Capítulo 8

Los días pasaban bastante lentos y las noches parecían volverse eternas para Noah quien veía cómo su vida se consumía día a día, pero al menos en el día podría ocupar su mente en trabajar y avanzar con todos los pendientes que tenía de la oficina.

No recibía de su esposa ninguna mirada más que insultos y desprecios, además de burlas por su condición y vergonzosamente era uno de los chicos hijos de la cocinera el que lo ayudaba a vestirse, bañarse y cualquier otra necesidad que tuviera dado que Paullete definitivamente no era una opción para contemplar.

No había llamado a su hermano porque tampoco quería incordiarlo. Pensó que el pobre seguramente tenía sus propios problemas como para encima sumarle más.

Tendido sobre su cama observaba el techo aquella noche que auguraba ser como las últimas desde hacía más de un mes: larga y sin ningún matiz que al menos le dieran la oportunidad de ser feliz o sonreír como antes y sin embargo, sabía que jamás volvería a ser el mismo hombre de antes y que no habría nada que lo hiciera sonreír de nuevo.

Escuchó los inconfundibles tacones de su esposa avanzar por el pasillo y se preparó para el ataque que vendría.

No había pasado nada de tiempo antes de que la puerta se abriera dando paso a su mujer con un vestido azul brillante y un escote pronunciado.

Esperó el ataque y la retahíla de insultos y descalificativos pero no pasó, sino que detrás de ella apareció un hombre alto y más o menos joven, tal vez un poco menor que él, su aparición lo sorprendió y pareció que a él también le sorprendió verlo ahí.

—¿Quién es? —preguntó el hombre mirando a Paullete—. No me gustaría importunar.

—No importunas cariño —dijo regresándole la mirada y dándole un guiño—. Necesito que me ayudes a ponerlo sobre la silla de ruedas o mejor aún en el sillón de allá.

El hombre la observó sin saber qué decir al respecto, pero obedeció tomando a Noah de las axilas y levantándolo para luego arrastrarlo hasta colocarlo en el sofá.

Noah estaba todavía procesando todo, pero tal como había hecho todo el tiempo anterior se mantuvo estoico y en silencio.

Su esposa sonrió con malicia al verlo y sin esperar nada se lanzó sobre el tipo a besarlo como si la vida se le fuera en ello.

La boca de ambos sonaba con los besos sucios que se daban y sin embargo, Noah no se sentía enojado simplemente se sentía indiferente a la situación; si su esposa buscaba humillarlo, no lo estaba logrando, simplemente porque no le importaba en absoluto.

Vio a su mujer desvestirse a toda prisa y al sujeto que la acompañaba, removerse incómodo con la situación.

—¿Por qué no vamos a un lugar donde estemos solos? —pidió el atribulado joven, un tanto contrariado por la escena surreal en la que estaba a punto de tener relaciones frente a un discapacitado—. Creo que no es bueno hacerlo cuando hay espectadores.

—Mi esposo es un hombre incapaz de satisfacerme —replicó ella con los ojos furiosos puestos sobre Noah.

—¿Tu esposo? —inquirió el hombre.

—No te preocupes —advirtió la mujer, besándolo y burlándose de Noah.

El hombre se resistió un poco hasta que preso de la lujuria se dejó llevar por los encantos de Paullete y sucumbió.

Noah observaba la escena mientras ella gemía y dejaba que el hombre la poseyera en formas que jamás le habría permitido a él; no obstante, ahí estaba dejándose llevar por la sed de venganza.

Veía su rostro tenso ante la rudeza del hombre y los gritos forzados solo para demostrarle que con ese él sí disfrutaba y aun cuando estaban siéndole infiel en su propia cama y frente a sí mismo, Noah, no se sentía un cornudo, de hecho no sentía ni siquiera celos. 

Antaño habría dicho que amaba a su esposa a pesar de los múltiples problemas que tenían y de lo difícil que había sido para ella afrontar que serían padres tan jóvenes. Él la amaba a pesar de todo eso y sin embargo, ahí estaba, sentado observando a su mujer teniendo sexo con otro frente a él y no sentía nada.

