Noah despertó observando a su alrededor creyendo que había tenido un sueño horrible pero pronto se dio cuenta de que no fue un sueño, sino su realidad.
Las paredes blancas del lugar, el olor a sanitizante y el sonido de las máquinas lo devolvió a la realidad. Todo había sido cierto.
Trató de incorporarse, pero un dolor punzante se lo impidió.
Se quedó recostado pensando. No podía ser cierto que aquello hubiera pasado. Era demasiado. Sufría mientras las imágenes tortuosas e infernales asomaban de nuevo a su memoria para hacerle recordar que no, que nada de eso fue un sueño y todo fue real. Efectivamente, su hija había muerto enfrente de sus ojos.
La puerta se abrió y el dio un respingo al escuchar el sonido. Al abrirse dio paso a su hermano mellizo, Judah. La única familia que le quedaba y el único que siempre le comprendía, tal vez la única razón por la que todavía no se había dejado morir.
—¡Has despertado! —dijo el recién llegado, con aspecto cansado que últimamente le caracterizaba.
Al verlo despierto, Judah no esperó más y salió de la habitación para llamar al personal de salud, quienes minutos después entraron como una horda a la habitación, entre doctores y enfermeras.
Lo sacaron de la habitación y desde afuera vio cómo la enfermera cerró la cortina y pronto comenzaron a revisarlo e hicieron un sinfín de cosas mientras tomaban muestras, o eso supuso porque las vio salir varias veces con los pequeños tubos de sangre.
Por su parte, Noah se dejó hacer de mala gana y luego de varios minutos volvió a tratar de incorporarse, pero no pudo hacerlo, no pudo mover las piernas.
El pánico invadió su ser al sentirse inútil e imaginar el peor de los escenarios. Miró al doctor de forma desesperada y su corazón latió tan fuerte que pensó se saldría de su cavidad.
—¿Recuerda su nombre? —preguntó el doctor sin darse cuenta del miedo que sentía su paciente en ese momento.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió Noah de mal humor.
—¿Lo recuerda? —Volvió a decir el galeno.
—Claro que lo recuerdo, mi nombre es Noah Pratt —contestó con fastidio.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta y tres —dijo el paciente.
El doctor frunció el ceño, prestando toda su atención al hombre en cuestión.
—¿Sabe qué fecha es?
Noah se quedó pensando, se dijo que tal vez solo habían pasado unos días desde el accidente, pero al ver la mirada del doctor, supo que algo estaba mal.
—No exactamente.
Hubo una serie de preguntas más hasta que finalmente se le aclaró que habían pasado dos años desde aquella noche. Dos largos años en los que había permanecido en estado de coma y sin siquiera poder asistir al funeral de su hija.
Luego de tomar varias muestras, preguntas y chequeos, el doctor, quien dijo apellidarse Brooks, se despidió para salir del lugar y fue entonces cuando quiso incorporarse de nuevo para llamar su atención, aunque de nuevo, no puedo hacerlo. Solo entonces, Noah y el doctor, notaron lo que ocurría.
Su corazón latió a toda prisa y sintió que se le formaba en el centro del pecho una enorme bola de fuego de solo imaginar que eso estuviera pasando.
—Mis piernas —musitó haciendo que el hombre mayor detuviera su inspección y se centrara en lo que él decía—. No puedo moverlas.
El doctor se apresuró de inmediato y descubrió sus piernas antes de sacar lo que fuera que haya sacado del bolsillo de su bata médica y atacar su pie; sin embargo, Noah no se inmutó. No tuvo una sola reacción.
Volvió a picarlo aplicando un poco más de fuerza y después lo miró a la cara, pero Noah seguía con el mismo semblante impertérrito y con la vista clavada sobre él.
El médico tomó notas antes de dar una serie de indicaciones a las enfermeras, mismas que asintieron y después de un largo rato, se fue prometiendo tener un resultado cuanto antes.
Salió a prisa del cuarto, dejándole más hundido en la depresión y la desgracia.
No dijo nada, permaneció mirando la partida del galeno de aquella habitación, con la misma sensación de vacío que tenía desde que sus ojos se habían abierto.
