Capítulo 5

En la mesa, Judah permanecía en la mesa pensando si debería o no pagar por la chica. Estaba indeciso mientras sus amigos le miraban como si fuera estúpido. 

Tenía una erección imposible de esconder que le dejaba claro que necesitaba atención femenina. 

Sabía que si lo dejaba pasar, en casa su mujer no cedería. Solo tenía sexo con ella cuando ella lo deseaba y mientras tanto él debía masturbarse con frecuencia, cada vez con más frecuencia, donde ella no le hacía caso en absoluto, pero sí que quería controlar su fortuna. 

Estaba cansado de hacerlo y necesitaba desesperadamente una mujer. 

—Deja de pensarlo tanto —pidió su amigo Pavel, con una risa de burla al verlo meditar y darle vueltas al asunto—. No va a saberlo y nadie irá a contárselo. Además, es una miserable, si no quiere tener sexo contigo, entonces que no te prohíba tenerlo con otra. Los tres sabemos que seguramente ella tiene un amante.

—Pero se dará cuenta cuando llegue el estado de la tarjeta —respondió Judah, nervioso y visiblemente consternado—. Será mejor que vaya a casa, no sé ni por qué vine, no quiero tener problemas con ella y no porque le tenga miedo, solo… solo que ahora tengo muchos contratiempos con mi hermano, no quiero más. 

—Hay un cajero afuera, a dos calles —aseguró Eros, su otro amigo—. Sabrá que usaste dinero pero no para qué, ya te inventas cualquier cosa. 

Judah lo pensó, pero ciertamente lo necesitaba, su cuerpo se lo pedía, por lo que se puso de pie y salió del lugar rumbo al cajero pensando que ya después vería cómo justificar el retiro o peor aún, tendría que empezar a pensar en el divorcio con su esposa.

Lo que tenían juntos no era vida. 

Volvió solo unos minutos después y pagó un privado guardando el resto del dinero en su billetera. 

Sus amigos le acompañaban, pero cada uno tomó un cubículo diferente de acuerdo con la ficha que tenían y a la mujer que pidieron.

Judah cruzó la puerta a punto de girarse de nuevo para huir, pero la visión de la mujer frente a él lo detuvo. 

El cabello azul de la joven cubría sus senos blancos y perfectos. 

Jenna, aunque él no sabía su nombre y le llamaba Hera, tal cual su sobrenombre artístico, tenía puesto solo unas bragas y una pequeña bata de satín azul desabrochada que dejaba ver su tonificado vientre. 

Llevaba la bata sobrepuesta dejando al descubierto sus hombros y parte del torso; sin embargo, su cabello caía sobre sus turgentes y generosos senos, apenas cubriéndolos. 

Judah no tenía verdadero gusto por las prostitutas, ni siquiera las visitaba, igual que sus amigos, pero algo los había incitado esa noche. Aunque a esas alturas de la vida, él se ponía caliente con cualquier mujer que estuviera a su vista y se desnudara frente a él.  

—¿Prefieres el baile en el sofá o en la cama? —preguntó en tono sugestivo—. Puede ser en cualquier lugar. 

Judah la miró, quería que le bailara, pero la realidad es que prefería hundirse en ella sin más así que no quiso irse por las ramas. 

—¿Cuánto por sexo? —cuestionó sin tapujos y alcanzó a ver la media sonrisa que se formó en la mujer.

—Depende de lo que quieras —respondió la chica sin pudor alguno—. Oral cincuenta dólares, si me lo trago sube otros cincuenta, normal cien y debes usar preservativo. 

—Puedo pedir los tres servicios supongo —demandó Judah un poco precavido.

—Por supuesto —dijo la mujer.

El hombre asintió y fue exactamente lo que hizo, pidió un servicio completo que la chica no tardó en acceder. 

Comenzó a desvestirse sabiendo que no habría preámbulos en esto, por lo que cuando estuvo completamente desnudo solo dejó que ella hiciera su trabajo. 

Jenna se arrodilló frente al hombre y comenzó el sube y baja de sus manos sobre el semierecto miembro, escuchando los pequeños suspiros y jadeos del hombre, que comenzaron apenas lo tocó. 

Se llevó a la boca el miembro de Judah y dejó que su lengua lo recorriera arriba y abajo dejando pequeños chupones que hicieron que su cliente comenzara a jadear y a balancear la pelvis para ir al encuentro de su boca. 

El hombre perdió el control de su cuerpo puesto que, la chica era una experta en felación y sujetó su cabello en una coleta, ejerciendo un poco de fuerza, obligándola a llevar el miembro más adentro hasta estar profundamente enterrado en el interior de su garganta.

Se detuvo un segundo y luego siguió moviéndose mientras ella se quedó quieta recibiendo los fuertes y precisos embistes que parecían no tener fin y se apoderaban de su boca como si estuviera poseído.

El calor de la boca de Jenna, más la manera en que a veces succionaba, lo estaba volviendo loco, por lo que finalmente la incorporó, se colocó el preservativo que había sobre la mesilla y la lanzó sobre la cama separando sus piernas de forma brusca y metiéndose entre ellas para introducirse de un solo golpe de cadera en el cuerpo de la joven, quien emitió un pequeño grito y se aferró a sus brazos con la fuerza de las acometidas del hombre. 

Judah parecía un hombre poseído y no era para menos cuando añoraba tanto tener el cuerpo de una mujer debajo de él. La giró y tomó su cabello en una coleta mientras la embestía desde atrás. 

Los gemidos de Jenna pronto se volvieron alaridos que incentivaban a su cliente a seguir embistiendo más fuerte, si es que eso era posible, hasta que no pudo más y terminó justo cuando ella arqueaba la espalda en señal de rendición al más grande de los placeres mientras gemía como nunca en todo el tiempo que llevaba en El Olimpo lo había hecho.

Judah salió del cuerpo de la mujer y descansó a su lado unos segundos antes de ponerse de pie y comenzar a asearse un poco. 

Se quitó el preservativo y se vistió lo mejor que pudo antes de sacar el dinero y dejárselo en las manos a la chica con un beso en sus nudillos como muestra de una disculpa, puesto que, sentía que solo la había usado. Por supuesto, él no era así, en realidad, no se comportaba buscando solo su propio placer, pero tanto tiempo sin sexo, no le permitió tomarse sus licencias para nada, solo quería desfogarse y eso fue lo que hizo. 

—Gracias —dijo al despedirse y sin más salió del cubículo. 

Jenna miró al hombre con asombro. Había sido un polvo rápido, pero sin duda el mejor que había tenido en años desde que era prostituta, porque esta vez el orgasmo no había sido fingido.

Tuvo que reconocer que había sido bueno, más que cualquier otro que antes haya tenido y agradeció que le hombre, no fuera como los otros.

Pensó que así deberían ser sus clientes, harían su trabajo más llevadero.

Sabía que era demasiado pedir. Pocos hombres dejaban buena propina, eran agradecidos luego de usarlas a su antojo y mostraban poco interés en ellas. Ese era el pan de cada día y Jenna no esperaba encontrar el amor en alguno de ellos, se conformaba con clientes que no las trataran como animales, quería clientes como el de esa noche, que la vieran como lo que era, un ser humano intentando sobrevivir en el mundo como todos los demás.

Levantó su dinero y sacudió sus pensamientos, a sabiendas de que aún le esperaba una larga noche en la cual debía dar su mejor sonrisa, su mejor actuación para hacer sentir a los hombres, los verdaderos dioses de El Olimpo.

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