Capítulo 4

Judah Pratt observó a su amigo, estaba entretenido mirando hacia otro lado. 

—Dicen que es la mejor —dijo tratando de llamar su atención de este, pero el otro ni se inmutó—. Todavía no sé por qué hemos venido a este lugar. No suelo frecuentarlos, ustedes hacen que me meta en problemas. 

—No sueles frecuentarlos porque seguramente tu esposa ya te habría sacado las entrañas —dijo el hombre de acento ruso. 

—No es así, Pavel —se defendió Judah y el hombre enarcó una ceja. 

—Esa mujer no te deja crecer y solo estás perdiendo el tiempo —acentuó el ofendido ruso de nombre Pavel tratando de abrirle los ojos—. Hace mucho que serías tan millonario como yo si hubieras aceptado fusionarte conmigo pero bueno, no voy a decirte lo que tienes que hacer porque no me quiero a parecer a tu esposa. 

Pavel Romanov observó a su amigo Judah, a quien conocía desde hacía muchos años, era solo dos años menor que él, pero vivía una vida miserable que se negaba a ver por cuenta propia. Tenía dinero aunque no era feliz ni por asomo, ni él ni su hermano paralítico Noah. 

Vio pasar a la chica que había visto desde hacía rato; sin embargo, volvió a perderla de vista. 

—Judah por qué no mejor disfrutas el espectáculo en lugar de ver el teléfono a cada rato —dijo Eros, el tercer amigo en cuestión. 

—No lo sé tal vez sea porque me preocupa que mi esposa se entere que ando en estos lugares —reconoció apesadumbrado y suspiró—. No sé por qué estoy aquí, ya dije que voy a alejarme de ustedes, solo me hacen entrar en problemas.

Los dos hombres restantes bufaron ofendidos de que Judah estuviera tan pegado a las faldas de su esposa. 

—¿Y tu hermano cómo está? —preguntó Pavel para no continuar enojándose con el mismo tema de siempre—. Ha habido una mejoría. 

—Ninguna —respondió con ojos tristes—. Hace tanto que está así que pienso que no volveré a saber de él y que es mejor dejarlo ir, es solo que me resisto a perder a mi hermano. Era bueno y se ha convertido en un despropósito, no sale del hoyo, es como si no quisiera nada en esta vida y estuviera listo para irse.

—Todos lo extrañamos, pero confiemos en que se pondrá bien pronto —añadió Eros para darle ánimos a sabiendas de que Noah el hermano de Judah estaba en una situación difícil después del accidente, donde su hija había muerto—. Pensemos positivo, en que una vez despierto, aceptará ir a terapia para mejorar y volver a ser el de antes.

Judah asintió, pero no hizo ningún comentario sino que solo siguieron observando a lo lejos a la bailarina en turno, Atenea era su nombre artístico; sin embargo, solo uno de ellos prestaba especial atención a ella, Pavel, el resto solo la veía como lo que era: una bailarina y ya. 

Judah siguió hablando, pero contrario a lo que esperaba no estaba siendo escuchado porque su amigo miraba bastante entretenido a la mujer del pelo verde en el escenario y parecía que no pensaba parpadear hasta que el espectáculo terminara. 

Se dedicó a ver el número, a sabiendas de que no le harían caso, pero verificaba su celular a cada minuto para comprobar que su esposa no estuviera llamándole. 

El espectáculo de la mujer terminó y las luces se encendieron de nuevo para ver a su amigo no perder de vista a la chica, hasta que desapareció del lugar. 

Sonrió, pero casi inmediatamente, una ronda de bebidas llegó hacia ellos, quienes permanecieron hablando sobre todo y nada hasta que escucharon la voz del presentador. 

—Tengo que admitir que las chicas son preciosas —dijo su amigo Eros para sorpresa de nadie—. La del cabello rosa es mi favorita. 

—Me gustó más la última. —Pavel, el ruso tuvo que diferir—. En fin, cada uno y sus gustos. ¿Y tú? 

—Yo no me fije mucho —añadió Judah con sinceridad—. Estoy más preocupado por mi esposa y el cómo me recibirá si se entera, que no puedo pensar en nada más.

Los otros dos rodaron los ojos.

—Tú y tu hermano hicieron muy mal en casarse con esas mujeres —añadió Pavel—. Son como alacranes.

No agregó más, puesto que las luces volvieron a apagarse después de que el presentador diera todo un discurso para anunciar a la siguiente bailarina. 

El escenario se iluminó y los hombres parecieron enloquecer tras la aparición de la mujer de la peluca azul. 

Esta se movía con sensualidad sobre el escenario y Judah debía reconocer que acaparaba la atención con la seguridad que desprendía. 

La vieron moverse mientras sonreía y mostraba sus mejores movimientos de pole dance en la pista. 

Los hombres silbaban y lanzaban billetes a la chica quien, con su mejor sonrisa de cazadora, se dejaba adular con la mirada y los dólares. 