Miró un punto fijo en la pared sin pensar en nada. Todo parecía tan raro e inusual para él que algo le decía que eso era la antesala de la muerte, pero entonces cayó en la cuenta de que no era así, sino que solo estaba a la entrada del infierno, de su propio infierno.
Luego de varios minutos vio entrar a su hermano, quien apenas cerró la puerta le dio una sonrisa cansada que Noah no devolvió.
—¿Dónde está Paullete? —inquirió sin quitar la vista de su hermano que parecía reacio a hablar—. ¿Dónde está mi esposa?
—Paullete está en tu casa —respondió Judah luego de un silencio que pareció eterno—. Está descansando y será mejor que tú lo hagas también.
—¿Qué pasó con Danna? —Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar a su pequeña—. Mi hija está bien.
Hubo un silencio ensordecedor que casi lo enloqueció y aunque sabía la respuesta, necesitaba escuchar la confirmación.
»¡Habla m*****a sea! —gritó perdiéndose a sí mismo.
Él no necesitaba una respuesta, de hecho, estaba seguro de cuál sería, sin embargo, quería escucharlo, lo necesitaba para poder asimilarlo. Necesitaba oírlo como acto catártico, para poder llorar, para sentir dolor. Para sufrir.
Su hermano tomó aire y cerró los ojos antes de mirarlo a los ojos y hablar.
—No hubo nada que se pudiera hacer por ella —respondió sin poder evitar derramar una lágrima al recuerdo de su sobrina—. Falleció antes de llegar al hospital.
Noah escuchó lo que le dijo y aunque creía que lloraría y aullaría de dolor, para consternación suya y de su hermano, no fue así. No hubo llanto porque no sintió ganas de hacerlo, no le dolió el corazón y mucho menos sintió el escozor de las lágrimas. La realidad era que no sintió nada y eso solo significaba que se había perdido. Que ya no era un ser humano sino un ente que había perdido su alma y su bondad en algún punto del camino.
Su hermano quiso decir algo más, pero lo vio tan tranquilo que creyó estaba en estado de shock.
Se acercó con cuidado, indeciso entre si abrazarlo y mostrarle como siempre su apoyo o llamar a un médico.
—¿Noah? —inquirió Judah un tanto inseguro y luego de unos minutos—. Ella estará mejor ahora. En un lugar donde será feliz y no aquí donde todos sufrimos.
Noah lo miró con una sonrisa y asintió.
—Mi muñeca estará en el paraíso —declaró Noah con un suspiro—. Esto es el infierno y nos hemos quedado aquí para vivirlo y sentirlo en carne viva.
Judah Pratt miró a su hermano y sintió lástima. Se había quejado toda la vida de su propia vida sin detenerse a pensar que alguien más podía pasar por algo peor y justo ahora acababa de darse cuenta de que la vida del único ser que le quedaba en la vida era incluso peor. El porvenir de su hermano pintaba para ser el más oscuro y sobre todo el más triste.
—Será mejor que llame al médico —dijo Judah caminando hacia la puerta; sin embargo, se detuvo al ver que esta se abrió de golpe.
Al abrirse la puerta ambos pudieron ver a dos personas entrar, dando paso a una mujer y una adolescente que miraban todo con desgana.
—Hola, tío —anunció su única sobrina con flojera—. Espero estés mejor.
Noah no respondió, sino que observó a la joven y después a la mujer a su lado, quien simplemente miraba a Judah con una ferocidad que lo hizo compadecerse de él.
—Milla, ¿sabes cómo está mi esposa? —cuestionó Noah a la mujer mayor, la esposa de Judah.
—¿Cómo quieres que esté? Mataste a su hija —respondió su cuñada sin la menor consideración—. Está devastada.
Noah agachó la vista y aunque quiso decir algo para enfrentar a su cuñada, lo cierto era que no pudo, así como tampoco pudo llorar.
