Rudolph despertó conmigo. No se fue durante la noche. Quedó arropado a mi cuerpo, embriagándome con su aliento, arrullándome con el tamborileo de su corazón, atada a sus grandes brazos, hundida en su pecho igual a pollito desamparado. -Quiero tener un hijo contigo-, le dije entonces. Mi marido mantuvo sus ojos cerrados. -Estoy muerto, no lo olvides-, me dijo. -Pero yo te siento tan real, tan vivo que quiero quedar embarazada-, le subrayé convencida. Rudolph recién me miró. Sus ojitos eran mágicos, redondos, grandes, muy románticos y varoniles a la vez, dominantes como un macho alfa que me seducía y me volvía su sumisa. -Es imposible-, me insistió. No es que quedara decepcionada, pero sí me sentí afligida. Mientras me duchaba pensaba en lo que le había dicho a mi marido, en la posibilidad de tener un hijo con él. Y recordé una noche que tomábamos café y manzanilla veíamos televisión. -La clínica ha abierto un banco de semen, Patricia-, fue lo que me dijo. ¿No recu
Después de hacer unas fotos en una fábrica de cocinas domésticas e industriales, donde yo debía aparecer preparando diversos platos en los novedosos modelos de la industria, y cuando ya guardábamos los equipos y las pantallas en nuestra camioneta, me llamó Palacios, el jefe de policía. -Hay un nuevo video de cuando mataron a tu marido, un tipo que grababa a una vecina desnuda, captó el momento que lo matan a Rudolph-, fue lo que me dijo. Quedé boquiabierta, con los ojos desorbitados, mis pelos erizados, conmocionada y al borde del infarto. De eso se dio cuenta mi amiga. -¿Qué ocurre Patricia?-, se preocupó. -Hay un nuevo video de cuando mataron a Rudolph-, le dije abanicando mis ojos. -Eso es bueno-, se entusiasmó mi amiga, brincando de gusto. -No, no lo es-, balbuceé echa una idiota. -¿Por qué no?-, se extrañó Alondra. Miré a mi amiga desconcertada, con mis mejillas despintadas, incluso muchas lágrimas se amontonaron en mis ojos y sentí que mis rodillas se doblaban como
Alondra estaba entusiasmada cuando dejamos la comisaría. -Es una pista y muy sólida, además- me decía brincando como una conejita. Yo sin embargo no quería entusiasmarme, mi mente rechazaba cualquier posibilidad de resolver el misterio, porque, imaginaba y estaba segura que eso podría significar no ver más a mi marido. Por la noche Rudolph llegó molesto a la casa. Estaba muy fastidiado y hasta encorajinado. No lo había visto así antes. Tenía el rostro adusto, y había borrado su clásica sonrisa de los labios. Lo primero que pensé es que sabía del video que nos presentó Palacios. -No es una prueba fehaciente-, junté los diablos acariciando su enorme brazos, repleto de vellos. -¿Qué video?-, se extrañó mi marido mientras sorbía su café. -El video de Palacios-, seguía yo convencida que ese era el motivo de su enfado. -No sé de qué me hablas, Patricia, ¿Palacios tiene un video? ¿De qué?-, se sorprendió parpadeando varias veces. -Un aficionado grabó el momento que te mataban,
Le tendí un trampa a Waldo. Quería aclarar las cosas con él de una buena vez por todas. Yo no quería arriesgar mi relación con Rudolph y deseaba que el cantante desapareciera al fin de mi vida y no verlo nunca más. Yo era feliz al lado de mi marido muerto y era lo único que me interesaba. Así, ese domingo que descansaba, después de ducharme y desayunar, me saqué la blusa y el sostén y quedé con mis pechos al aire. Así le puse a barrer la casa, limpiar los muebles, ordenar los jarrones y mis peluches, mientras mi busto parecía flotar igual a inmensos globos, provocativos como relicarios que imploraban ser idolatrados. -Uyyyy qué delicia-, mordió, entonces el anzuelo de mi busto, el tal Waldo, mirando y admirando mis pechos, completamente embelesado a esos enormes globos que palpitaban al mismo compás de mi corazón. De inmediato me puse una camiseta encima. -Contigo quería hablar-, me molesté, cruzando los brazos. Waldo jaló una silla y se sentó junto a la mesa. -Hablamos si vu
