarlo tanto —pidió su amigo Pavel, con una risa de burla al verlo meditar y darle vueltas al asunto—. No va a saberlo y nadie irá a contárselo. Además, es una miserable, si no quiere tener sexo contigo, entonces que no te prohíba tenerlo con otra. Los tres sabemos que seguramente ella tiene un amante.—Pero se dará cuenta cuando llegue el estado de la tarjeta —respondió Judah, nervioso y vi
Noah despertó observando a su alrededor creyendo que había tenido un sueño horrible pero pronto se dio cuenta de que no fue un sueño, sino su realidad. Las paredes blancas del lugar, el olor a sanitizante y el sonido de las máquinas lo devolvió a la realidad. Todo había sido cierto.Trató de incorporarse, pero un dolor punzante se lo impidió. Se quedó recostado pensando. No podía ser cierto que aquello hubiera pasado. Era demasiado. Sufría mientras las imágenes tortuosas e infernales asomaban de nuevo a su memoria para hacerle recordar que no, que nada de eso fue un sueño y todo fue real. Efectivamente, su hija había muerto enfrente de sus ojos.La puerta se abrió y el dio un respingo al escuchar el sonido. Al abrirse dio paso a su hermano mellizo, Judah. La única familia que le quedaba y el único que siempre le comprendía, tal vez la única razón por la que todavía no se había dejado morir.—¡Has despertado! —dijo el recién llegado, con aspecto cansado que últimamente le caracteriza
Los días continuaron y él solo veía entrar al doctor y a su hermano, a nadie más; sin embargo, no sentía nada, ni miedo a la vida, ni temor por su nueva condición y mucho menos sentía dolor. No sentía ninguna emoción, de hecho, su corazón se había muerto.Observó a su hermano guardar sus cosas en una pequeña maleta y con ayuda de un enfermero sentarlo en la silla de ruedas.—El doctor dijo que si te operas puede haber una posibilidad de volver a caminar, por supuesto con rehabilitación —dijo Judah sin mirarlo y guardando sus cosas—. Tal vez podamos buscar un especialista, uno bueno y...—No voy a operarme —respondió Noah con tono parco—. Que me lleve el diablo de una vez. —No digas eso —advirtió su hermano con tono pesaroso—. Eres mi única familia y no me perdonaría que algo malo te pasara.Noah sonrió con cansancio, lleno de amargura y se detuvo solo para acercarse a su hermano y sujetar sus manos.»Tienes una mujer y una hija —continuó diciendo Noah, mirándolo con rabia—. Ellos son
Los días pasaban bastante lentos y las noches parecían volverse eternas para Noah quien veía cómo su vida se consumía día a día, pero al menos en el día podría ocupar su mente en trabajar y avanzar con todos los pendientes que tenía de la oficina.No recibía de su esposa ninguna mirada más que insultos y desprecios, además de burlas por su condición y vergonzosamente era uno de los chicos hijos de la cocinera el que lo ayudaba a vestirse, bañarse y cualquier otra necesidad que tuviera dado que Paullete definitivamente no era una opción para contemplar.No había llamado a su hermano porque tampoco quería incordiarlo. Pensó que el pobre seguramente tenía sus propios problemas como para encima sumarle más.Tendido sobre su cama observaba el techo aquella noche que auguraba ser como las últimas desde hacía más de un mes: larga y sin ningún matiz que al menos le dieran la oportunidad de ser feliz o sonreír como antes y sin embargo, sabía que jamás volvería a ser el mismo hombre de antes y
Se había enfurecido tanto con su esposa que esa noche le lanzaría un ultimátum en cuanto a su comportamiento.Paullete, al ver la furia de su esposo había cedido y dicho la dirección donde se encontraba su adolescente hija y este sin demora había ido por Danna. El final de aquella noche estaba tan claro y tan grabado en su mente que él prefería no recordarla y sin embargo, permanecía tatuada en su memoria.—Tú tampoco has sido mejor que yo —dijo Noah, al fin y cansado de ella—. Eres de hecho bastante mala en la cama y gritas tanto que el pobre hombre fácil quedó sordo de un oído esta noche.La mujer se le quedó viendo con el rostro oscurecido de furia antes de lanzarse sobre él y golpearlo hasta la saciedad.—¡Eres un malnacido que jamás podrá volver a vivir! —escupió la mujer con rabia y a gritos—. Mataste a tu propia hija y vas a vivir para sufrir el infierno del remordimiento.Noah no reaccionó, no obstante, sabía que era cierto, ella no habría muerto si él no hubiese estado tan f
Habían pasado cuatro días desde que su esposa había mandado a descansar a los sirvientes y él seguía recostado en el mismo lugar, con la misma ropa, sin asearse.Su esposa solo subía a la habitación en pequeños intervalos de tiempo para dejarle solamente agua y comida a medias, fría y dura. Estaba siendo cruel y tratándolo como perro y aun así el hombre se sentía sin dolor y sin ninguna emoción. Lo único que había sentido fue la confesión sobre los abortos, pero en lo demás a él no le dolía nada.Aquella mañana estaba siendo igual hasta que Paullete entró a la habitación con su bolso en mano, sus mejores zapatillas y vestida como si fuese a algún evento de gala.Miró su reloj con aire de suficiencia antes de dirigirle una mirada de desdén.—Queridito —apostilló la mujer con voz cantarina—. Tengo que decirte la verdad, debo irme, pero no debes preocuparte, amorcito, volveré tal vez un día no lejano para seguir haciéndote la vida miserable.Su voz denotaba crueldad y goce, ella estaba
La mañana llegó como muchas otras para Judah, quien se levantó temprano para hacer sus pendientes, entre ellos ir a la universidad a dar clases y luego ir a la entrevista que tenía con la chica que podría convertirse en la enfermera.Una vez hubo terminado todo se encaminó con prontitud hacia la cafetería donde lo esperaba una jovencita que apenas lo vio, suspiró de alivio.—Lamento la tardanza señorita Mulder —dijo avergonzado en cuanto llegó y con un poco de timidez—. Es solo que bueno, tenía mucho qué hacer antes de venir.—No se preocupe —respondió la mujer con amabilidad—. No hace mucho que espero en realidad.Jenna había reconocido al hombre de inmediato por la foto de perfil de los mensajes e inmediatamente supo quién era y dónde se habían conocido, pero parecía que él no la recordaba, era de esperarse que no recordara a la mujer que compró en un club.Lucía cansado y agobiado; sin embargo, ella no era quién para juzgar a las personas y mucho menos, por lo que solo se limitaría