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Mi marido, ¿es un monje?

Los presentes dirigieron su atención hacia el fondo del salón, donde estaba una joven de unos 18 años, tez apiñonada y ojos claros como un felino. Ella lucía realmente furiosa, que al momento de atraer la atención de todos, dio enormes zancadas hasta que llegó frente a Ashal.

—¿Estás presumiendo que te libraste de mí?

El frío hombre alzó una ceja de desconcierto y respondió.

—¿Qué dices? 

—¿Ahora te haces el desentendido? ¡Todo este tiempo me usaste para satisfacer tus bajos instintos, solo para después tirarme como basura y casarte con esa desabrida! —señaló desdeñosa a Adeline.

Sorprendida por la intromisión de la antagonista, la joven pensó distraída: «¡Cielos! Jamás imaginé que Geraldine fuera tan preciosa, en la novela no hacen justicia a su belleza».

En tanto, Ashal cruzó los brazos y volvió a hablar con frialdad.

—¿Por qué pensaste que lo nuestro era verdadero? Si mal no recuerdo, tú misma te ofreciste a convertirte en mi concubina, jamás te prometí que serías mi esposa.

Tal respuesta consternó a la dolida mujer, que apretó los dientes de rabia y tiró una bandeja de comida que estaba cerca de ella.

—¡Maldito seas! ¿Cómo puedes humillarme de esta manera? ¡No puedo creer que seas tan imbécil! ¡Te odio!

Adeline estaba asombrada por el cambio radical en la escena que estaba presenciando, ya que en la novela, el encuentro con Geraldine había ocurrido días después de la boda, cuando la protagonista se encontraba sola e indefensa en el jardín. Estaba a punto de mencionar algo, cuando Ashal alzó la voz, bastante furioso.

—¡Soldados! ¿Quién permitió el paso a esta mujer?

En ese momento los presentes se estremecieron y los militares bajaron la cabeza por temor a ser castigados por su severo líder. Entonces el tirano volvió a hablar.

—Que sea la última vez que dejan entrar a esta mujer en mi castillo.

Geraldine se quebró al escuchar que Ashal la rechazaba con tal vehemencia, que antes de ser tocada por los guardias, alzó la mano y esbozó una sonrisa irónica.

—Tan despreciable soy, que no me permitirás estar en tu harén.

Manteniendo su postura firme, Ashal respondió con frialdad.

—¿No te enteraste? Desde hoy disolví el harén, así que no tienes razón por la cual quedarte en este castillo.

La expresión de Geraldine se congeló y una lágrima corrió por su bronceada mejilla, pero rápidamente se la secó y, alzando una copa de vino, dijo con dignidad.

—Bien, gracias por nada. Espero que seas feliz.

Después de esto sorbió un poco de la bebida y la lanzó contra Ashal, cuyo líquido también mojó a Adeline, manchando de rojo vino el precioso vestido color perla que traía puesto.

—¡Ash! ¡Qué perra! Manchaste mi vestido tan bonito —gruñó la joven, pero luego se tapó la boca al recordar que la verdadera protagonista era tímida y siempre cuidaba su forma de hablar.

Tanto los presentes y su marido se asombraron ante la reacción de la delicada joven. Como no quería quedar mal con su comportamiento, suavizó su expresión y añadió:

—¡Oh! Lo siento, no quería decir esa mala palabra, pero realmente estoy enfadada. Mi familia gastó una fortuna consiguiendo esta tela, como para terminar manchada de vino. ¡Exijo una compensación! —esto último lo dijo con demasiada indignación, ya que en el fondo quería poner en su lugar a la villana de esa historia.

Geraldine sintió escalofríos con el reclamo de aquella frágil mujer, que cayó de rodillas y clamó piedad a Ashal.

—¡No, por favor! No me maten, puedo convertirme en su esclava si con ello puedo conseguir pagar por mi error. Ashal, por lo que más quieras, no me mates.

El impávido hombre se mantuvo firme en su postura y, haciendo un gesto a sus soldados, ordenó:

—¡Sáquenla de mi vista! No quiero ver más a esta despreciable mujer.

Los militares rápidamente obedecieron la orden y empezaron a arrastrar a Geraldine, quien continuó suplicando por su vida.

—¡Ashal! ¡Perdóname! Yo no quería hacerlo, realmente estaba dolida, yo...

Cuando esa gente abandonó el lugar, Ashal suspiró pesadamente y luego se dirigió a su esposa para disculparse. En ese momento ella estaba siendo ayudada por unas sirvientas, pero al ver que el precioso vestido había sido arruinado, su malestar se intensificó.

—Perdón, no... pensé...

—No te preocupes, el vestido no valía mucho —respondió Adeline con desenfado.

