Capítulo 7

Los días continuaron y él solo veía entrar al doctor y a su hermano, a nadie más; sin embargo, no sentía nada, ni miedo a la vida, ni temor por su nueva condición y mucho menos sentía dolor. No sentía ninguna emoción, de hecho, su corazón se había muerto.

Observó a su hermano guardar sus cosas en una pequeña maleta y con ayuda de un enfermero sentarlo en la silla de ruedas.

—El doctor dijo que si te operas puede haber una posibilidad de volver a caminar, por supuesto con rehabilitación —dijo Judah sin mirarlo y guardando sus cosas—. Tal vez podamos buscar un especialista, uno bueno y...

—No voy a operarme —respondió Noah con tono parco—. Que me lleve el diablo de una vez. 

—No digas eso —advirtió su hermano con tono pesaroso—. Eres mi única familia y no me perdonaría que algo malo te pasara.

Noah sonrió con cansancio, lleno de amargura y se detuvo solo para acercarse a su hermano y sujetar sus manos.

»Tienes una mujer y una hija —continuó diciendo Noah, mirándolo con rabia—. Ellos son tu familia. Yo dejé de serlo hace mucho, sabes. Mamá decía que cuando te casas dejas el ombligo familiar para formar un nuevo nido.

—Pero también decía que jamás pierdas tus lazos sanguíneos —replicó Judah en su defensa, buscando que su hermano reaccionara—. Mamá no te habría abandonado, ni a mí y yo no voy a dejarte. Somos hermanos y lo seremos hasta que uno de nosotros deje de respirar.

—Ojalá lo haga yo —farfulló el otro.

—¡No! No digas eso —replicó Judah un poco impaciente—. La vida debe tener algo para ti.

—Eres más romántico que una chica —dijo su hermano con visible sarcasmo—. ¿Te gustan que te regalen flores y chocolates?

Judah sonrió y le palmeó la espalda como una señal de que estaba de su lado. 

—Soy maestro de literatura inglesa, ¿qué esperabas? ¡Vamos! —pidió su mellizo,  conduciéndolo a la salida—. Heredé una empresa familiar que no atiendo porque no me gustan las finanzas. ¿Cómo quieres que no sea romántico?

Noah se dejó conducir pensando en lo que sería de él de ahora en adelante. 

Estaba seguro de que no quería vivir y mucho menos sentirse un inútil que, a decir verdad, era en lo que se había convertido.

El camino a su casa lo hicieron en silencio e incluso lo sintió más largo de lo normal, con un aire espeso que solo le hacía más difícil la tarea de respirar.

El arribo a su hogar no fue lo que pensó. Creía que sentiría nostalgia, dolor o alguna otra emoción pero de nuevo no sintió nada más que ganas de desaparecer para siempre.

Su hermano lo ayudó a subir a la silla de ruedas de nuevo cuando bajó del coche y lo condujo a la entrada de la casa en donde tuvo que tocar porque no tenía llaves. 

La puerta de abrió dando paso a su esposa, Paullete, quien lo miró sin emoción alguna.

—Ha sido dado de alta y bueno nada mejor que su hogar —dijo Judah a su cuñada con una sonrisa conciliadora y después de que ella jamás se hubiese presentado a la clínica—. Estoy seguro de que juntos lo van a superar.

La mujer no dijo nada y solo se hizo a un lado para que entrara al lugar los recién llegados.

Hubo un silencio ensordecedor que los puso incómodos a los tres.

—Agradezco que lo hayas traído —articuló la esposa de Noah después de un prolongado silencio—, pero preferiría que te fueras. Yo me encargo de él.

Judah asintió, entendió perfectamente la situación. Eran un matrimonio y se necesitaban tanto entre ellos que era difícil entender que alguien más estuviera ahí.

—Llámame para que sepa cómo estás —pidió acuclillándose frente a su hermano, quien solo asintió—. No olvides que somos un equipo.

Noah no respondió sino que solo lo miró como si aquello no fuera lo que él esperaba oír.

Escuchó a su hermano salir de la casa y giró el rostro para observar el de su mujer.

—¿Cómo estás? —preguntó mirándola de hito en hito para romper el hielo—. No estuviste en el hospital.

Ella no respondió, sino que siguió mirándolo como si estuviera analizándolo, guardando sus palabras durante varios segundos.

