Indignada, Adeline regresó a la cama y se acostó balbuceando maldiciones en contra del atrevido soldado que se había atrevido a humillarla de esa manera.
—Juro que mañana me encargaré de que ese desgraciado no vuelva a pisar este castillo. ¡Arg! Sabrá de lo que soy capaz.
Mientras se quejaba ante el hecho de que había un testigo de que su matrimonio aún no se había consumado, comenzó a recordar aspectos de la trama “Dominando al gran Ashal”.
—¡Arg! Todo esto es una pesadilla, ¿por qué todo es diferente a la novela? Cuando la leí, el verdadero Ashal era demasiado insaciable y la mayor parte de la trama relata los encuentros en la cama, ¿por qué es distinto ahora? No lo entiendo, esto es demasiado frustrante, ¿algún día tendré mi encuentro candente con este portento de hombre? —se quejó.
Tras dar varias vueltas al asunto, finalmente pudo dormirse; sin embargo, sus sueños la llevaron a un extraño lugar donde se vio a sí misma.
—¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy? —se preguntó confundida.
Su reflejo mantuvo su expresión estoica y dijo con vehemencia:
—No permitas que Ashal pierda el control.
—¿El control? ¿Control de qué? —volvió a preguntar con ansiedad.
Antes de poder escuchar la respuesta, todo se volvió sombras y finalmente despertó. Cuando se dio cuenta de que aún seguía en el universo de la novela, recordó que Ashal dormía a su lado e inmediatamente volteó, pero él ya no estaba.
—¿Cómo? Es tan frío conmigo, que ni siquiera fue capaz de despertarme para avisarme que se marchaba —se quejó.
Repentinamente, las puertas se abrieron y un séquito de diez mujeres apareció.
—¡Buenos días, emperatriz! —saludaron al unísono.
Confundida, Adeline respondió:
—Bue... Buenos días.
—Mi señora —se adelantó una mujer, cuyo vestuario se distinguía del resto—. Vinimos para ayudarla a vestirse. También le trajimos el desayuno.
Como aún seguía confundida, Adeline inmediatamente preguntó.
—¿Y Ashal?
—¡Ah! El señor salió del castillo para una inspección de rutina al cuerpo militar. Debe volver en una hora. Por otro lado, estamos aquí para prepararla para la audiencia del mediodía a la que asistirá junto con su majestad —respondió la asistente con diligencia.
—¿Audiencia? ¿Qué haré ahí? —preguntó de nuevo.
—No se preocupe, mi señora. Usted aún no entrará en funciones hasta después de un mes, aunque deberá estar presente en las audiencias a las que el emperador se encuentra presente para que pueda familiarizarse con las obligaciones que tendrá en un futuro.
Esto contrarió bastante a Adeline, ya que ella no recordaba que en la novela hubiera escenas de audiencias o eventos a los que la protagonista tuviera que asistir. «Supongo que en la trama no eran tan relevantes», pensó.
Como no quería perder más tiempo, se levantó de golpe y, adoptando una actitud de dignataria, ordenó.
—Bien, pero antes de comenzar, me gustaría que ustedes se presenten oficialmente. Apenas llevo poco tiempo aquí y no recuerdo bien sus nombres.
Este comentario confundió a las mujeres, que se miraron entre sí, a lo que la primera empleada dijo con seriedad.
—Mi señora, ¿qué sucede? ¿Acaso no recuerda que vinimos con usted?
Adeline sintió escalofríos al escuchar esto, ya que significaba que esas mujeres la conocían con anterioridad, pero ella no. Como resultaba complicado explicarles que ella no era la verdadera protagonista de la historia, respondió vagamente.
—¡Oh! Lo siento, es que anoche bebí bastante y olvidé hasta mi propio nombre.
Las mujeres se horrorizaron al escuchar esto e inmediatamente se acercaron para revisar su estado de salud.
—¡Dios mío, mi señora! —exclamó una, mientras le tomaba la temperatura—. De seguro, ese monstruo la torturó toda la noche y la obligó a beber licor.
—¿Está cansada? ¿Fue muy rudo el emperador con usted? —mencionó otra.
—¡Ojalá la pastilla que le dimos haya surtido efecto! —dijo la sirvienta mayor—. Sabíamos que ese hombre era demasiado insaciable y temimos que usted no pudiera soportarlo.
«Pero... ¿De qué m****a me están hablando estas mujeres? ¿Cuál pastilla? No entiendo nada de lo que me dicen», pensó confundida, pero al ver que el grupo de féminas invadía su espacio personal, exclamó de fastidio:
—¡Basta! Me están asfixiando.
