La actitud patética de aquellos lores enfureció más a Ashal, que decidió ser más directo en sus ataques para expulsar de una vez por todas a los corruptos que perjudicaban al imperio. —Así como son capaces de señalar sin fundamento a mi esposa, me gustaría que ustedes me den una razón creíble sobre lo que ocurre con las recaudaciones —señaló con frialdad. Los presentes sintieron escalofríos con el llamado de atención, que no se atrevieron a responder. «¡Maldita sea! El emperador parece saber algo, ya que nos señala directamente», pensó lord Gerritsen, que comenzó a temblar de pánico. Mismo pensamiento tuvo el resto de los caballeros que se habían manifestado en contra de la nueva emperatriz, que mantuvieron sus rostros alejados de la mirada intimidante del emperador. El frío hombre sonrió malévolamente al ver a esos sujetos delatarse a sí mismos y continuó amagando para que ellos mismos confesaran sus delitos. —¡Señores! Les pido por las buenas que respondan o, de lo contrario
Adeline sintió que su mente estalló al escuchar tal respuesta incongruente. Realmente le parecía increíble que ese hombre impasible fuera el mismo que se describía en la novela. —¡¿Qué dices?! —comenzó a exclamar con contrariedad—. ¿Te casaste conmigo para tenerme como un adorno? Este cuestionamiento sorprendió a Ashal, que intentó justificarse. —¡No! No quise decir eso, en realidad… —¡Basta! De seguro en el pasado, las concubinas de tu harén eran capaces de complacerte mejor en la cama y ahora piensas que soy incapaz de hacerlo, ¿no es así?—reviró Adeline, indignada. Los reclamos de su esposa torturaron al Ashal, que hizo un enorme esfuerzo por mantener el control. —Mira, Adeline —dijo mientras la apartaba para tomar un poco de espacio—. Necesito tiempo para resolver los asuntos del imperio. Realmente, no me siento… Bueno… ¿Cómo digo esto y que no suene extraño? ¡Arg! ¡Vaya! No me siento inspirado como para poder asumir completamente mis funciones como esposo. «¿Qué m****a acab
—Es una broma, ¿verdad? —señaló Gérard con incredulidad. Ashal resopló con malestar al ver que su amigo no comprendía su situación y replicó enfadado. —¿Cuándo he bromeado contigo? Como el emperador lucía serio, Gérard intentó aguantar la risa y respondió: —Nunca, pero… me parece increíble que digas algo así. La actitud de su merolico asistente enfadó más a Ashal, que volvió a su trabajo para no seguir hablando más del tema. Al ver que su amigo se había enfadado con él, Gérard se disculpó inmediatamente. —¡Ey! No te enfades conmigo, es que… no entiendo a qué te refieres con que no puedes tener… intimidad con tu esposa. —¡Largo! Estoy muy ocupado —gruñó el malhumorado tirano. —¡No! Ya tengo curiosidad y me debes una explicación —reviró el atrevido hombre, sin importar si perdía la vida por averiguar la verdad. El emperador acercó su mano al mango de su espada con la intención de desenvainarla. Ante esto, Gérard se apartó y desde su posición volvió a preguntar. —¿Qué sucede e
Las asistentes de Adeline se acercaron para escuchar lo que ella les diría, entonces la joven emperatriz dijo repentinamente.—¿Alguna de ustedes conoce las drogas que despiertan la líbido?Cuando ella mencionó esto, las mujeres se miraron entre sí con una mezcla de asombro y vergüenza, al tiempo que algunas inmediatamente negaron con la cabeza. Al ver sus expresiones, Adeline exclamó sorprendida.—¿Por qué tienen esas caras? ¿Acaso en el imperio está prohibido el uso de esas drogas?Ante este cuestionamiento, Annie tomó la palabra.—Discúlpenos, mi señora. En realidad no tenemos idea de que exista algo así, aunque nos parece increíble que usted sepa algo al respecto.«¡Rayos! Olvidé que estoy en un lugar extraño donde posiblemente la idea de consumir afrodisíacos es un tabú. ¡Ah! Ahora pensarán que soy una pervertida por pedir algo así», pensó Adeline con fastidio.—¡Ah! Qué mal que no tengan idea de que existan los afrodisíacos. Realmente quería…En ese momento, una de las asistentes