Se preguntaba si toda esa vida apresurada que había tenido hasta entonces fue lo que trajo consigo la frialdad a su vida o solo era la herencia genética.

Su padre había sido siempre un hombre simple y de muy pocas palabras al que nada parecía importunarle; no obstante, él sabía que sí, aquella supuesta infidelidad de su madre y cuyo producto había sido un hermano que no conocía había sido para su inmutable padre el fin de la relación y la única manera de saber que tenía emociones o al menos una chispa de ellas.

Noah se sentía igual, no mostraba ninguna emoción, tal vez fuera porque las había perdido o quizás simplemente porque el hecho no le importaba, lo que significaba que ya no amaba a Paullette, quizás desde hacía mucho.

Se quedó mirando hasta que terminaron y ella lo vio con una sonrisa de victoria que a Noah solo le provocó devolvérsela, pero se abstuvo de hacerlo para no hacerla rabiar más y al menos no tener un encontronazo.  

El hombre salió de la habitación no sin antes volver a colocar sobre la cama a Noah, quien incapaz de hacer algo más solo se dejó hacer sin decir una palabra.

El sujeto siseó una disculpa antes de salir de la habitación y dejarlo sobre la cama.

Escuchó los pasos de su esposa volver hacia la recámara luego de unos minutos en los que acompañó a su amante fuera de casa y se preparó para el ataque que seguro vendría. 

—Cariño —escupió Paullete con sarcasmo—. Supongo que has disfrutado tanto como yo.

Noah guardó silencio, conociendo de sobra que lo que ella quería era obtener una reacción.

»Supongo que se te habrá alterado el pene —continuó la mujer con su ataque—. De no ser así tendré que buscar un repuesto.

Se acercó a él y le bajó el pantalón de pijama que tenía puesto junto al bóxer.

Noah la observó. Paullete tenía una sonrisa victoriosa mientras observaba el miembro de su paralítico marido. 

Pasó sus dedos por él y después apretó con fuerza, pero Noah no hizo ningún gesto de dolor a pesar de que sí que le dolía.

—¿Qué quieres, Paullete? —inquirió Noah, finalmente.

»Parece que alguien se ha quedado impotente —musitó la mujer lanzando una risa burlona—. No es como que antes fuera mejor, al fin y al cabo.

Noah la observaba con sus ojos azules de expresión vacía y llana. Él había sido monógamo y jamás había tenido otra mujer que no fuera ella.

Había perdido la virginidad con ella cuando eran muy jóvenes y Paullete había quedado embarazada casi de inmediato, se habían casado y jamás había vuelto a tener ninguna mujer.

Trabajaba tanto por el nulo apoyo que tuvieron de sus padres, aunado a la escuela y a la pequeña bebé, estaba tan presionado en aquellos años que de lo último que tenía ganas era de ser infiel.

Sus primeros años de casado habían sido catastróficos dado que ella se sentía deprimida y fracasada, decía que había terminado su vida y que era culpa él por no cuidarla. Renegaba de su hija, tanto que hubo momentos en los que, la pequeña, solo era atendida por su padre.

Él la había amado por supuesto, a ambas. Las había querido pero había llegado un momento quince años después en que se habían estancado en una convivencia insana.

Paullete se la pasaba en fiestas y reuniones con sus amigas asegurando que tenía el derecho a vivir lo que se le había arrebatado por casarse, se decía joven y con el derecho a salir por ahí.

Danna, por su parte, era rebelde y seguía cada uno de los ejemplos de su madre quien con tal de que no la molestara le daba todas las concesiones.

Pronto las cosas se salieron de control y a su hija terminó por gustarle el alcohol. En varias ocasiones había llegado a casa casi cayéndose de borracha y mientras él la reprendía Paullete se limitaba a apoyarla diciendo que era joven y tenía derecho a vivir. 

En cuanto a él, trabajaba todo el día para encima dedicarse a cuidar de dos féminas descarriadas y eso le había pasado la factura.

Aquella noche había llegado a casa para encontrarse con que su hija no estaba y con que se había ido de fiesta por ahí, algo que lo enojó y lo llevó al límite de su paciencia.

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