Rudolph estaba aún más colérico con Waldo. Jamás imaginó ni se le cruzó por la cabeza que un hombre, vivo o muerto, podría afanar a su mujercita hermosas (yo, je je je), pese a que sabía que yo era una cotizada modelo, una publicista de éxito, que había aparecido en numerosos avisajes y carteles y que tenía muchísimos fans y que, obviamente, era codiciada por hombres de toda condición. Rudolph pensaba que mi bellísimo rostro y exuberante y mi apetecible cuerpo "era solo parte de mi trabajo de publicista" que me permitía ganar buen dinero a través de los avisajes y que no se podía mezclar eso con que alguien intentara enamorarme, seducirme o hacerme la corte, sin embargo miles de hombres tenían mis posters, mis fotos, los carteles de mis avisos, coleccionaban videos de los portales donde aparecía yo en microscópicas tangas, luciendo toda mi encanto y belleza y almacenaban imágenes mías por doquier. Incluso, yo había sido considerado, en varias ocasiones, la mujer más hermosa del
La pelea entre Rudolph y Waldo ocurrió un jueves por la noche. Yo había llegado tarde después de hacer unas fotos y videos de una exquisita y exclusiva lencería de Madame Gabriella, la más famosa diseñadora de ropa interior de damas, con mucha aceptación en todo el mundo. Su equipo de marketing se contactó con nosotras, nos ofreció un jugoso contrato para hacer un voluminoso encarte y ya se imaginan lo que ella provocó en Alondra y en mí: una desbordante y delirante euforia. Brincamos, gritamos, nos jalamos los pelos, brindamos, volvimos a gritar, otra vez nos jalamos los pelos y hasta bailamos como locas en medio de la oficina. Madame Gabriella no quiso que otras modelos posaran con sus deliciosas creaciones, tan solo yo. -Esta línea de lencería debe dar la idea de exclusividad, de singularidad, de ser absolutamente íntima, por eso solo debe ser exhibida, por ella, por Patricia-, nos dijo en persona, cuando nos disponíamos hacer las fotos y los videos que se difundirían en todos l
Ese lunes, por la noche, al volver de la agencia, casi a la medianoche, encontré, al fin, a Rudolph. Estaba en la cabecera de la mesa, sorbiendo su café. Tenía su rostro tranquilo, apacible, dulce como siempre. Quería correr y besarlo, pero me contuve. Tenía que aparentar que aún estaba muy molesta con él. -Tú nunca te habías comportado así-, le dije alzando mi naricita. Rudolph no me contestó, solo me miró, dejó la taza, se levantó desinhibido, se me acercó y me dio un besote en la boca. Lo sentí tan dulce, tan sabroso, tan delictual y maravilloso que cerré los ojos, mi corazón se alteró, levanté un tobillo extasiada y excitada y las lágrimas chorrearon de mis ojos, resbalando por mis mejillas. Fue una noche fantástica y maravillosa, romántica y candente, muy tórrida, con mucho fuego chisporroteando en nuestros cuerpos, incinerándonos, volviéndonos, casi de inmediato, en grandes pilas de carbón humeante. Rudolph me cargó con sus grandes brazos y sin dejar de besarme, me l
Cuando desperté después de esa noche tan fantástica, mágica y esplendorosa, romántica y febril, a la vez, mi marido, ya se había ido. Yo seguía sudorosa, mi corazón hecho una fiesta, estremecida y con deseos de volver a estar entre los brazos de él y que no dejara, nunca, de besarme y abrazarme. Me levanté pensando en lo de temer un bebé con Rudolph. No estaba del todo convencida de lo que me había dicho Alondra. Si no se pudiera almacenar el semen ¿qué sentido tendría crear bancos para su conservación? Eso martillaba mis sesos. Después de ducharme, abrí mi laptop y empecé a buscar sobre los bancos de semen. Como les decía, dudada de lo que me había dicho Alondra, de que los espermatozoides tenían muy corta vida. Yo había leído en alguna oportunidad que ese tipo de almacenamiento aseguraba la vida humana por los siglos de los siglos, incluso. Y en efecto, encontré lo que estaba buscando en menos de lo que canta un gallo. Habían muchísimas páginas científicas al respecto. " L