Al escuchar esto, las mujeres se apartaron rápidamente e inmediatamente se disculparon.
—Lo siento, mi señora, no queríamos importunarla —dijo la sirvienta mayor.
—Así es, mi señora. Realmente estamos preocupadas por usted —añadió otra.
Ahora que las veía con la luz del día, Adeline pudo reconocer que aquellas mujeres eran las mismas que la habían ayudado a prepararse para su “noche de bodas”, así que continuó con su treta de haber “olvidado” todo por culpa del alcohol.
—Tranquilas, solo tengo jaqueca y ustedes me están alterando más con sus preguntas.
—¡Oh! Lo lamentamos mucho, mi señora —dijo rápidamente la empleada con mayor rango.
«¡Rayos! Ahora cómo voy a saber sus nombres. ¿En la novela se mencionan los nombres de la servidumbre? A ver... acaso era... Marion, aunque ella tiene cara de Liz», pensó e inmediatamente dijo al tanteo.
—Bien, Liz, dame agua, por favor.
De nuevo las sirvientas se miraron entre sí, preocupadas de que efectivamente su señora hubiera perdido la memoria. Entonces la primera asistente dijo, tímidamente:
—Mi señora, ¿de verdad no recuerda cómo nos llamamos? Ninguna de nosotras tiene ese nombre.
Adeline estaba harta de repetir las cosas, así que hizo una mueca de fastidio.
—¡Arg! ¿Acaso están jugando conmigo? Si no quieren que les cambie el nombre, díganme sus nombres de una vez, realmente no las recuerdo —reclamó, al tiempo que cruzaba los brazos.
Su reacción causó escalofríos en las mujeres, que inclinaron la cabeza de vergüenza. Entonces la primera empleada se presentó:
—Lo siento, mi señora. Mi nombre es Annie.
Después de ella, el resto de las jóvenes asistentes comenzaron a mencionar sus nombres. Como Adeline era mala recordando cosas, decidió solo dirigirse a Annie y conforme a la marcha iría aprendiendo los nombres de las demás.
—Bien, una disculpa si las olvidé, realmente tengo la mente en blanco desde ayer —dijo con malestar.
—¡Oh! Mi señora, ¿seguro no quiere que la vea un doctor? Tal vez la pastilla… —dijo apurada Annie.
—No es necesario, solo denme el desayuno y preparen todo para que me asee. Me siento un poco sudada —ordenó Adeline.
Cuando ella mencionó esto, las mujeres se sonrojaron y sus mentes comenzaron a imaginar cosas. Al ver sus expresiones perversas, la recién casa estalló de rabia.
—¿Qué están pensando? ¡Vamos! ¡Pónganse a trabajar, que no vinieron aquí para andar perdiendo el tiempo!
Sus asistentes sintieron escalofríos ante su reacción e inmediatamente comenzaron a moverse.
—Lo sentimos, mi señora —respondió Annie, que luego se dirigió a una joven pecosa—. Desiré, trae el desayuno, antes de que se enfríe.
—¡Oh, ya voy! —reaccionó la muchacha, que corrió para buscar el carrito de comida para colocar las viandas en la mesa.
Las demás comenzaron a preparar el baño y buscar las prendas que Adeline usaría. Al ver que todas estaban trabajando diligentemente, la recién casada se enfocó en prepararse para la audiencia. Como no estaba segura de qué protocolos seguir, pidió a Annie que le informara todo lo concerniente al evento que debía asistir.
Afortunadamente, la sirvienta mayor tenía noción al respecto y pudo darle una explicación detallada. Esto le fue de utilidad a Adeline para no sentirse ansiosa ante un evento desconocido.
Cuando terminó de arreglarse, la nueva emperatriz salió de la habitación acompañada de sus asistentes. Esto tomó por sorpresa a los que se encontraban en los pasillos del palacio, ya que era la primera vez que veían caminar a la dueña del lugar con una gran caravana. Intrigada por las expresiones de asombro, Adeline se acercó a Annie.
—¿Qué sucede? ¿Acaso tengo algo raro en la cara?
—¡Oh! No, mi señora. Es que a todos les asombra su presencia. La verdad, desde que el anterior emperador murió y el gran Ashal Dunesque asumió el poder, no había recorrido por estos pasillos la mujer destinada a gobernar junto a él.
—¿Y por qué les asombra que ande caminando por mi casa? —cuestionó Adeline con contrariedad.
—Bueno... pues es raro que una emperatriz ande aquí junto con sus damas de compañía, aunque no debe ser...