Los días continuaron y él solo veía entrar al doctor y a su hermano, a nadie más; sin embargo, no sentía nada, ni miedo a la vida, ni temor por su nueva condición y mucho menos sentía dolor. No sentía ninguna emoción, de hecho, su corazón se había muerto.Observó a su hermano guardar sus cosas en una pequeña maleta y con ayuda de un enfermero sentarlo en la silla de ruedas.—El doctor dijo que si te operas puede haber una posibilidad de volver a caminar, por supuesto con rehabilitación —dijo Judah sin mirarlo y guardando sus cosas—. Tal vez podamos buscar un especialista, uno bueno y...—No voy a operarme —respondió Noah con tono parco—. Que me lleve el diablo de una vez. —No digas eso —advirtió su hermano con tono pesaroso—. Eres mi única familia y no me perdonaría que algo malo te pasara.Noah sonrió con cansancio, lleno de amargura y se detuvo solo para acercarse a su hermano y sujetar sus manos.»Tienes una mujer y una hija —continuó diciendo Noah, mirándolo con rabia—. Ellos son
Los días pasaban bastante lentos y las noches parecían volverse eternas para Noah quien veía cómo su vida se consumía día a día, pero al menos en el día podría ocupar su mente en trabajar y avanzar con todos los pendientes que tenía de la oficina.No recibía de su esposa ninguna mirada más que insultos y desprecios, además de burlas por su condición y vergonzosamente era uno de los chicos hijos de la cocinera el que lo ayudaba a vestirse, bañarse y cualquier otra necesidad que tuviera dado que Paullete definitivamente no era una opción para contemplar.No había llamado a su hermano porque tampoco quería incordiarlo. Pensó que el pobre seguramente tenía sus propios problemas como para encima sumarle más.Tendido sobre su cama observaba el techo aquella noche que auguraba ser como las últimas desde hacía más de un mes: larga y sin ningún matiz que al menos le dieran la oportunidad de ser feliz o sonreír como antes y sin embargo, sabía que jamás volvería a ser el mismo hombre de antes y
Se había enfurecido tanto con su esposa que esa noche le lanzaría un ultimátum en cuanto a su comportamiento.Paullete, al ver la furia de su esposo había cedido y dicho la dirección donde se encontraba su adolescente hija y este sin demora había ido por Danna. El final de aquella noche estaba tan claro y tan grabado en su mente que él prefería no recordarla y sin embargo, permanecía tatuada en su memoria.—Tú tampoco has sido mejor que yo —dijo Noah, al fin y cansado de ella—. Eres de hecho bastante mala en la cama y gritas tanto que el pobre hombre fácil quedó sordo de un oído esta noche.La mujer se le quedó viendo con el rostro oscurecido de furia antes de lanzarse sobre él y golpearlo hasta la saciedad.—¡Eres un malnacido que jamás podrá volver a vivir! —escupió la mujer con rabia y a gritos—. Mataste a tu propia hija y vas a vivir para sufrir el infierno del remordimiento.Noah no reaccionó, no obstante, sabía que era cierto, ella no habría muerto si él no hubiese estado tan f
Habían pasado cuatro días desde que su esposa había mandado a descansar a los sirvientes y él seguía recostado en el mismo lugar, con la misma ropa, sin asearse.Su esposa solo subía a la habitación en pequeños intervalos de tiempo para dejarle solamente agua y comida a medias, fría y dura. Estaba siendo cruel y tratándolo como perro y aun así el hombre se sentía sin dolor y sin ninguna emoción. Lo único que había sentido fue la confesión sobre los abortos, pero en lo demás a él no le dolía nada.Aquella mañana estaba siendo igual hasta que Paullete entró a la habitación con su bolso en mano, sus mejores zapatillas y vestida como si fuese a algún evento de gala.Miró su reloj con aire de suficiencia antes de dirigirle una mirada de desdén.—Queridito —apostilló la mujer con voz cantarina—. Tengo que decirte la verdad, debo irme, pero no debes preocuparte, amorcito, volveré tal vez un día no lejano para seguir haciéndote la vida miserable.Su voz denotaba crueldad y goce, ella estaba