»Me hubiera gustado verte —continuó diciendo, en espera de que ella contestara—. Te necesitaba.

—Me hubiera gustado que hubieras muerto tú y no mi hija —respondió la mujer finalmente—. Me hubiera gustado que hubiera sido tu cuerpo el que se hubiera calcinado, el que tuviera múltiples fracturas y el que hubiera perdido miembros, pero desgraciadamente no fue así. Fue mi chica quien falleció por un maldito que la mató porque seguro iba reprendiéndola por una inocente salida.

—No la maté —se defendió Noah con la mandíbula tensa—. Le dio un ataque por consumo de drogas y perdí el control del auto.

—¡Ella no hubiera consumido drogas si tu hubieras sido mucho más flexible con ella! —gritó Paullete presa de la furia—. ¡Jamás habría sido rebelde si tan solo hubieras comprendido que era joven y necesitaba vivir!

—¡Ella no vivía! —gritó su marido cuando su paciencia se acabó—. ¡Se mataba con lentitud y tú la solapabas! No puedo creer que me digas ahora que fue mi culpa que se drogara o bebiera cuando fuiste tú la que siempre toleró e incluso justificó su comportamiento.

—¡Fui una madre condescendiente! —vociferó fuera de sí—. En cambio, fuiste un maldito siempre con nosotras, un infeliz dándose sus aires de estricto que solo llevó a la tumba a su propia hija.

Noah no dijo nada porque de cierta manera algo dentro de él le gritaba que tenía razón.

—No fue así —musitó Noah después de un rato.

—Voy a encargarme de que tu vida sea un miserable tormento —añadió la mujer como una promesa—. Voy a vivir para verte desear la muerte, maldito, y voy a retrasar tu partida con el simple afán de verte sufrir.

Él la observó. Era como si tuviera enfrente a la misma chica de la que se había enamorado a los dieciocho. Caprichosa, vengativa y sumamente rencorosa; esa era Paullete Pratt.

—No puedo hacer nada para cambiar lo que estuvo mal entre los tres —dijo él, al fin—. En cuanto a lo de que voy a sufrir en este infierno, solo puedo decirte que no siento sufrimiento y que precisamente mi penitencia será esa. No sentir nada.

—¡Malnacido tullido! —gritó Paullete acercándose para golpearlo a la cara una y otra vez.

Noah no hizo nada para defenderse. Permaneció estoico ante el ataque de su esposa, hasta que la vio cansarse y hacerse a un lado.

»Voy a matarte por dentro —prometió la mujer mirándolo con rabia—. Voy a quitártelo todo, voy a verte implorar al demonio que te lleve de una vez y voy a arrancarte de sus garras cuando se apiade de ti y quiera hacerlo. No vas a tener paz jamás a partir de ahora.

El hombre no dijo nada siguió escuchando todas las palabras de su mujer entendiendo perfectamente la declaración de guerra, comprendiendo que esto sería a partir de ahora su vida. Una batalla a muerte.

La mujer siguió golpeándolo hasta que se cansó y solo entonces lo miró a los ojos con la rabia acumulada.

—Vas a desear jamás haberme conocido —continuó diciendo, tomando el cuello de su camisa—. Vas a arrepentirte de haber matado a mi bebé.

Noah quería sentir, de verdad que ansiaba sentir dolor, rabia, miedo, lo que fuera pero algo dentro de él había muerto y ahora solo estaba la indiferencia y la pasividad.

Ella se separó y lo impulsó hasta que casi lo tiró de la silla; no obstante, Noah ni siquiera parpadeó, únicamente la miró y permaneció en silencio esperando el siguiente ataque.

La mujer salió del lugar con una mirada que auguraba una vida infernal para él pero que para consternación de ella y sufrimiento del mismo Noah, no provocaba ningún dolor ni estremecimiento en su alma, al contrario sabía que esto serviría para que él sintiera que estaba pagando lo que sea que lo hacía sentir así. 

Él pensaba que merecía la vida de perro que le esperaba y que lo que fuera que estaba por venir sería bien recibido e incluso festejado por su yo interno.

Se quedó en medio del vestíbulo, observando su casa con total indiferencia, como si aquello no respondiera ninguna de sus interrogaciones y es que no lo hacía. Él no era alguien que se quejara de nada y no lo haría ahora.

Noah Pratt solo buscaba saber por qué a él.

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