—¡Vaya! ¿Acaso piensan que andaré sola en este enorme palacio?
—No es eso, mi señora.
—Y, ¿entonces?
—Lo que sucede es que es la primera monarca que tenga tantas damas de compañía a su cargo y por eso les sorprende mucho vernos con usted.
Adeline estaba a punto de decir algo más, cuando se detuvo al ver que frente a ella estaba Geraldine, acompañada de un grupo de mujeres que tenían una actitud retadora.
—¡Vaya, no esperaba encontrarla aquí, Adeline! —saludó descaradamente la atrevida mujer.
—¡Más respeto a su majestad, sucia concubina! —reclamó Annie, indignada.Esto no intimidó a Geraldine, que chasqueó la lengua con ironía y señaló desdeñosa.—¡Bah! El título de emperatriz es nada. Si no puede complacer a Ashal, dudo mucho que Adeline pueda mantener su atención. ¿No creen?Este comentario causó gracia a sus acompañantes y algunos guardias, quienes rieron disimuladamente. «Parece que ella sigue a su personaje, aunque la escena es completamente distinta», rememoró Adeline, que prefirió mantenerse callada y esperar el momento indicado para atacar.En tanto, Annie volvió a interceder por su señora.—¡Deja de decir tonterías! El emperador no es esa clase de hombres que despreciaría a una joya valiosa para perder el tiempo con cristalería barata —señaló esto último con desdén.Adeline estaba sorprendida por la lengua tan filosa de su asistente, que sonrió orgullosa por contar con el respaldo de alguien así. En tanto, Geraldine apretó los dientes de rabia y volvió a atacar si
A pesar de que minutos atrás habían actuado con complicidad, después del incidente con las ex concubinas, Ashal no dijo ninguna palabra el resto del camino. Esta actitud fastidió bastante a Adeline, ya que esto no le inspiraba confianza para cuestionarlo por su lo ocurrido la noche anterior. «¡Arg! ¿Por qué está tan callado? Ni siquiera puedo mirarlo a los ojos, me siento intimidada con su actitud tan fría. Es completamente distinto al personaje que conocí en el libro», pensó, frustrada. Cuando finalmente estuvieron frente a la puerta del salón principal, Ashal se detuvo de golpe y dijo con seriedad. —Supongo que estarás ansiosa por estar en esta audiencia como mi esposa. No te preocupes, solo presta atención a lo que sucede y no digas nada. ¿Entendido? Si bien era cierto que Adeline se sentía inquieta por la reunión, eso no era lo que más le preocupaba, ya que aún seguía pensando en lo ocurrido con Geraldine y su fallida noche de bodas. —Sí, querido esposo —respondió, con una so
La actitud patética de aquellos lores enfureció más a Ashal, que decidió ser más directo en sus ataques para expulsar de una vez por todas a los corruptos que perjudicaban al imperio. —Así como son capaces de señalar sin fundamento a mi esposa, me gustaría que ustedes me den una razón creíble sobre lo que ocurre con las recaudaciones —señaló con frialdad. Los presentes sintieron escalofríos con el llamado de atención, que no se atrevieron a responder. «¡Maldita sea! El emperador parece saber algo, ya que nos señala directamente», pensó lord Gerritsen, que comenzó a temblar de pánico. Mismo pensamiento tuvo el resto de los caballeros que se habían manifestado en contra de la nueva emperatriz, que mantuvieron sus rostros alejados de la mirada intimidante del emperador. El frío hombre sonrió malévolamente al ver a esos sujetos delatarse a sí mismos y continuó amagando para que ellos mismos confesaran sus delitos. —¡Señores! Les pido por las buenas que respondan o, de lo contrario
Adeline sintió que su mente estalló al escuchar tal respuesta incongruente. Realmente le parecía increíble que ese hombre impasible fuera el mismo que se describía en la novela. —¡¿Qué dices?! —comenzó a exclamar con contrariedad—. ¿Te casaste conmigo para tenerme como un adorno? Este cuestionamiento sorprendió a Ashal, que intentó justificarse. —¡No! No quise decir eso, en realidad… —¡Basta! De seguro en el pasado, las concubinas de tu harén eran capaces de complacerte mejor en la cama y ahora piensas que soy incapaz de hacerlo, ¿no es así?—reviró Adeline, indignada. Los reclamos de su esposa torturaron al Ashal, que hizo un enorme esfuerzo por mantener el control. —Mira, Adeline —dijo mientras la apartaba para tomar un poco de espacio—. Necesito tiempo para resolver los asuntos del imperio. Realmente, no me siento… Bueno… ¿Cómo digo esto y que no suene extraño? ¡Arg! ¡Vaya! No me siento inspirado como para poder asumir completamente mis funciones como esposo. «¿Qué m****a acab