—¿Cómo? Tú...

—¡Ah! Sí, dije eso para poner en su lugar a esa mujer —replicó la serena joven—. No te preocupes, espero no volver a verla nunca más.

La actitud calmada de Adeline confundió bastante a Ashal, pero no objetó y se enfocó en limpiarse el vino que también había manchado su ajuar de bodas.

«¡Arg! Debí deshacerme de Geraldine mucho antes. Dudo mucho que se quede quieta luego de lo que pasó», pensó mientras retiraba el licor de su rostro.

Como la cena se había arruinado, Ashal se dirigió a los presentes.

—Lamento mucho lo ocurrido hace un momento. Espero que nos comprendan, pero mi esposa y yo nos retiraremos a descansar. Mañana seguiremos con los festejos.

Al escuchar esto, Adeline se levantó y dijo ansiosa.

—¿Por qué? Solo es vino...

—¿No te gustaría cambiarte? Mira, tu vestido está arruinado —señaló su marido con dulzura.

«¡Pretextos! Tú lo que quieres es una cosa», pensó, recelosa.

Ante el hecho de que se encontraban en una situación incómoda, a Adeline no le quedó de otra que aceptar de mala gana.

—Bien, si no tenemos opción.

A Ashal le sorprendió que el rostro de puchero que su esposa tenía, así que añadió:

—Nos vemos al rato —y tras decir esto, se despidió dándole un tierno beso en la frente.

Este gesto avergonzó a la recién casada, que sus pálidas mejillas se tornaron más rojas que la mancha del vino en su vestido, pero el calor se intensificó al escuchar los murmullos de las sirvientas.

—¡Qué lindo! De seguro esta noche conciben al heredero.

—¡Shh! Cállate, no hables así de nuestro emperador.

Aceptando su cruel destino, Adeline se dirigió a las sirvientas y dijo con autoridad.

—Llévenme a mi habitación, necesito ponerme algo más cómodo.

Las mujeres se sorprendieron con la actitud imperativa de su nueva señora, pero lejos de intimidarse, de inmediato se ofrecieron a ayudarla.

—Claro que sí, venga con nosotras.

Adeline siguió con desgano a aquellas mujeres, haciendo un enorme esfuerzo por ocultar el nerviosismo que le causaba “su primera vez” con el insaciable Ashal.

«¡Por todos los Cielos! ¿Qué voy a hacer? Ese hombre me va a devorar en el momento en que entre a su habitación. ¿Y si me emborracho? Tal vez pueda soportar su embestida, aunque, no me gustaría estar tan ebria, realmente me encantaría disfrutar de su energía», pensó, mientras caminaba.

Cuando finalmente llegaron a la habitación, las sirvientas la ayudaron a retirarse el vestido y luego las acompañó al baño, destinado a preparar la piel antes del encuentro con el amado. Para Adeline, todo esto era nuevo, sin embargo, decidió dejarse llevar, ya que le resultaron bastantes reconfortantes los masajes y las lociones que aplicaban en su cuerpo.

Al finalizar, le colocaron un atuendo delicado y revelador, que cualquier hombre se vería tentado. Mientras se miraba en el espejo, Adeline meditó: «¡Vaya! Soy tan delgada, que apenas se distinguen mis curvas, aunque supongo que a Ashal eso no le importará, en la historia original él se volvía loco con el cuerpo de la protagonista».

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una de las sirvientas, quien la llamó con delicadeza.

—Mi señora, ya es hora de que vaya al lecho nupcial.

—¡Oh! Vamos de una vez —dijo Adeline, lanzando un profundo suspiro para calmar su nerviosismo.

Después de esto, el séquito de mujeres acompañó a la emperatriz hasta la habitación donde pasaría su noche de bodas. Cuando llegaron, los guardias abrieron las puertas para dejar entrar a la pequeña mujer, que mantuvo su postura digna en todo momento.

—La emperatriz ha llegado —anunció un mayordomo que se encontraba en el grupo.

En ese momento, Ashal estaba sentado en la cama con una pose de macho alfa, una vista que hizo estremecer a Adeline.

—Bien, déjennos solos —ordenó el frío hombre.

Sin esperar a más indicaciones, los sirvientes salieron apresuradamente de la habitación y cerraron con fuerza la puerta, lo que asustó bastante a la joven novia. 

«¡Cielos! Es igualito a como el autor lo describió: Ashal me está esperando en la cama. Realmente parece un precioso semental con esos pectorales tan definidos y su mirada penetrante», pensó embelesada la mujer.

Ashal frunció el ceño al ver que su esposa lo miraba aturdida, pero como estaba de mal humor, se acomodó en la cama para dormir y dijo con pereza.

—Descansa, nos vemos mañana.

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