Al anochecer, Adeline se dirigió al comedor para cenar con su marido. Como aún no tenía noticias de sus asistentes, se sentía ansiosa por saber si ellas habían conseguido el “encargo”. Mientras caminaba, se dirigió a Annie.—¿Sabes algo de Ina y Genie?—Aún no, mi señora. Hace más de tres horas que salieron y siguen sin regresar —respondió la angustiada mujer.—¡Ains! Esperaba que ellas ya hubieran regresado antes de la cena —añadió con desánimo.Después de esta breve charla, la emperatriz y su séquito siguieron avanzando en silencio. Cuando llegaron a la puerta del comedor, se toparon con las ausentes.—¡Majestad! —exclamaron ellas al unísono.—¿Qué pasó? ¿Encontraron lo que les encargué? —preguntó Adeline inmediatamente.Ante este cuestionamiento, el rostro de ambas mujeres se iluminó. Entonces Genie se adelantó a contestar.—Sí, mi señora. —En ese momento se acercó para entregarle cuidadosamente un pequeño envoltorio—. Aquí tiene. Dentro están las instrucciones de uso.Cuando tuvo e
Como todas las noches, el tirano gobernante de Mont Risto apareció ansioso por devorar a su frágil presa. Adeline, quien apenas se recuperaba del encuentro anterior, miró con terror como de nuevo su esposo volvía por más.—A… A…. Ashal… ¡Por favor! Esta noche… solo durmamos —suplicó la joven, temerosa ante la enorme figura.Ignorando la desesperada petición, el insaciable hombre miró perversamente a su víctima y respondió cínicamente.—Tranquila, hoy puedo ser más delicado que anoche.—¿Qué? Por favor… hoy no… Me duele… —insistió con desesperación Adeline, cuyo dolor se reflejaba en todo el rostro.A pesar de esto, Ashal mantuvo su expresión inflexible y, acariciando delicadamente el rostro pálido de su esposa, replicó:—Todas las noches solamente pienso en estar contigo, ¿por qué no quieres satisfacerme? ¿Acaso no te gusto?—Yo… yo no qui… quise decir e… eso. Pero… es que hoy… no me siento bien —argumentó la temerosa joven.Este clamor, lejos de conmover al perverso hombre, encendió m
—¿Qué acaba de decir? —murmuró Adeline sorprendida y al momento guardó aire para esperar el siguiente movimiento de Ashal.«¡Al fin! ¡Al fin! ¡Al fin! Esta noche Ashal me hará suya. Ya de imaginarlo, comencé a calentarme», pensó entusiasmada.Lamentablemente, sus esperanzas se esfumaron cuando escuchó los profundos ronquidos que resoplaban en su oreja. Indignada, exclamó.—¿Qué? ¿Está dormido? ¡Arg! Esto no puede ser cierto, solo me entusiasmé para nada. ¡Carajo! ¡Definitivamente estoy destinada a morir virgen!Frustrada, intentó apartarse de Ashal, pero este la apretó con más fuerza de la cintura.—¡Ay! ¿Cómo puedes tener tanta fuerza si estás dormido como un tronco? ¡Por favor! ¡Suéltame! —gimió.Tras varios intentos, Adeline se rindió y se dejó llevar por el cansancio. Mientras el sueño la vencía, escenas de la novela comenzaron a pasar su mente, tan vívidas como si ella las hubiera vivido de primera mano.En una de sus visiones, se encontró dentro de una tina, recostada sobre el cu
«¿Cómo sabe del té? ¿Acaso este tipo fue quien cambió el contenido de la jarra y por eso a Ashal no le surtió efecto la droga?», pensó Adeline con recelo.Damien mantuvo su expresión serena, confiado de que la emperatriz consorte accediera a su solicitud, luego de “exponerla” con el asunto del té. Annie sospechó que el general Chevalier había sido quien cambió el contenido del líquido, por lo que inmediatamente se acercó a su señora para susurrarle al oído.—Señora, ¿qué piensa hacer?Esto hizo que Adeline recuperara la compostura y, tras hacerle un gesto a su asistente para que se tranquilizara, respondió con frialdad.—No tengo idea de lo que está hablando.Al ver que ella parecía no inmutarse con su advertencia, el general Chevalier respondió con vehemencia.—Mi señora, lo mejor será que hablemos a solas, esto es muy importante.Como ese hombre era bastante persistente, la joven emperatriz aceptó de mala gana.—Bien, espero que sea rápido. La respuesta entusiasmó al fornido milita