—Es una broma, ¿verdad? —señaló Gérard con incredulidad. Ashal resopló con malestar al ver que su amigo no comprendía su situación y replicó enfadado. —¿Cuándo he bromeado contigo? Como el emperador lucía serio, Gérard intentó aguantar la risa y respondió: —Nunca, pero… me parece increíble que digas algo así. La actitud de su merolico asistente enfadó más a Ashal, que volvió a su trabajo para no seguir hablando más del tema. Al ver que su amigo se había enfadado con él, Gérard se disculpó inmediatamente. —¡Ey! No te enfades conmigo, es que… no entiendo a qué te refieres con que no puedes tener… intimidad con tu esposa. —¡Largo! Estoy muy ocupado —gruñó el malhumorado tirano. —¡No! Ya tengo curiosidad y me debes una explicación —reviró el atrevido hombre, sin importar si perdía la vida por averiguar la verdad. El emperador acercó su mano al mango de su espada con la intención de desenvainarla. Ante esto, Gérard se apartó y desde su posición volvió a preguntar. —¿Qué sucede e
Las asistentes de Adeline se acercaron para escuchar lo que ella les diría, entonces la joven emperatriz dijo repentinamente.—¿Alguna de ustedes conoce las drogas que despiertan la líbido?Cuando ella mencionó esto, las mujeres se miraron entre sí con una mezcla de asombro y vergüenza, al tiempo que algunas inmediatamente negaron con la cabeza. Al ver sus expresiones, Adeline exclamó sorprendida.—¿Por qué tienen esas caras? ¿Acaso en el imperio está prohibido el uso de esas drogas?Ante este cuestionamiento, Annie tomó la palabra.—Discúlpenos, mi señora. En realidad no tenemos idea de que exista algo así, aunque nos parece increíble que usted sepa algo al respecto.«¡Rayos! Olvidé que estoy en un lugar extraño donde posiblemente la idea de consumir afrodisíacos es un tabú. ¡Ah! Ahora pensarán que soy una pervertida por pedir algo así», pensó Adeline con fastidio.—¡Ah! Qué mal que no tengan idea de que existan los afrodisíacos. Realmente quería…En ese momento, una de las asistentes
Al anochecer, Adeline se dirigió al comedor para cenar con su marido. Como aún no tenía noticias de sus asistentes, se sentía ansiosa por saber si ellas habían conseguido el “encargo”. Mientras caminaba, se dirigió a Annie.—¿Sabes algo de Ina y Genie?—Aún no, mi señora. Hace más de tres horas que salieron y siguen sin regresar —respondió la angustiada mujer.—¡Ains! Esperaba que ellas ya hubieran regresado antes de la cena —añadió con desánimo.Después de esta breve charla, la emperatriz y su séquito siguieron avanzando en silencio. Cuando llegaron a la puerta del comedor, se toparon con las ausentes.—¡Majestad! —exclamaron ellas al unísono.—¿Qué pasó? ¿Encontraron lo que les encargué? —preguntó Adeline inmediatamente.Ante este cuestionamiento, el rostro de ambas mujeres se iluminó. Entonces Genie se adelantó a contestar.—Sí, mi señora. —En ese momento se acercó para entregarle cuidadosamente un pequeño envoltorio—. Aquí tiene. Dentro están las instrucciones de uso.Cuando tuvo e
Como todas las noches, el tirano gobernante de Mont Risto apareció ansioso por devorar a su frágil presa. Adeline, quien apenas se recuperaba del encuentro anterior, miró con terror como de nuevo su esposo volvía por más.—A… A…. Ashal… ¡Por favor! Esta noche… solo durmamos —suplicó la joven, temerosa ante la enorme figura.Ignorando la desesperada petición, el insaciable hombre miró perversamente a su víctima y respondió cínicamente.—Tranquila, hoy puedo ser más delicado que anoche.—¿Qué? Por favor… hoy no… Me duele… —insistió con desesperación Adeline, cuyo dolor se reflejaba en todo el rostro.A pesar de esto, Ashal mantuvo su expresión inflexible y, acariciando delicadamente el rostro pálido de su esposa, replicó:—Todas las noches solamente pienso en estar contigo, ¿por qué no quieres satisfacerme? ¿Acaso no te gusto?—Yo… yo no qui… quise decir e… eso. Pero… es que hoy… no me siento bien —argumentó la temerosa joven.Este clamor, lejos de conmover al perverso hombre, encendió m