Desplegaba sobre el escenario un aura de seguridad en cada movimiento y un cinismo tal que opacaba sus movimientos y la hacía adueñarse del escenario, haciéndolos parecer algo de la vida cotidiana y no es que fuera malo; en realidad, los tres pensaban que debería ser una materia obligatoria en educación básica y todas las mujeres deberían aprender a seducir así, pero como bien decían, no podía tenerse todo en esta vida. 

Observaron los movimientos de la joven con atención y aunque al ruso le parecía bella, lo cierto era que su atención la había obtenido la segunda, Atenea.

Eros miraba a la chica y pensaba que tal vez era una mujer cuyo público eran los hombres a las que les gustaban las mujeres inalcanzables, a él no y, aunque muy guapa, tampoco era la más linda y él prefería a la de cabello rosa, la primera bailarina, Afrodita. 

El número de Hera estaba por terminar y ella no necesitó más que ver a Pavel para saber que el ruso no le estaba poniendo atención, así que centró sus esfuerzos en el resto y en recibir dinero que era lo único que le importaba. 

Terminó su número satisfecha al ver que sin duda había sido bueno. 

Recogió todo el dinero que los hombres estuvieron lanzando y se alejó completamente desnuda hacia los camerinos no sin antes regalar a los espectadores una última visión de su cuerpo al colocarse sobre sus brazos y rodillas, gateando a cuatro patas frente a su público, el cual nuevamente enloqueció. 

Se metió donde las dos chicas anteriores contaban su dinero y sonreían satisfechas. 

Solo faltaba un acto más donde juntas debían encender a los espectadores. 

Las ganancias en el último número se dividían entre las tres, pero curiosamente era el espectáculo que más dinero les dejaba. 

Se apresuraron a cambiarse el vestuario cuando nuevamente el dueño del lugar entró. 

—Concéntrense en los dos tipos de la mesa cinco, son empresarios, al tercero denle atención pero enfóquense en ellos, no sé quién es, pero dicen que también tiene dinero. Es más, olvídenlo y concéntrense en el trío de sujetos, es la mesa doce. 

Las tres asintieron y nuevamente aparecieron tras ser mencionadas. Hubo gente que se sintió desilusionada al saber que Artemisa no estaría esa noche, pero aun así se quedaron para disfrutar el espectáculo. 

Afrodita, Atenea y Hera comenzaron su actuación, perfectamente sincronizadas y alborotando a los hombres del lugar con sus sensuales movimientos. 

Afrodita mostraba una destreza especial con las piernas que hacían que más de uno deseaba tocar y perderse en ellas, Atenea tenía una habilidad para bailar todo tipo de danza árabe que le facilitaba y ayudaba a mover su cuerpo con sensualidad indescriptible. 

Hera, por su parte, sabía danza artística y poseía una elasticidad única que hacía a los hombres desear perderse por completo en su cuerpo. 

Las tres mujeres se acercaron a la mesa de Judah y sus acompañantes y se sentaron sobre ellos.

Hera pensó en sentarse sobre el ruso, pero los ojos del hombre estaban puestos sobre Atenea y los del otro hombre sobre Afrodita. 

No los culpaba, sus amigas eran bellísimas y un par de años más jóvenes que ella por lo que le pareció comprensible.

Se conformó con atraer la atención del último hombre que parecía nervioso, pero no se apartó cuando ella le brindó su atención. 

Bailaron sobre ellos sin pudor y Jenna sonrió al sentir la evidencia de la erección de su potencial cliente debajo de su trasero. 

Se movió sobre él imitando los desenfrenados movimientos del coito y pronto las manos de Judah se colocaron sobre su trasero dejando claro que le gustaba. 

Se contonearon sobre los hombres hasta cuando creyeron que era suficiente y después volvieron al escenario donde terminaron el espectáculo y se despidieron en medio de la euforia de los caballeros. 

Volvieron al camerino donde se sentaron unos segundos para descansar y suspiraron al imaginar que tardarían otra hora en quitarse todo el maquillaje que usaban. 

—Las tres tienen un privado —dijo Bradley, entrando muy contento con todo el revuelo que había entre los clientes—. Ya sabemos lo que eso implica y yo no las obligo. El sesenta del pago del baile es mío, el cuarenta suyo. En cuanto a lo otro, ya lo dejé claro, si acceden a más es para ustedes y cosa suya. De todos modos, el porcentaje del privado que les corresponde no se los quita nadie. 

El trío de mujeres asintió antes de que lo miraran un poco desilusionadas. 

—¿Solo tenemos uno? —preguntó Atenea y el hombre negó.

—Hay más clientes que atender —respondió el hombre, pero deben empezar ya. El tuyo es el cubículo dos, el de Afrodita el tres y el de Hera el cinco. 

Las tres mujeres salieron para tomar cada una su número y esperar a que su cliente llegara. 

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