La mañana llegó como muchas otras para Judah, quien se levantó temprano para hacer sus pendientes, entre ellos ir a la universidad a dar clases y luego ir a la entrevista que tenía con la chica que podría convertirse en la enfermera.Una vez hubo terminado todo se encaminó con prontitud hacia la cafetería donde lo esperaba una jovencita que apenas lo vio, suspiró de alivio.—Lamento la tardanza señorita Mulder —dijo avergonzado en cuanto llegó y con un poco de timidez—. Es solo que bueno, tenía mucho qué hacer antes de venir.—No se preocupe —respondió la mujer con amabilidad—. No hace mucho que espero en realidad.Jenna había reconocido al hombre de inmediato por la foto de perfil de los mensajes e inmediatamente supo quién era y dónde se habían conocido, pero parecía que él no la recordaba, era de esperarse que no recordara a la mujer que compró en un club.Lucía cansado y agobiado; sin embargo, ella no era quién para juzgar a las personas y mucho menos, por lo que solo se limitaría
Jenna miró al hombre, quien le regresaba la mirada con furia desmedida, tanto que ella se vio tentada a renunciar en ese mismo instante. —¿¡No me has escuchado!? —preguntó un furioso Noah—. ¿¡Cuántas veces tengo que decirte que no me interesa tener a nadie aquí!?—Claro que le he escuchado y puede decirlo todo el día, al final igual voy a ignorarlo —respondió la mujer tratando de contenerse—. Me han contratado para cuidarlo y es exactamente lo que haré de ahora en adelante, puede quejarse lo que quiera, pero así es como funcionan las cosas. ¿Es que acaso cree que hago esto por gusto?Jenna se preguntó cómo diablos iba a hacer todo el trabajo cuando tenía nulos conocimientos en el tema, aunque supuso que no había mucho qué hacer al respecto, por lo que decidió que buscaría información para al menos saber cómo lidiar con ese hombre.Judah se dijo que la chica tenía un reto enorme y esperaba que no claudicara o de lo contrario, se vería en problemas para cuidar de él. Observó a la joven
La joven pelirroja observó a Noah comer en silencio y de forma lenta, tomarse el café y al menos se alegró de no haber sido recibida a empujones ni gritos esta vez, era como si él ya se hubiese reconciliado con la idea de que estaría a su cuidado por mucho tiempo, o eso esperaba. Entretanto, Noah creyó que debía darle importancia a la mujer para que dejara de fastidiarlo. Pensó en molestarla hasta que se fuera, pero lo cierto era que parecía destinada a igualar su trato con tal de conservar el empleo. Cuando por fin terminó de comer dejó la charola para que la levantara la enfermera y ella así lo hizo.La colocó sobre la mesa de noche y se apresuró al baño a prepararle la tina para bañarlo. Jenna todavía se estaba preguntando cómo haría para moverlo, pero se dijo que igual tendría que arreglárselas como pudiera porque no estaba dispuesta a dejarlo ganar.Dejó que la bañera se llenara y después volvió por toallas y por todo lo que necesitaría, esperando agilizar el trabajo para no esf
El Olimpo aparecía frente a sí con el inconfundible colorido y estructura imponente de siempre. Jenna dio un suspiro, al menos esperaba que la noche fuera buena dado que últimamente no había habido casi nada de dinero debido a los pocos clientes que estuvieron llegando en las últimas semanas. Era normal tener temporadas bajas, pero ella en ese momento, necesitaba mucho el dinero.En el último mes solo llegaron un puñado de clientes, muchos de ellos tacaños y muchas noches bromeó con sus amigas diciendo que aun reuniendo a todos los tacaños del mundo, El Olimpo no llegaba ni a la mitad de su cupo. Suspiró esperando que fuese una noche distinta y al llegar se encontró a Harley, su compañera, bajando de un taxi y apenas la vio sonrió.—Esperemos que sea una buena noche —dijo la pelinegra a Jenna quien dio un suspiro esperanzado y levantó la mano como si fuese una plegaria para pedir que así fuera—. Esto ha estado más muerto que mi bisabuelo.—Ojalá —respondió Jenna—. Necesito el dinero